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El brazo de El Toro

 
 
 

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

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Viví las glorias de Fernando Valenzuela como simple aficionado al beisbol, siendo adolescente. Yo tenía 15 años cuando aquella Serie Mundial de 1981.

El declive del pitcher sonorense me tocó verlo como periodista. Siguiendo el consejo de Vicente Leñero, quien decía que siempre es más interesante la historia de un vencido que la de un vencedor, empecé a poner atención en la parte final de su carrera en Grandes Ligas, cuando pocos se ocupaban de él. 

Hoy tampoco se habla mucho de esa etapa. Este viernes está programado un homenaje –muy merecido– a El Toro de Etchohuaquila, en el primer partido del Clásico de Otoño, que, casualmente, vuelve a enfrentar a los Dodgers y a los Yanquis, luego de 43 años. Seguramente se recordarán sus hazañas, como han hecho los medios desde que se supo, la noche del martes, que había fallecido. Sin embargo, nada se dirá del maltrato que le dieron. Igual que a un toro de lidia, lo exprimieron hasta dejarlo tirado.

En julio de 1997, viajé de Washington, DC –donde era corresponsal–, a San Luis, Misuri, en un avión de la desaparecida TWA. Había pactado una entrevista con Valenzuela con el área de prensa de los Cardenales, su sexto y último equipo en la Gran Carpa. Yo no lo sabía, pero esa sería la última entrevista que daría como ligamayorista.

Después de que los Dodgers lo despidieron, antes del arranque de la temporada de 1991, Valenzuela comenzó a rebotar de novena en novena. Primero estuvo con los Serafines. Sólo tiró dos juegos con el equipo de Anaheim. Sus salidas fueron tan malas que lo mandaron a lanzar a una sucursal de Triple A, en Edmonton, Canadá. En agosto decidió que ya era mucho y abandonó la organización.

En 1992, tomó la difícil decisión de regresar a la Liga Mexicana, donde los Charros de Jalisco le ofrecieron un contrato. En 1993, tuvo un segundo aire. Luego de pichar en la Serie del Caribe para los Venados de Mazatlán, llamó la atención de los Orioles y se ganó un lugar en el bullpen. Su salario era de la décima parte de lo que la escuadra de Baltimore pagaba al también lanzador Rick Sutcliffe, pero no le importó, ya estaba de vuelta en Grandes Ligas.

Terminó esa temporada con marca de 8-10. De ahí pasó a los Filis, donde abrió siete juegos y ganó uno. Su siguiente parada fue San Diego, donde los Padres buscaban atraer a la afición del otro lado de la frontera, pero allí duró nada más dos temporadas completas. El 13 de junio de 1997, estaba calentando para abrir un juego cuando el mánager Bruce Bochy le avisó que no lanzaría, pues lo acaban de intercambiar por el pitcher Danny Jackson de los Cardenales. 

 

Cuando me encontré con Valenzuela en el vestidor, antes de un partido contra los Mellizos, tenía el codo izquierdo metido en una bolsa de hielo. Lo encontré malhumorado, creo que frustrado, y mis preguntas sobre su inminente retiro no ayudaron a destensar el ambiente. En ese momento tenía una marca de cero ganados y tres perdidos. Le tocaba lanzar al día siguiente, contra los Piratas, en lo que sería su último juego en las Mayores.

¿Por qué se desinfló Valenzuela? Las estadísticas dicen que los Dodgers lo trabajaron de más. Quizá por eso sólo duró 17 temporadas en Grandes Ligas. En comparación, Nolan Ryan duró 27, pero El Expreso –quien también debutó a los 19 años– sólo tiró 33 juegos completos en sus primeros seis años; Valenzuela, casi el triple.

Esa vez aproveché para platicar con Rick Honeycutt, a quien le había tocado ser compañero de El Toro en los Dodgers y volvía a serlo en San Luis. Le pregunté si el mánager Tom Lasorda había dejado que Valenzuela trabajara de más el brazo. “Pasaron dos cosas”, me dijo. “Primero, no había muchos relevistas; segundo, Fernando nunca quería bajar del montículo”.

Si fue así, no debió dejarse esa decisión al criterio de un pelotero veinteañero. Ese exceso seguramente fue la causa de que Valenzuela nunca alcanzara los números para ingresar en el Salón de la Fama. Sí, retiraron su número 34 el año pasado, pero fue poco y fue tarde. Como todas las retribuciones a un jugador que dio tanto.