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“Cuida tus palabras, que te pueden matar”

 
 
 

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

  • Durante cerca de medio siglo, Francisco Labastida Ochoa se dedicó al servicio público. Desde analista en Hacienda hasta secretario de Gobernación. Fue también gobernador de Sinaloa, candidato a la Presidencia y senador de la República.

Durante ese trayecto acumuló un conjunto de experiencias que ahora plasma en su autobiografía política titulada La duda sistemática, de reciente aparición en editorial Grijalbo. 

El fallecido Porfirio Muñoz Ledo me relató un día que escribir memorias era considerado una herejía entre quienes hicieron carrera en el PRI, como Labastida y él. “¡Tira todo eso, nuestra historia es oral!”, decía Muñoz Ledo que le había reclamado Jesús Reyes Heroles cuando descubrió que aquél guardaba en su biblioteca las transcripciones y documentos de su periodo como presidente del partido.

Yo me alegro cuando me entero que un servidor público rompe el silencio y comparte con la ciudadanía sus recuerdos, sobre todo cuando tiene mucho que contar y lo hace de manera desembarazada.

Como no cabría en estas líneas todo lo que relata Labastida en su obra, le recomiendo que la compre y la lea, pero voy a compartir parte de lo que me enteré al hojearlo en busca de comprender mejor varios acontecimientos que me tocó reportear.

Cercano a Luis Donaldo Colosio, Labastida sostiene que el asesinado candidato presidencial pudo haber sellado él mismo su suerte al hablar cándidamente sobre cómo ordenaría investigar a los políticos involucrados con el narcotráfico.

“Dijo abiertamente lo que no querían escuchar los jefes del crimen organizado y algunos integrantes del Ejército y el gobierno”, escribe. 

“Yo le recordaba que él sólo era candidato. Le enfatizaba que eso no se decía nunca, que lo hiciera cuando tuviera el mandato (…) Presentía que lo podían matar y en dos ocasiones lo conminé seriamente a que cuidara sus palabras, porque corría el riesgo de que lo asesinaran”.

El libro aparece en momentos en que Sinaloa, el estado que gobernó, se descompone rápidamente. Durante su sexenio, dice que redujo los homicidios de 500 a 400 al año, mediante una reorganización del aparato de procuración de justicia. “Actualmente hay tres mil 500 al año”, advierte.

“Es obvio que la delincuencia no desaparecerá, pero sí se puede reducir y sustancialmente. Hay gente valerosa, con talento e incorruptible que está dispuesta a servir y luchar contra ese cáncer”.

Algunos de los que Labastida conoció y que trabajaron con él pagaron el precio de su servicio. Entre ellos, Rodolfo Álvarez Farber, quien fue su procurador, y fue asesinado en 1993 cuando caminaba por el Parque Hundido de la capital del país.

El exgobernador dice que ese crimen tuvo que ver con el descubrimiento que hizo del papel que jugaron policías judiciales federales en el homicidio de la defensora de derechos humanos Norma Corona Sapién en 1990.

Economista graduado de la UNAM, Labastida también cuenta que advirtió a tiempo, tanto al presidente Carlos Salinas de Gortari como a su sucesor Ernesto Zedillo, sobre la inminencia del estallido de la crisis económica conocida como el “error de diciembre” –suceso que está a punto de cumplir tres décadas–, pero que ni uno ni otro le hicieron caso.

Finalmente, habla de la responsabilidad que a su juicio tuvo Zedillo en la derrota del PRI en 2000, cuando él fue candidato presidencial. Según él, el entonces mandatario dio órdenes que dejaron al partido sin recursos para la campaña y actuó intencionalmente para pasar a la historia como el hombre que hizo posible la primera transición en la Presidencia de la República.

El de Labastida es, sin duda, un libro polémico. Ojalá que otros políticos, como él, se animen a escribir sus memorias y podamos cotejar sus versiones y, así, entender mejor la vida pública.

BUSCAPIÉS

*La ambición de control político del oficialismo ya nos metió en una crisis constitucional. El Congreso de la Unión desacata las decisiones de los jueces sobre la reforma judicial, pero éstos no tienen manera de hacer que el Legislativo cumpla sus fallos.