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Mi primera vez en el beis...

Tomado de el álamo.

 10 Octubre 2016

 

 

Tendría alrededor de ocho años. En casa escuchábamos el béisbol por la radio, casi siempre alrededor del fuego en la hornilla que tenía improvisada mi madre en el patio de la casa. Mis padres nunca dejaron de ser de rancho, en el buen sentido de la palabra, y de eso estoy orgulloso; ¡sí señor! En casa siempre había un zarzo para las panelas, el queso y la carne oreada; una hornilla y un molino de mano en el que molíamos el maíz o el elote “simado” para los tamales. Siempre se cocinaba como para fiestas. Éramos 11 hermanos, y casi siempre uno, dos ó tres de nosotros llevábamos invitados o amigos a hacer las tareas, pues en casa había Enciclopedia TemáticaEl Tesoro de la Juventud y los libros de historia universal. Había pues de dónde sacar las tareas.
 



En una de esas noches en que escuchábamos la radio, después de haber visto Disneylandia, un programa para niños que precedía al de Topogigio, con el que nos mandaban a la camita, el locutor Octavio Ibarra Cota, que narraba el partido de béisbol entre Los cañeros de Los Mochis y Los Naranjeros de Hermosillo, anunciaba con bombo y platillo que el partido del día siguiente sería gratis para los niños. 

En ese entonces yo soñaba con conocer de frente a los jugadores de mi equipo, entre ellos Jim Campanis,el vuela-cercas que había jugado en grandes ligas para los Dodgers de Los Ángeles. También jugaban en ese tiempo, de los que me acuerdo: Aurelio Rodríguez en la tercera base, Chico Rodríguez en short stop,Tony Oliva en la primera, y el receptor era Gregorio Luque, a quien un día ya estando grande me lo encontré en el malecón de Mazatlán y pude expresarle mi admiración por ese equipo.
 

Esa noche, que ha de haber sido un sábado, me sentí un Tom Sawyer. Me acosté pensando en el día siguiente. Muy temprano me levanté a preguntarle a mi tío Toluco a qué horas sería el juego. Me dijo que a las diez de la mañana. Salí a la calle y pregunté al Chingón, -así le decíamos al señor vecino de al lado, que siempre fue como de la familia-, que si dónde quedaba el estadio. Me dijo que por toda la Belisariohasta llegar al pie del Cerro de la Memoria, se encontraba el Estadio Emilo Ibarra Almada, la casa de los cañeros. Siempre pensé que Octavio Ibarra el locutor era pariente de Emilio Ibarra, y no fue así. 

Hice mis cálculos y salí muy temprano de casa. Enfilé rumbo a la iglesia a misa, y al llegar a la Degollado, di vuelta a la derecha y agarré después por la 2 de abril rumbo a la Belisario, y pronto estaba camino al estadio. 
  
Conforme caminaba se iba haciendo más grande el cerro, y mi corazón parecía salirse. Esa emoción de estar haciendo algo indebido y a la vez correcto, porque sigues una pasión, -la he vivido pocas veces pero todas ellas las recuerdo y las llevo grabadas por siempre- 

Al llegar al estadio me impresionó la cantidad de carros que había en el enorme estacionamiento. Era la primera vez que veía una gran cantidad de carros reunidos. El estadio estaba justo a un lado del panteón, al que mi madre nos llevaba a ver a la abuela. Hace poco regresé a ese lugar, pues ahí enterraron a mi tíaYaka, hermana mayor de mi mamá. Lo reconocí porque estaba junto a la pérgola, que es dónde comíamos cuando íbamos los días de muerto al panteón. 
Al momento de entrar, el que cuidaba la puerta me detuvo.Octavio Ibarra no me dijo que la entrada gratis para niños era acompañado de un adulto, y yo iba sólo. 
  
No sé si solté el llanto o fue mi cara de asustado, pero un señor buena onda, que venía atrás de mí dijo: “viene conmigo”, y así, derechito y entre la gente entré al mero central y sombra sin saberlo. 

Para mí fue impresionante ver el verdor del pasto, las casacas de los cañeros, el sonar del bat; saber que el papá de unos amigos era el de las quinielas. Me la pasé de maravilla. Poco recuerdo del juego, solo que al final un jonrón descomunal de Jim Campanis por todo el jardín derecho. Me imagino que la bola ha de haber caído por donde estaba la tumba de mi abuela. 

Recuerdo que al terminar el partido me acerqué a el dog out de los cañeros a ver de cerca a los peloteros, y esperé a que saliera todo el mundo de gente del estadio Pude ver el campo de juego con las marcas de losspikes y las barridas. 

Al salir del estadio para regresar a casa hice la misma operación pero en inversa, y fue hasta entonces que recordé que la misa solo duraba una hora; había sido a las 8, y a esa hora ya eran como las dos de la tarde, por lo que apresuré el paso. Al llegar a casa ya me andaban buscando. Se había perdido el Gilbertito, y como estaba muy bonito -no es broma, hasta la María la que hacía tortillas me decía el guapo-, temían que me hubiesen robado. 

Obviamente que no me mandaron al psicólogo, ni me dijeron que tenía mis derechos, sino que me dieron una santa pela, y con manguera. Mi amá se dio vuelo echándome guamazos, y yo solo le decía entre grito y llanto: “pero amá, amá, ¡si ganaron los cañeros, ganaron los cañeros!”, y al otro día, al llegar de la escuela, me hincaron en una esquina sobre semillas de maíz y sosteniendo en cada brazo un ladrillo, para que me compusiera, decían. Lástima que nunca lo hice. 

Hoy que leí que pronto inicia una temporada más de la Liga Mexicana del Pacífico recordé aquel día en que conocí a mis ídolos y supe lo que era amar a Dios en tierra ajena.

 

 

CAPOSEHUA DICE:

Hay que ir al béisbol, hay que apoyar a nuestros Cañeros, esta temporada es muy importante ya que si la afición no apoya, nos puede pasar lo que a la afición de Guasave. No permitamos eso.

Arriba  gente, leña leña Barrabás ordena, paga y manda. Era el grito de batalla de un obrero de la fábrica en la liga de la costa del pacifico, allá por los 50s