Los Amigos
Por Jesús Alberto Rubio y Manuel Murrieta.
En el verano de 1972 tuve la gran oportunidad de participar con el Comité de los Amigos en México como joven voluntario en un campamento de servicio social en la comunidad de San Felipe Hidalgo, Tlaxcala.
La verdad, fue una experiencia y vivencia profunda, inolvidable y que en cierta manera cambió mi perspectiva y visión de las cosas en los momentos en que estudiaba mi segundo año de preparatoria aquí en la Universidad de Sonora.
Y es que convivir, trabajar y establecer lazos y relación estrecha con los habitantes de aquella comunidad indígena-campesina marginada de los grandes centros urbanos, en verdad, fue muy satisfactoria y por demás significativa.
Fue precisamente el maestro Leo Sandoval Saucedo, nuestro querido y apreciado “Teacher” de la Secundaria de la Unison, quien meses antes me había invitado a asistir al campamento después de tomar parte junto con un grupo de amigos en la Semana Santa de 1971 en la comunidad Seri conodida como El Desemboque, de frente al Golfo de California.
Muy bien recuerdo que Leo sólo me habló de un detalle: la posibilidad de seleccionar a dos amigos que entendieran la dimensión que encierra todo proyecto social voluntario comunitario en un pueblo rural del centro del país, exactamente en el estado de Tlaxcala. Así, los elegidos fueron Jorge Figueroa Gálvez (+) y Horacio Orozco Estevané.
De esa forma, en el verano del 72, Jorge y un servidor trabajaríamos juntos en San Felipe Hidalgo y Horacio en Vicente Guerrero, Estado de México luego de recibir algunos días de capacitación-entrenamiento un centro recreativo (Camumila), cercano a Tepoztlán, en Morelos, junto con jóvenes voluntarios de diversas partes del mundo que también iban a tener tan inolvidable participación.
Nunca olvidaré la forma en que llegamos a San Felipe Hidalgo: después de viajar en un día lluvioso en autobús desde México, llegamos a Nanacamilpa y desde ahí en grupo y cantando felices de la vida nos dirigimos a nuestro destino, donde seríamos recibidos con una enorme manta que decía ¡Bienvenidos Amigos!
Eramos jóvenes de Washington, Filadelfia, el Distrito Federal, Francia, Puerto Rico, San Francisco, Minnesota y Hermosillo, Sonora.
Sí: fuimos aquellos Luis, Mirna, Doug, Lita, Linda, Verdes, Jaime, Frank y Carol (los líderes y su hija Kelly); Jorge, Héctor.....
De nuestra estancia en San Felipe Hidalgo, cuántas vivencias, cuánta amistad y espíritu de solidaridad y fraternidad con sus habitantes, desde los niños, jóvenes y personas mayores de edad, con quienes disfrutamos seis semanas inolvidables de aprendizaje humano compartido con Juanito, Normita, Lucio, Martha, Gabriela, Benjamín, Brígida (Vica), Agustín Morales, don Juan (+), Valentina, las famosas Estelas Juárez y González, Terrera, Norberta....
Trabajo comunitario: gratificante
Por ello, en efecto, resulta muy gratificante saber que jóvenes de todo el mundo llevan a cabo a través de campamentos de corto y largo plazo un significativo trabajo social voluntario en una diversidad de comunidades rurales e indígenas tanto de nuestro territorio sonorense, como algunos puntos del altiplano mexicano y en los países centroamericanos.
Movidos por la fe en el servicio social, el humanismo y la fraternidad, los jóvenes impulsan un pensamiento y acción de beneficio de comunidades marginadas anhelantes de mejores expectativas de vida.
A través de este ensayo me es grato hacer referencia a la labor social y humanitaria que realiza el Comité Internacional de los Amigos con sede en Filadelfia, cuyas ramas se extienden hacia el Comité de los Amigos en México y la Asociación Sonorense de los Amigos (ASA), con sede aquí en Hermosillo.
Cabe destacar que el Comité Internacional de los Amigos, un Organismo No Gubernamental, obtuvo el Premio Nobel de la Paz en los 50´s, por su relevante papel humanitario en la Guerra de Korea.
Los amigos, como son conocidos en el mundo, profesan el amor a la convivencia y trabajo social, sin tomar en cuenta credo/religión, color e ideología; practican la paz social y son seguidores de las tesis filosóficas de la Revolución No Violenta de Mathama Gandhi y Martín Luther King.
Los proyectos que impulsan son a largo y corto plazo; en el primero participan profesionistas durante lapsos de uno a tres años en áreas u obras específicas, el segundo, es por un periodo de seis semanas durante los veranos de cada año, con los jóvenes voluntarios que se incorporan a obras diseñadas por los gobiernos, ya sea federal, estatal o municipal, trabajando junto con los miembros de la comunidad, pero además durante sus estancias de seis semanas tienen la oportunidad de establecer fuertes lazos de convivencia en la comunidad.
Por lo general, los voluntarios, quienes siempre habrán de contar con uno o dos líderes, reciben del Comité de Los Amigos (o el ASA) el apoyo en alimentación y el equipamiento necesario y suelen vivir en las aulas de la escuela rural.
La Asociación Sonorense de Los amigos
Manuel Murrieta:
Aquí en Sonora, la ASA fundada en 1964 por Norman Krekler (1928-1993), su esposa Exelee McMahan (1934-1990), Leo Sandoval Saucedo (+) y Héctor Rodríguez Espinoza, cuenta con una residencia de Paz denominada “Hebert Sein” y a lo largo de todos estos años ha realizado campamentos de trabajo social en diversas comunidades de la sierra sonorense.
He de hacer referencia especial de Norman Krekler, un ciudadano norteamericano, voluntario pionero en México de American Friends Service Comité, cuyo árbol genealógico está enraizado en Akron, Ohio, situado cerca de donde los hermanos Wright echaron a volar su avión histórico y en Philadelphia donde vivió su abuelo espiritual, William Penn, cuáquero del Siglo XVII, antítesis del conquistador yanqui y su Destino Manifiesto, pacifista con las tribus nativas, fundador del estado de Pennsylvania.
Fue precisamente en la Semana Santa de 1964 cuando se registra el primer antecedente de un campamento de servicio social de Los Amigos: ello ocurrió Norman y Exelee se convirtieron en líderes de un proyecto social en la comunidad Seri de El Desemboque en la que trabajarían sus hijos Karina Holly, Eric William y Timothy, Leo y sus hijos Manolo y Lucy.
De Norman Kreker, existe un artículo del también ex voluntario y ahora escritor, Manuel Murrieta Saldívar, quien evoca con toda claridad la personalidad y pensamiento del fundador de Los Amigos en Sonora:
“Cuando supo del desierto hermosillense, diametralmente distinto a las praderas y follajes jugosos del medio oeste norteamericano, cuando encontró a los Seris en Bahía Kino y probó la gentileza de los serranos sonorenses, sus pueblos y veredas, don Norman decidió afincarse para realizar obra humanista y crear familia entre nosotros.
No necesitó de estímulos fiscales para el inversionista extranjero, su único capital y pragmatismo era el de servir al prójimo, adelantándose a la globalidad por más de 40 años. Pláticas familiares hablaban de ese señor que cosechaba frutas gigantes, que recorría la sierra, construía letrinas en las periferias y organizaba excursiones de servicio a Guatemala.
Una mañana llegó a casa, "es don Norman", un hombre de mediana estatura, sombrero serrano, sabias arrugas, mirada atenta, hablar pausado en claro español, con ingenuidad simpática, "es don Norman". Su pick-up transportaba en su mayoría tripulantes de cabezas güeras, o demasiado oscuras, todas alborotadas, como si vinieran de un largo viaje explorador... estaba yo observando por vez primera, en tangible realidad, a otro tipo de humanos, y quedaría marcado, en seducción permanente, don Norman me daba, y él ni en cuenta, una lección impactante: en mi propia casa era testigo de la existencia de hombres y mujeres con rasgos distintos a los nuestros, que se comunicaban con palabras extrañas, la piel de otro color, con vestimentas y equipajes estrafalarios, insistiendo a mi curiosidad infantil porque no concebía cómo es que habían dejado sus ciudades, sus gentes, entregarse a lo desconocido, conocer el mundo. Desde ese instante y para siempre, he querido saber de dónde vienen.
Manifiesta humildad
Pudo superar después los obstáculos del nacionalismo encerrado, regionalismo chauvinista porque, y otra vez debido al actuar de Norman, rebasé las dudas de moda: bien podían tratarse de conquistadores ideológicos, enviados de la CIA, adoctrinadores religiosos, paralizadores de "procesos revolucionarios".
Pero sin palabras, solamente con obras silenciosas. Norman mismo, otra vez sin proponérselo, fue despejando mis sospechas colonialistas: nunca portaba el clásico maletín y smoking, tampoco la libreta de apuntes, la grabadora y cámara del académico en busca de objetos de estudio, ni mucho menos habló de religión ni se sugirió en broma la lectura evangelista.
Solo trabajaba, organizaba todo en torno a hechos, sin exhibicionismo, con humildad manifestada incluso en proyectos sencillos, nunca ambiciosos, para poder que se realizaran: no planeaba una gran red de drenaje en algún croquis, sino que hacía una letrina familiar; no imaginaba un gimnasio, más bien construía con ayuda de todos una simple cancha para reuniones, bailes y juegos deportivos; no pedía apoyo para instalar una extensa línea eléctrica, mejor aprovechaba la luz del sol para prender un foco nocturno.
Todas las sospechas se esfumaron definitivamente cuando capté que en realidad nosotros los habíamos conquistado: Norman vino a México por un par de meses, y se quedó por un par de vidas, crió hijos mexicanos y su esposa Exelee, oriunda de Kansas, entregó su vida como maestra y moriría aquí, siendo la Directora de Idiomas de la Universidad de Sonora.
Por el contacto de Norman, Mónica Ejerhed, procedente de Suecia en trasatlántico, abandonó en definitiva la frialdad nórdica para enamorarse de las playas vírgenes, del misterio del desierto y de la luna entera, y aquí cuajó su genio de escultura.
Se supo también de Cynthia Radding, historiadora y fundadora de museos regionales; de la familia Hampton que cada verano, durante casi diez años, sembraron árboles frutales, abrían zanjas, reconstruían plazas y escuelas, lideraban jóvenes nacionales y extranjeros, desde el ejido Carrillo Marcor en la Costa de Hermosillo, hasta Tepoca, San Rafael o Santa Rosa en el corazón serrano.
Silenciosamente pasaban brasileños, centroamericanos en busca de refugio, sudamericanos universales, asiáticos deseosos del contacto y la hospitalización de Norman, y nosotros escuchando historias de geografía, de ecología, de política, de persecuciones, de exiliados, de necesidad económica y de la privacidad del amor cuando se sirve a los otros otra parte, el destino me llevó, en 1980, a laborar en el Instituto Nacional Indigenista y acercarme a la difícil solución institucional y social de la miseria económica -pero paradójica riqueza moral y cultural- de los indígenas de Sonora”.
Programas sociales
Desde los años 30’s, la comunidad cuáquera en México ha promovido programas sociales en México. La Casa de los Amigos, A.C. en México, ubicada en José María Iglesias, cerca del Monumento de la Revolución, se fundó formalmente en 1956 después de la adquisición de la propiedad de la familia del muralista José Clemente Orozco.
Uno de sus grandes líderes, además de director, fue Rogelio Cova, quien por muchos años mantuvo importante un programa de trabajo comunitario a través de proyectos en comunidades rurales de Tlaxcala, Puebla, Estado de México, Hidalgo y Veracruz.
La misión de la Casa es de promover la paz y entendimiento internacional y parte de este servicio se logra a través de proyectos sociales con voluntarios. El Comité Americano de Servicio de los Amigos (American Friends Service Committee) apoyó a la Casa de los Amigos con recursos económicos y voluntarios hasta 1984.
La Casa de los Amigos tiene una larga historia enriquecida con proyectos sociales para la comunidad mexicana. En los años 1950’s y 1960’s, trabajó junto con la AFSC para traer voluntarios de todas partes del mundo, sobre todo de los Estados Unidos y Canadá para realizar campamentos de servicio en varias comunidades en México.
En los años 1980’s, las guerras en Centroamérica trajeron miles de refugiados a México buscando asilo político y un nuevo hogar. Gracias a la política liberal para refugiados en México, la Casa pudo ayudar a muchos de estos refugiados con donativos de comida, alojamiento, medicina, apoyo legal, entre otras cosas. El programa de los Refugiados se cerró en 1994 después de haber disminuido el número de refugiados llegando a México.
La fe cuáquera
La fe de la Sociedad Religiosa de los Amigos (Cuáqueros) se basa en los principios de igualdad, verdad, simplicidad, y el pacifismo. Los Cuáqueros crean que la Luz Divina se refleja a través de cada persona y que nuestro camino religioso está marcado con la búsqueda para la Luz interior adentro de nosotros y otros, recibiendo abiertamente las ideas y las opiniones para llegar a decisiones en unidad lo que demuestra no solo como los Cuáqueros conducen sus asuntos de negocios, sino también sus vidas personales.
Ser Cuáquero significa algo diferente para cada persona, pero un elemento constante es que el Cuaquerismo es mucho más que una religión, es un estilo de vida.
Ellos practican reuniones de de Adoración semanal en silencio para hacer una conexión abierta entre los presentes en el espíritu del fe. En ocasión alguien hablará, dando testimonio o compartiendo una reflexión espiritual.
Esta reflexión espiritual, cuando los campamentos, la transmiten sus voluntarios unos a otros a puerta cerrada a través de la meditación, especialmente antes de la cena bajo la luz de veladoras.
Por lo demás, en su incorporación a la comunidad, bien fortalecidos en fraternidad y solidaridad, traducen espíritu y pensamiento en una acción renovadora de sensibilidad social, trabajo y frutos sociales comunitarios.