No hay político alguno, ni líder social o empresarial que en un supuesto relevo de Rubén Rocha Moya pueda enfrentar exitosamente a corto plazo a los actores delictivos en guerra porque el problema va mucho más allá de las competencias o incompetencias de un individuo.
El narcotráfico tiene raíces tan profundas en Sinaloa y goza de un poder inusitado, sólo comparable al de la Ndrangheta italiana en la historia mundial del crimen, que ningún Gobernador, ningún presidente de México ni de Estados Unidos lo podrían erradicar de raíz. Así que ni una hipotética renuncia del doctor Rocha Moya, ni la petición de ciudadanos sinaloenses de que la doctora Sheinbaum le corte la cabeza al Gobernador de Sinaloa, ni la eventual definición del magnate neoyorkino de que el Cártel de Sinaloa es terrorista, van a borrar de la tierra esa ilegal actividad, brutalmente lucrativa y violenta.
Lo que sí es posible es que el Estado mexicano, encabezado por el gobierno de la Presidenta Claudia Sheinbaum, en coordinación obligada con el gobierno de Donald Trump, debilitando el capital violento, el capital financiero, borrando la producción de drogas sintéticas, particularmente el fentanilo, y desbaratando el poder político de los capos, lo debiliten de tal manera que la inseguridad extrema y la inestabilidad económica desaparezcan de Sinaloa. No obstante, se corre el riesgo muy grande de que el descabezamiento de las dos fracciones más poderosas del Cártel de Sinaloa provoque una pulverización de fuerzas criminales que, a mediano y largo aliento, empeoren la situación.
Otro escenario, menos factible, casi fantasioso, es que, a pesar de la guerra fratricida que han sostenido Mayos y Chapos, lleguen a acuerdos con el gobierno de Trump, - no se nos olvide que los patriarcas de los dos clanes están en prisiones de Estados Unidos- para cesar el fuego y acabar con la producción y exportación de fentanilo. El gran inconveniente para Chapos y Mayos sería que la cancha quedaría libre para el Cártel Jalisco Nueva Generación y otros grupos se apropiaran plenamente de la exportación mexicana de drogas sintéticas, aunque Trump quiere ir contra todos.
Habrá que recordar una y otra vez que, mientras haya una enorme y creciente demanda de drogas en el mundo, sobre todo en Estados Unidos, Canadá y Europa -tan sólo en la casa del Tío Sam hay más de 30 millones de adictos- la producción y tráfico de estupefacientes de América Latina y Asia hacia esas regiones del planeta no cesarán.
Regresando al ámbito político sinaloense, quienes desean y promueven la remoción del Gobernador Rocha Moya tendrán que convencerse que no va a renunciar. Al margen de que él en Sinaloa tiene los suficientes hilos políticos para protegerse institucionalmente y que la oposición política en Sinaloa es casi inexistente, además de torpe e inexperta, el morenismo, ya sea con López Obrador o Claudia Sheinbaum, no retomó ese poder metaconstitucional (Jorge Carpizo, dixit) que ejercieron todos los presidentes priistas de destituir a gobernadores cuando se presentaba una crisis política en los estados o que tuviera repercusiones a nivel nacional. Ya lo dijo la doctora Sheinbaum: “La Presidenta ya no quita ni pone gobernadores”.
Lo curioso y paradójico es que los más severos críticos del renovado presidencialismo imperial que cultiva Morena en varias dimensiones, ahora piden que uno de los atributos más antidemocráticos de los poderes extra constitucionales que inventó el PRI lo utilice Claudia Sheinbaum para deponer a Rubén Rocha. No obstante, es altamente improbable que desde Palacio Nacional depongan al Gobernador. En la 4T no han recurrido al recurso de deshacerse de gobernadores en ninguna circunstancia, ni creen que la deposición de Rubén Rocha solucione la crisis social y política que padece Sinaloa. El hoyo negro del crimen es de tal dimensión que sólo con acciones policiales y políticas de mediano y largo plazo se puede reducir el leviatánico poder de las organizaciones del crimen organizado. No hay político alguno, ni líder social o empresarial que en un supuesto relevo de Rubén Rocha Moya pueda enfrentar exitosamente a corto plazo a los actores delictivos en guerra porque el problema va mucho más allá de las competencias o incompetencias de un individuo. La respuesta, por lo pronto, está en las acciones que conjuntamente tomen Claudia Sheinbaum y Donald Trump, donde pudiera haber acuerdos, como de hecho ya lo están haciendo “El Mayo” y “El Chapo”, con el Gobierno de Estados Unidos. El habitante de la Casa Blanca está apretando en serio: amenaza con imponer aranceles del 25 por ciento a México si no detiene el tráfico de fentanilo y la emigración a Estados Unidos.
La caída de Rubén Rocha podría alegrar a políticos de Oposición, a muchos ciudadanos sinaloenses agraviados por la violencia, a comentaristas que, con viejos criterios, siguen sin entender la enorme complejidad y poder de la organización criminal más poderosa del mundo, pero, ese hipotético hecho, podría causar una crisis mayor. La Presidenta lo sabe, y además visualiza que como un sustituto o sustituta no resolvería la crisis, en un siguiente momento, tanto en Sinaloa como fuera de ella, empezarían a pedir la cabeza de Claudia Sheinbaum en un momento posterior.
En realidad, la única opción a corto plazo que tiene a la mano la titular del Poder Ejecutivo es ir en acuerdo con Trump y exigirles a los dos grupos antagónicos de la guerra narca que detengan el tráfico de fentanilo y metanfetaminas, y guarden la pólvora. De no ser así, Trump y Sheinbaum van a dañar severamente a Mayos y Chapos, mucho más que aceptar la renuncia al mercado de las drogas sintéticas y al poder político del que ahora gozan.
Un individuo tan pragmático como Trump lo que quiere son resultados inmediatos y espectaculares que convenzan a sus seguidores de que es el líder que esperaban, y si se trata de llegar a acuerdo con el crimen organizado, lo hará. No será la primera vez que un gobernante de Estados Unidos lo haga. Lo hizo Reagan con los “Contras” en Nicaragua, lo hizo Roosevelt con la mafia neoyorkina de “Lucky” Luciano durante la Segunda Guerra Mundial y varios gobernantes más en otros momentos de la historia de Estados Unidos.