Miércoles, Diciembre 04, 2024
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El segundo piso de Donald Trump

 

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

  • Red social X
 

Las peores cosas que le han sucedido a México en su historia han coincidido con una etapa en la que los mexicanos han estado divididos.

La pérdida de grandes porciones de su territorio, en las décadas de los años 30 y 40 del siglo XIX, se dio en el marco de la lucha entre federalistas y centralistas. La invasión napoleónica, un par de décadas más tarde, fue facilitada por la Guerra de los Tres Años, entre liberales y conservadores. 

Los mejores momentos del país, en cambio, mucho han tenido que ver con la unidad, con la conciliación de los intereses diversos que hay en toda sociedad, con jalar en un mismo rumbo.

Es muy difícil argumentar que México vive un momento estelar. Todos los días asesinan a 80 personas y desaparecen a 40 en un marco de violencia criminal caracterizado por una escalofriante saña. Viajar por carretera, por necesidad o placer, es un ejercicio de temeridad. Hay ciudades y regiones bajo el yugo criminal, donde nadie puede prosperar mediante el esfuerzo lícito sin ser intimidado, asaltado, extorsionado o secuestrado.

El bajo crecimiento económico de los tiempos del llamado neoliberalismo se ha encogido a la mitad, no sólo como efecto de la pandemia –como pretende convencernos el oficialismo–, sino por decisiones equivocadas tomadas por la 4T.

Políticamente, estamos divididos. No lo digo por los resultados de las elecciones, sino porque la fuerza hegemónica ha decidido que sólo ella tiene la razón y que los demás están equivocados. Y no sólo lo están: son “traidores a la patria”.

Este estado de cosas nos hace muy débiles para enfrentar la mayor amenaza exterior que ha conocido el país en un siglo, cuando fue invadido en el contexto de la Revolución Mexicana, otro episodio de división en la que una facción se impuso a las demás mediante la metralla.

 

 

Esa amenaza se llama Donald Trump, el presidente electo de Estados Unidos, quien, en la subida a su segundo piso, no sólo advierte que tomará medidas que devastarían nuestra economía, sino que ha caracterizado a los mexicanos que viven en su país como criminales e incluso ha avisado que ordenará acciones militares en nuestro territorio.

Al reclamar a Trump sus más recientes exabruptos, la presidenta Claudia Sheinbaum lo conminó a no proceder por la fuerza y el prejuicio, sino a dialogar. El llamado es impecable (sigo pensando, como escribí ayer que, ella no debió contestar, pues él aún no es su par, sobre todo luego de las discrepancias que hubo anoche sobre el contenido de la llamada que tuvieron), pero ese mismo consejo podría hacérsele al soberbio oficialismo, que con nadie dialoga y sólo quiere imponer su voluntad.

En esta difícil circunstancia, el gobierno debiera actuar con un poco de humildad y aceptar que no tiene todas las respuestas y también se equivoca. Para comenzar, que decisiones que ha tomado el grupo hegemónico –y otras que no pueden atribuirse enteramente a él, pero que no se han corregido– han dado pretextos a Trump para lanzar sus ataques.

Debiera admitir, por ejemplo, que la delincuencia tiene sometidos a millones de mexicanos; que la corrupción ha permitido que las fronteras del país se vuelvan una coladera, y que sus obsesiones ideológicas lo han llevado a aprobar cambios legales que contravienen compromisos internacionales.

El diálogo que se pide afuera también debiera existir adentro. ¿O creerá el oficialismo que no se nota desde el extranjero el desprecio por cualquiera que no se forme con él? En este momento hace falta reunir todos los esfuerzos. Hace falta una auténtica unidad que sólo puede ser convocada desde el poder.

El grupo empresarial que se dio a conocer ayer en Palacio Nacional es un buen paso, pero no es el único que debiera darse. Hay mexicanos que durante el primer gobierno de Trump tuvieron el talento para evitar que sus más recios instintos hacia México se materializaran y debieran ser convocados.

Parece inútil tratar de razonar con Trump. No es hombre de razones, sino de arrebatos, como lo muestra su historia empresarial. Por eso nunca sobrarán las ideas para sentarlo a negociar y se requiere urgentemente de un frente común para hacer eso posible.