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Omar, Mario, Rosa y Ariadna

 

 

Razones

Jorge Fernández Menéndez

Omar García Harfuch era evidente que sería secretario de Seguridad, aunque se habló también de Gobernación.

Jorge Fernández Menéndez

 

La conformación del gabinete de Claudia Sheinbaum está adelantando su forma de gobernar y sus políticas. Conocer a los hombres y mujeres que la acompañarán en el inicio de la administración determina las líneas posibles de ese gobierno, ya que el estilo personal de gobernar es un reflejo, al final, de las políticas que se implementarán.

Y lo que se ve es un gabinete profesional y con personajes con peso propio. No creo que tenga sentido el tratar de establecer si son imposiciones o no de López Obrador. No creo que lo sean: en todos los casos quienes han pasado de una administración a la otra lo han hecho por capacidades y relaciones personales con la virtual Presidenta electa. Y lo hacen en mejores posiciones que las que tenían, por lo menos respecto a su perfil personal.

Nunca entendí muy bien por qué Rosa Icela Rodríguez estaba en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana federal, salvo para actuar como una suerte de oficialía de partes entre Ejército, Marina y Guardia Nacional. Lo hará mucho mejor en Gobernación, que es realmente lo suyo, porque, más allá de lealtades y otras atribuciones subjetivas que le atribuyen y tiene, es una profesional que sabe dialogar, tiene interlocución con muchos sectores, es respetada y estamos en un momento delicado de la vida nacional donde el mayor peligro que puede existir en el gobierno son los excesos, de cualquier tipo. Y Rosa Icela es ideal para controlarlos.

Ariadna Montiel creo que se ganó repetir en Bienestar. Es una funcionaria discreta, pero que desde que se hizo cargo de los apoyos sociales en la segunda mitad del sexenio los hizo funcionar, llegar y garantizó la operación en torno a ellos. Nos podrá gustar o no esa política, a mí no me gusta, pero sin ella no se hubiera explicado el resultado electoral. Y, sin aparecer demasiado, Ariadna fue clave en lograrlo.

Omar García Harfuch era evidente que sería secretario de Seguridad, aunque se habló también de Gobernación, incluyendo allí la seguridad, pero finalmente se optó por lo que será una supersecretaría: la relación con Defensa y Marina, y, por ende, con la Guardia Nacional (ahí tendrán que definir aspectos operativos muy concretos), se sumará a la secretaría el área de inteligencia (sigo pensando que tiene que haber una instancia que sea la que coordine y administre en forma institucional los insumos de inteligencia e información de las diferentes dependencias, como se hizo en Estados Unidos después del 11S; como funciona ahora nuestra inteligencia no tiene demasiado sentido operativo, sobre todo para combatir la delincuencia), no se anunció, pero es imprescindible que la Policía de Investigación se integre a la secretaría de forma que se transforme en una Policía Nacional de Investigación que tenga verdaderas capacidades operativas y concentrar allí, además, la lucha contra la delincuencia organizada en coordinación con las distintas instancias.

No creo que haya nadie mejor capacitado que García Harfuch para desempeñar esa tarea y para poder hacerlo en coordinación, tanto con los mandos militares como con los gobernadores, porque la otra pata del taburete deberá estar en la creación de policías estatales homologadas en todo el país. La única pregunta es si existirá en el gobierno federal la voluntad y, sobre todo, el presupuesto para hacerlo. Para crear lo que se debe hacer en seguridad habrá que modificar el statu quo y hacerlo, además, con recursos materiales y humanos.

Mario Delgado no llega al gabinete, como se ha dicho, por una imposición de López Obrador. Delgado, guste o no, es el presidente de Morena que ganó las elecciones, que deja su cargo en octubre y era evidente que estaría en el gabinete como un lógico premio por esa labor, además de que tiene que haber afianzado su relación con Claudia durante la larga campaña electoral. Se había especulado con que fuera a Gobernación y hubiera sido un error: nadie puede pasar de la confrontación inevitable de la campaña a negociar posiciones comunes con propios y extraños en el virtual ministerio del interior. 

En Educación, Delgado podrá ser el que alguna vez fue: un administrador exitoso, un académico educado en muy buenas universidades dentro y fuera del país y, sobre todas las cosas, el que lleve la relación con el magisterio al tiempo que atempera las barbaridades cometidas en libros de texto y programas de enseñanza en los últimos años. Será clave su coordinación con Rosaura Ruiz, que tendrá un peso decisivo en temas de educación superior. Y por delante tiene un capítulo clave: regresar a las aulas al millón y medio de niños que han abandonado la educación básica desde que terminó la pandemia. El rezago educativo que hemos tenido en esta administración ha sido brutal y debe ser revertido. Delgado tiene el peso político propio como para poder revertirlo trabajando, sobre todo con los gobernadores, que en la mayoría de los casos le deben haberlos llevado a esa posición.

Finalmente, se dice que Lázaro Cárdenas Batel será el jefe de la Oficina de la Presidencia, una instancia que, en los hechos, había desparecido en esta administración, y que es una oficina clave para tener un gobierno operativo, desde que se creó para José María Córdoba en el gobierno de Salinas, siempre en esa oficina despacharon políticos que, con mayor o menor visualización, operaron buena parte del gobierno. Lázaro me parece una muy buena opción, después de que estuvo desaprovechado en el área de asesores presidenciales buena parte del sexenio que termina, hasta que se fue, cuando López Obrador calificó a su padre, Cuauhtémoc Cárdenas, como un “adversario cercano a los conservadores”, una barbaridad política que ya Sheinbaum se ha encargado de remediar.

 

 

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