Opinión del experto nacional
Por Ricardo Peraza
Doug Ford, primer ministro de la provincia canadiense de Ontario, lanzó su advertencia el 13 de noviembre de 2024: México, aseguró, se había convertido en una puerta trasera para productos chinos que amenazan la industria norteamericana. La declaración, de por sí incendiaria, encontró eco un día después en el primer ministro Justin Trudeau, quien no tardó en reforzar el mensaje. Trudeau, en un tono más mesurado, pero igualmente firme, destacó que si México no abordaba de inmediato las supuestas violaciones a los estándares laborales y ambientales del T-MEC, Canadá se vería forzado a reconsiderar su posición en el acuerdo trilateral.
“El T-MEC está diseñado para beneficiar a todos los socios, pero no podemos permitir que se abuse de las reglas en detrimento de nuestros trabajadores y nuestra economía”, dijo Trudeau desde Ottawa el 14 de noviembre. Sus palabras, aunque calculadas, resonaron como un ultimátum. Por primera vez en años, la posibilidad de excluir a México del tratado se perfila como algo más que una amenaza lejana.
El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) es más que un simple acuerdo comercial. Desde su implementación ha definido las relaciones económicas de América del Norte, generando un comercio trilateral que alcanzó 1.5 billones de dólares en 2023. Para México, el tratado ha sido una tabla de salvación, convirtiendo al país en el principal socio comercial de EU y consolidando su papel como eje manufacturero en la región. Pero, ahora, esa relación crucial está en riesgo. En EU, donde el comercio con México superó los 779 mil mdd el año pasado, las declaraciones de Trudeau y Ford encontraron terreno fértil. Varios legisladores estadunidenses, que representan a estados industriales, consideran que hay un trato preferencial hacia México. Las tensiones migratorias, los desacuerdos en materia de energía y las disputas laborales han alimentado una narrativa de desconfianza que amenaza con deshacer décadas de integración económica.
En México, las reacciones no se hicieron esperar. Claudia Sheinbaum, presidenta del país, respondió de inmediato, calificando las acusaciones como injustas y desproporcionadas. En un mensaje transmitido desde el Palacio Nacional, defendió el cumplimiento de México con los términos del tratado y destacó la interdependencia económica de los tres países. “Cerrar la puerta a México sería cerrar la puerta al progreso compartido. No somos un problema, somos parte de la solución”, afirmó. Pero detrás de las declaraciones oficiales, la preocupación es palpable. Los economistas advierten que una exclusión de México del T-MEC tendría un impacto devastador, no sólo para México, sino también para Canadá y EU. Las cadenas de suministro, especialmente en sectores como el automotriz, están tan entrelazadas que una ruptura podría causar estragos. En Detroit, por ejemplo, un automóvil fabricado en EU incluye piezas que cruzaron la frontera mexicana varias veces antes de llegar a la línea de ensamblaje final. Eliminar a México del tratado implicaría un aumento de costos, aranceles más altos y una inevitable pérdida de competitividad frente a otros mercados globales. En Canadá, las palabras de Ford y Trudeau han polarizado la opinión pública. Mientras los sindicatos celebran lo que ven como un intento por proteger los empleos locales, los líderes empresariales advierten sobre las consecuencias. “México no es sólo un socio comercial, es un engranaje esencial en nuestra economía. Sacarlo del T-MEC no es una solución, es un desastre anunciado”, afirmó un ejecutivo de la industria automotriz en Toronto.
Las tensiones políticas no son nuevas en el T-MEC, pero lo que hace a esta situación particularmente alarmante es la falta de una solución clara. Los líderes norteamericanos están atrapados entre las presiones de sus electorados y las realidades económicas de la región. En México, la incertidumbre ha comenzado a permear en las fábricas y los campos. En Monterrey, un empresario del sector automotriz explicó que 80% de su producción está destinada a exportaciones bajo las reglas del T-MEC. “Si eso cambia, no sólo es nuestra empresa la que está en peligro. Es toda una cadena de proveedores, trabajadores y comunidades que dependen de este comercio”, aseguró.
En Ottawa, Trudeau enfrenta un dilema. Por un lado, sabe que la estabilidad del T-MEC es vital para la economía canadiense. Por otro, debe responder a las crecientes presiones internas que exigen medidas más estrictas contra México. En sus declaraciones recientes enfatizó que Canadá no dudará en tomar medidas drásticas si no ve un compromiso claro de su socio al sur del río Bravo. Mientras tanto, el reloj avanza. En las mesas de negociación, los equipos de los tres países intentan encontrar puntos de acuerdo, pero las tensiones políticas y comerciales no facilitan el camino. Un diplomático mexicano resumió el desafío con brutal franqueza: “Estamos en el mismo barco, pero parece que algunos están pensando en abandonarlo. Y eso sería un error para todos”.
La historia del T-MEC ha sido una de éxito compartido, pero también de desafíos constantes. Las palabras de Ford y Trudeau marcan un nuevo capítulo en esta narrativa, uno que podría definir el futuro de la región. La pregunta ahora no es sólo si México podrá convencer a sus socios de permanecer en el acuerdo, sino si América del Norte está dispuesta a arriesgar su estabilidad económica en nombre de intereses políticos inmediatos. En los campos de aguacates de Michoacán, en las líneas de ensamblaje de Tijuana, en las oficinas corporativas de Toronto y en las fábricas de Ohio, la vida sigue su curso. Pero el eco de estas decisiones políticas resuena en cada rincón de la región, dejando claro que el destino del T-MEC no es sólo una cuestión de tratados y aranceles. Es una cuestión de futuro.