Desde hace varios días, uno de los principales temas de conversación en las redes sociales y los medios de comunicación en México es la película Emilia Pérez, del director francés Jacques Audiard.
El filme, que acaba de cosechar 13 nominaciones a los premios Oscar, ha indignado a muchos en este país, quienes la perciben como un retrato superficial de lo que sucede en México.
Vi la cinta en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia y, la verdad, no me gustó. La razón principal es que no soy afecto a las películas musicales. Pero, también, porque hay aspectos ilógicos en el relato, como que el protagonista, el jefe criminal Juan Manitas del Monte, es sanguinario como hombre, pero, al transformarse en Emilia Pérez, se vuelve más bueno que el pan. Ya no supe si cambió de sexo o cambió de alma.
Dicho eso, no encuentro motivo para envolverme en la bandera y declarar que la película resulta denigrante para los mexicanos. A fin de cuentas, es ficción. Puede estar basada en la realidad –o, si se quiere, mal basada–, pero sigue siendo producto de la imaginación de Audiard, quien escribió el guion en colaboración con Thomas Bidegain.
Así que, me parece, no hay razones para indignarse por esta historia. En cambio, las hay, y muchas, para hacerlo con la realidad que inspiró Emilia Pérez: las desapariciones de personas que practican grupos criminales en México y que suman más de cien mil.
Todos los días, decenas de colectivos de familiares de personas ausentes recorren calles, carreteras, campos, barrancas, basureros, anfiteatros y brechas en busca de sus seres queridos, luego de concluir que probablemente están muertos. Sus integrantes –mujeres, la mayoría– lo hacen con el dolor a cuestas, aguijoneados por la incertidumbre, prácticamente sin apoyo de las autoridades que tendrían que estar haciendo ese trabajo y en condiciones que ponen en peligro su salud y su seguridad.
Algunas madres buscadoras han sido ellas mismas desaparecidas o asesinadas. O han muerto de tristeza sin ver coronados sus esfuerzos. Ante la indiferencia de los funcionarios públicos, han hecho llamados a los cárteles para que les revelen dónde quedaron sus familiares, casi siempre sin tener la suerte de toparse con una Emilia Pérez que se tiente el corazón.
De los 121 mil 713 casos contenidos en el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, 58 mil 441 corresponden al periodo que se inició el 1 de diciembre de 2018, cuando llegó a la Presidencia la autodenominada Cuarta Transformación. En ningún sexenio de la era moderna del país desaparecieron tantas personas como en el de Andrés Manuel López Obrador: 53 mil 664.
En el actual periodo presidencial, del 1 de octubre de 2024 a la fecha, se han agregado otros 4 mil 799 casos, un promedio de 40 al día. Si usted suma a sus parientes más cercanos y sus amigos íntimos, a lo mejor no llega a 40. En lo que usted se bañó, se vistió y desayunó esta mañana, desaparecieron tres personas. Ése es el tamaño de la tragedia.
Peor aún: de las mil 446 mujeres cuya desaparición se agregó al registro en los pasados 120 días, 642 (44%) son niñas y jóvenes de entre 10 y 19 años de edad. De ellas, 18 desaparecieron en la alcaldía Cuauhtémoc de la Ciudad de México, la demarcación de 32 kilómetros cuadrados en la que se asienta Palacio Nacional. Una a la semana.
Resulta escalofriante pensarlo, pero hay que preguntar: ¿Con qué fin querrá alguien sustraer a una mujer en ese rango de edad?
Ahora, pregúntese usted por qué es mayor el escándalo que se hace por una película que por la realidad que ésta intenta retratar.
BUSCAPIÉS
*¿A quién le deben el cargo Rubén Rocha Moya, Rosario Piedra Ibarra y Francisco Garduño Yáñez? ¿Cuánto tendrá que ver eso con que dichos personajes no hayan sido relevados, pese al poco favor que hacen al actual gobierno?