La tarde del miércoles pasado, en Nogales, Sonora, tres hombres intentaron introducirse en el albergue La Esperanza, de la colonia Buenos Aires, con el aparente fin de llevarse a algunos migrantes que estaban allí. Sorprendidos, quisieron darse a la fuga, pero fueron detenidos por la policía al quedar atrapado su vehículo en el tránsito de esa ciudad fronteriza.
El desenlace fue afortunado. Sin embargo, el hecho muestra los peligros a los que se exponen los migrantes, quienes son vistos por las bandas criminales como simples mercancías.
El riesgo podría exacerbarse con la llegada de los miles y miles que serán deportados por el gobierno de Donald Trump en las próximas semanas.
Las repatriaciones dejarán más migrantes en muchos puntos de la franja fronteriza (o vía avión, en otras partes del país). Unos probablemente no se resignarán a perder la vida en Estados Unidos y querrán intentar el reingreso. Otros estarán indecisos sobre si quedarse a vivir allí temporalmente o adentrarse ya en territorio nacional, quizá a los lugares de los que son originarios.
Habrá desorientación y escasez de recursos, pues los deportaron con una mano adelante y otra atrás. Muchos llegarán con niños que no dominan el español o jóvenes que conocen muy poco el país de sus ancestros. Jure usted que ahí estarán los delincuentes acechándolos, viendo a quiénes les puede sacar dinero o reclutarlos.
Situaciones como esas obligan al gobierno de México a tener un plan muy detallado para recibir a esos connacionales. No basta poner o ampliar refugios. Tampoco será suficiente darles una tarjeta con dos mil pesos para que paguen su pasaje a otro lugar de la República.
Partamos de algo elemental. Los migrantes se fueron porque no tenían cabida en el país. No se largaron a Estados Unidos a hacer turismo, sino a buscar las oportunidades que México no les dio o para huir de la violencia en sus comunidades.
A este gobierno y al anterior les ha dado por llamar “héroes y heroínas” a los migrantes que envían remesas a sus familias, lo cual ha evitado que las autoridades generen empleos en las regiones receptoras de ese dinero. Ahora es cuándo deben respaldar con hechos las palabras y dar a los migrantes un recibimiento adecuado. Pero pasa que la primera dependencia pública, después de Gobernación, en anunciar que estará esperando a los paisanos en su retorno forzado no es la Secretaría de Salud ni la de Educación, sino la de Hacienda, cuyo Servicio de Administración Tributaria (SAT) dio a conocer que los repatriados deberán regularizar su situación fiscal y que ya tiene un programa listo para ello. Válgame.
Estoy de acuerdo, todos debemos contribuir con el fisco, pero ¿no podrán dar chance a estos mexicanos, que están o estarán viviendo una situación traumática, a que, antes, siquiera los revise un médico o vean dónde estudiarán sus hijos?
Las deportaciones masivas anunciadas por Trump son el equivalente de un desastre natural. Y ya sabemos, como lo aprendió de manera dolorosa el presidente colombiano Gustavo Petro, que el mandatario estadunidense no vacila. Cientos de miles de personas serán devueltas de manera forzada, lo cual implica que necesitan de todo. Una carpa, colchoneta y cobija son, de lejos, insuficientes para volver a empezar.
Pero, además, esos migrantes no tienen por qué ser un lastre para el país ni para sus parientes en México. Tienen la posibilidad de aportar mucho a nuestro desarrollo. Vienen de desempeñarse en un ambiente laboral mucho más exigente que el nuestro; tienen conocimientos diversos, por los rubros en los que han trabajado, y la mayoría habla o entiende el inglés. Un plan completo debiera estar viendo ya cómo se aprovechará la experiencia que han adquirido y dónde se requiere.
Un plan así contemplaría esos y otros aspectos. Esta situación requiere esforzarse y pensar más allá de discursos sobre la soberanía o eslóganes como México te abraza. En este caso, el trato verdaderamente digno no es la foto de un funcionario con los primeros repatriados, sino ponerlos a salvo de los peligros de inseguridad que podrían enfrentar en su regreso al país y apoyarlos integralmente en su reinserción. Ése sí sería un abrazo.