Colaboración de Don José Carlos De Saracho.
La escuela de la conversión
ANDRÉS REYNALDO
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Hay una escuela de la conversión de Raúl. Escuela de la imaginación, claro. Los hechos se le oponen de tenaz manera. ¿Pero de cuándo acá los cubanos hemos reparado en los hechos? Cincuenta años como la implacable sombra de su hermano Fidel y luego casi otros 10 al timón de la dictadura no impiden que algunos vean a Raúl como un tropical Pablo de Tarso, convocado a una agazapada vocación democrática en el oportuno camino a Washington.
La escuela atrae seguidores a izquierda y derecha. Lo mismo entre exitosos millonarios de Coral Gables que buscavidas de la Calle Ocho, entre respetados académicos y columnistas de alquiler. Una matrícula tan amplia supera las posibilidades del aparato de propaganda castrista, por eficiente que sea. Peor que un complot, es un reflejo compensatorio. Justifica el acercamiento a la dictadura en aras de su inexistente debilidad. La Seguridad del Estado, por su sola consigna, no puede conseguir esa unánime doblez. En verdad, para ser creíble, el libreto de la Seguridad necesita la contradicción, el accidente y, a veces, hasta un controlado desafío.
La renuencia de Raúl a mostrar signos de conversión no hace mella entre los creyentes. Contradictoriamente, refuerza en ellos la certeza de que, en efecto, Raúl se ha convertido. Si Raúl dice que no habrá ninguna concesión política en lo interno ni en lo externo, ellos aseguran que Raúl está construyendo un subterráneo camino a las reformas. Si Raúl se manda a hacer una ley que reserva los grandes negocios futuros a la elite y deja para el pueblo las sobras de un cuentapropismo agobiado de impuestos y restricciones, ellos dicen que Raúl está liberando las fuerzas del mercado, desarrollando el capital y estimulando la iniciativa privada. Si Raúl ordena patear cada domingo a las Damas de Blanco, ellos se duelen de que esta actitud confrontacional de la oposición retrase las ansias de reconciliación de Raúl.
El propio Raúl debe estar desconcertado. La escuela de la conversión, hasta cierto punto, oscurece la percepción de su autoridad y le debilita su discurso. De ahí que tenga que seguir repartiendo palos a diestra y siniestra para que ni soñemos con una apertura política. Las relaciones con Estados Unidos y el deshielo con la Unión Europea no se han dado para que cambie Raúl, ni mucho menos porque haya cambiado, sino precisamente porque no va a cambiar. Raúl ha movido a la dictadura hacia una nueva coyuntura capitalista, con la segunda y tercera generación castrista posicionada en los puestos clave. Al borde del abismo se nos ha echado a volar. En las alas de Obama y el Vaticano. Sin dejar de ser Raúl. O sin dejar de ser Fidel, que no es lo mismo pero es igual. Cuba no se abrió, ni se abrirá, al mundo. El mundo, tampoco, se abrió a Cuba. Simplemente se abrió a Raúl.
Whiskie a mano, si es que sigue bebiendo, y arrellanado en su poltrona (todo dictador que se respete tiene su poltrona), Raúl ha logrado algo que quizás se le hubiera escapado a Fidel: salvar a la familia Castro. Lo demás es decorado. Ah, la historia acabará por recordarlo como un verdugo de su pueblo. Sin embargo, no hay quien le eche a perder el sabor de esta rara victoria. Aunque no nos haya dejado ni una carretera que valga la pena. Aunque nos haya dejado en el puro hueso.
Cosas que se le ocurren a la gente. Decir que Raúl se ha convertido a la democracia. Ahora, precisamente ahora, cuando está dándole los toques finales a una obra maestra de la opresión.