Escrito por Bulmaro Pacheco
Cuando en la región se habla de Norman Bourlag, sucede lo que dice Dale Carnegie, que estando en Inglaterra se dio cuenta que de Abraham Lincoln se sabía más en el extranjero que en su propio país: “El caso era que yo, un norteamericano, había tenido que venir a Londres y leer una serie de artículos publicados por un irlandés, en un periódico inglés, para comprender que la carrera de Lincoln era una de las narraciones más fascinantes de los anales de la humanidad”. Decidió por su cuenta realizar una minuciosa investigación del personaje, que derivó en una muy bien lograda biografía del presidente de los Estados Unidos de América (Lincoln, el desconocido).
Con Norman Borlaug, el Premio Nobel de la Paz (1970), nos pasa lo mismo en Sonora. Se sabe más de él en el resto de México y el mundo que en la entidad donde realizó las investigaciones que lo llevaron al galardón. El Nobel de Borlaug necesariamente se agrega a los que en México han logrado Octavio Paz en literatura, Mario Molina en Química y Alfonso García Robles, también como Bourlag, de la Paz.
No en balde, Borlaug lo dijo en una ocasión: “Este premio le pertenece a México, porque con un excelente equipo humano mexicano y en tierras mexicanas logré lo que ahora me reconocen”.
Todo comenzó cuando el vicepresidente de los EUA Henry Wallace asistió en representación de su gobierno a la toma de posesión del presidente Manuel Ávila Camacho y recorrió en automóvil de Texas al Distrito Federal, lo que le dio oportunidad de conocer las zonas agrícolas del norte y centro de la República y se dio cuenta de que la tierra de los sembradíos estaba muy agotada por siglos de explotación.
Comparó los bajos niveles de productividad de la agricultura mexicana y junto con Marte R. Gómez, secretario de Agricultura del gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho y del expresidente Lázaro Cárdenas, se propusieron resolver uno de los grandes problemas de México de entonces: la débil producción de 500 kilos de trigo por hectárea sembrada, y la importación del 55 % de las 500 mil toneladas del consumo nacional del cereal para un México de 22 millones de habitantes.
Igual sucedía con el maíz, el frijol y la papa, que México tenía que importar en grandes cantidades. Tiempos aquellos de hambre y aguda miseria.
Gobernaba Sonora Abelardo L. Rodríguez y eran los años en que el exgobernador Rodolfo Elías Calles había instalado una estación experimental en el Valle del Yaqui para estudiar el problema de la productividad, y de las constantes epidemias de la llamada roya del trigo que acababa con los cultivos. Apenas iniciaban los proyectos para la construcción de las grandes presas. La Universidad de Sonora tenía apenas 3 años, no había agrónomos ni investigación agrícola; Chapingo apenas se organizaba.
De inmediato y para la región, con el apoyo de la Fundación Rockefeller reclutaron a un joven agrónomo especializado en bosques de la Universidad de Minnesota nacido en Iowa en 1914, y que llegó a Sonora en 1945: “Sin saber ni una palabra de español, durmiendo en un catre y cocinando en una estufa al aire libre” y, además, con un exiguo presupuesto.
De inmediato Bourlag entró en contacto con Ricardo León Manzo, Rafael Ángel Fierros, Roberto Maurer y Aureliano Campoy, y junto con un equipo de jóvenes auxiliares se abocaron a trabajar para enfrentar los dos grandes desafíos de la agricultura en el valle: crear una variedad de semilla de trigo resistente a la roya y mejorar la fertilidad del suelo.
Pocos saben, por ejemplo, que durante su estancia en el Valle del Yaqui (1945-1976) haciendo sus experimentos para mejorar la productividad de la semilla del trigo y contribuir con ello a la disminución de la muerte por hambre de millones en el mundo, el Dr. Bourlag se hospedó en el Hotel Costa de Oro (hoy Quality Inn), donde una sala de juntas lleva su nombre.
Muy pocos saben también que los terrenos donde se creó el primer campo experimental para el estudio de los problemas de la agricultura en Sonora, relacionados con el mejoramientos de las semillas de trigo, maíz y oleaginosas, fueron 100 hectáreas donadas por Rodolfo Elías Calles que ahora ocupan las instalaciones del Instituto Tecnológico del Valle del Yaqui (ex ITA 21). Poco se sabe también de la vida que llevaba el Dr. Bourlag en Cajeme durante su larga estancia. “Llegaba a las 5 de la mañana, despuntando el amanecer, revisaba su laboratorio y salía de inmediato al campo a revisar la evolución de los sembradíos”. “Desayunaba y comía frugalmente, lo mismo que los trabajadores del campo experimental. Le gustaban las tortillas hechas a mano, los chicharrones, la cuajada fresca, las guayabas verdes y los elotes, ya sea cocidos o asados”, dicen los profesores Rafael García Leyva y Mario Salazar quienes estuvieron cerca del Nobel.
En ocasiones dormía una ligera siesta en la antigua casita del campo donde también pernoctaba. Esa casa se ubicaba donde ahora es un estacionamiento del ITVY donde dan sombra unos enormes yucatecos.
Avanzada la noche y al salir del campo, Bourlag abordaba su camioneta para cubrir los 32 kilómetros de terracería que separaban al campo del Hotel. Allá se encerraba en su habitación a teclear en su vieja máquina portátil de escribir Burroughs las experiencias del día, y los informes que periódicamente mandaba a las organizaciones para las que trabajó.
¿Por qué lo financiaron la Fundación Rockefeller y el gobierno de México? Porque el gobierno de los Estados Unidos estaba metido de lleno en la Segunda Guerra Mundial y dedicaba todos sus recursos al gasto militar.
Los trabajos de Bourlag y el gobierno mexicano lograron que México fuera autosuficiente en trigo en 1958, 14 años después de que empezaran las investigaciones. Así la producción de trigo pasó de 500 kg por hectárea a entre 7.5 y 8.
Con las nuevas presas aumentaron las áreas cultivadas en Sonora y Sinaloa, y mediante prolongados procesos de investigación con nuevas variedades de fertilizantes, se logró la restauración de la fertilidad del suelo.
“No fue fácil ni de la noche a la mañana el éxito. Hasta los agricultores de mayor experiencia dudaban de los experimentos de Bourlag”, dice Rafael García Leyva: “En la mayoría de los casos para informar sobre los avances del proyecto y para lograr interesar y cubrir la asistencia a los eventos se tenían que mandar a hacer barbacoas con cerveza incluida, para jalar a las reuniones informativas a la gente del campo”, afirma Oscar Moreno Ramos. que en sus escritos, el laureado investigador reconoce tres fuertes resistencias que bloqueaban la investigación científica en la agricultura: La burocracia política, la burocracia científica y la burocracia administrativa. Afirma Bourlag: “Muchos investigadores que llegan a los peldaños más altos de la jerarquía se vuelven conservadores, y entre los mismos agricultores ante los avances se fomenta el miedo al cambio”. “ Es un error exigirle a los científicos que trabajen para dedicar cada vez más tiempo a la preparación de informes para justificar el trabajo que están haciendo y para tratar la investigación como si fuera una rutina”... y reitera: “Para 1950 la producción mundial de cereales era de 650 millones de toneladas”. Para el año 2000 se incrementó a 1.9 mil millones de toneladas, con un aumento solo del 10 % de las áreas sembradas”. Y para darnos una idea de lo logrado, “si se hubiera querido producir lo logrado en el 2000 con la tecnología de los años cincuenta, se hubieran requerido 1.1 mil millones de nuevas hectáreas de la misma calidad abiertas al cultivo, con el daño seguro de talar bosques y arar las praderas en la misma dimensión”.
Dice Oscar Moreno: “Cuando se supo que había ganado el premio Nobel, fue porque llegaron al CIANO allá por la prolongación de la 5 de Febrero (hoy Norman Bourlag) unas personas enviadas del comité Nobel de Oslo, Noruega, a comunicarle que había sido galardonado con el preciado premio”. Tuvieron que ir por él, al campo para avisarle, y lo encontraron en ropa de paisano tipo caqui, embarrado de lodo, con los zapatos invadidos por la hierba y la humedad… y su primer gesto fue de sorpresa”. “Él, al principio no lo creyó, hasta que junto con los enviados se hicieron las llamadas telefónicas y se confirmó la noticia: Se le había concedido el Nobel de la Paz por sus contribuciones para combatir el hambre en el Mundo. Un notición. Sus investigaciones habían servido para paliar el hambre a más de mil millones de seres humanos en la India, África, Pakistán y una parte considerable de Asia. Se reconocía así al humilde agrónomo, genetista, fitopatólogo, humanista, padre de la agricultura moderna y de la Revolución Verde”.
“Fue noticia de 8 columnas en los periódicos locales, pero por desgracia mucha gente no entendió muy bien de lo que se trataba”, reitera García Leyva: “No se tenía tanta información sobre el significado y los alcances del mencionado premio, y menos que la agricultura pudiera contar a efecto de otorgar el galardón a alguien”. “El más grande cambio que tuvo el trigo en 10 mil años”...se dio con Bourlag y su gran equipo de trabajo. ¿Qué tal?
Una parte del premio lo destinó a crear un fondo de becas para estudiantes de agronomía y biología de escaso recursos a través de la Fundación Bourlag que por años presidiera Germán Pablos Tirado. Quiso mucho a Sonora y trataba de estar cuando menos una vez al año en el Yaqui. Se daba sus escapadas nostálgicas para visitar los terrenos experimentales de origen con especial énfasis en el Tec del Valle del Yaqui y el CIANO. Bourlag murió en 2009 a los 95 años en Dallas Texas.
En diálogo con el profesor Christian Neyoy Siari, un agrónomo estudioso de la vida del Nobel -y para información de los jefes de nomenclatura de los ayuntamientos siempre urgidos de nombres valiosos para las calles y avenidas de los municipios- van las interrogantes: ¿Alguien en la historia moderna ha hecho desde Sonora tanto por la humanidad como Norman Bourlag? ¿Con que personaje ha estado Sonora tan ligado a un premio Nobel? La respuesta es Norman Bourlag. Una vida fascinante de quien sin duda, nació para servir, a punto-precisamente- de conmemorarse el 102 aniversario de su nacimiento.