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Basta del whataboutism para justificar lo injustificable

 

 

Claudia tiene en su ADN el rechazo a cualquier derrota electoral.

Leo Zuckermann

Leo Zuckermann

Juegos de poder

 

En la defensa de la llamada “Cuarta Transformación” se ha vuelto común la estrategia del whataboutism. Cuando uno critica la intención de López Obrador (ahora retomada por Claudia Sheinbaum) de, por ejemplo, avasallar al Poder Judicial, no son pocos los que argumentan que todos los presidentes han intentado hacer lo mismo. “Sí, como trató Calderón”, responden. “¿Y qué tal Peña?”, agregan.

El concepto de whataboutism viene de la expresión inglesa but what about, es decir, “pero qué tal”. Se trata de una falacia que “intenta desacreditar la posición de un oponente acusándolo de hipocresía sin refutar o negar directamente su argumento”. Los soviéticos lo utilizaban mucho cuando alguien los criticaba: “Sí, pero qué tal los Estados Unidos que hacen esto o aquello”.

López Obrador es un Presidente fuerte que ha tratado de apabullar a sus adversarios y críticos. “Igual que todos los anteriores”, responden los whatabautistas. Pues no. Aquí el grado sí importa.

Yo no dudo que Zedillo, Fox, Calderón y Peña, los presidentes de la época democrática, hayan hecho lo mismo. Pero ninguno como López Obrador. 

Ninguno explícitamente propuso reformar la Constitución para concentrar el poder en la figura presidencial. Ninguno. López Obrador, sí.

Quiere eliminar los legisladores plurinominales para eliminar la representación de las minorías. Quiere cambiar la manera en que se eligen jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial para que respondan a los intereses del Presidente. Quiere debilitar o de plano desaparecer a los órganos autónomos del Estado para pasar sus funciones al Ejecutivo. Es decir, quiere que una sola persona controle el Ejecutivo, Legislativo, Judicial fortaleciéndolo, además, con las facultades del INE, Inai, Cofece, etcétera.

Esto va mucho más allá de si Calderón trató de influir en las decisiones de un ministro de la Suprema Corte o si Peña negoció con la oposición para lograr una mayoría constitucional con el fin de aprobar las reformas del Pacto por México. Aquí estamos hablando de modificar las instituciones para terminar con el régimen de división de Poderes e instaurar uno autoritario.

Así que no me vengan con argumentos whatabautistas, por favor.

Más aún, a diferencia de los presidentes democráticos anteriores, López Obrador y compañía nunca han reconocido una derrota electoral. Siempre han argumentado la existencia de un supuesto fraude para desconocer los resultados de elecciones adversas. Históricamente han sido semileales con las instituciones democráticas. Cuando ganan, las respetan. Cuando no, las rechazan.

Dígase todo lo que se quiera de Zedillo, pero cuando el PRI perdió las elecciones de 2000, él, junto con el candidato presidencial priista, Francisco Labastida, fueron los primeros en reconocer el resultado de la elección y permitieron la alternancia.

Fox tuvo que aceptar que Santiago Creel no fuera el candidato del PAN a la Presidencia cuando Calderón ganó la elección interna de ese partido. Y, además, por fortuna, reculó en su abusivo intento de evitar que López Obrador participara en los comicios de 2006.

Calderón ni pudo poner a su delfín como candidato del PAN y le cedió la banda presidencial a Peña sin ningún contratiempo.

Peña hasta le ayudó a ganar a López Obrador cuando vio que su candidato, José Antonio Meade, no levantaba en las encuestas.

Todos permitieron la alternancia, condición sine qua non de la democracia.

De ganar Xóchitl Gálvez el próximo 2 de junio, López Obrador desconocería el resultado y, de acuerdo con su guion, argumentaría la existencia de un “fraude electoral”. Hasta dónde llevaría su rechazo a la alternancia dependería de qué tanto las Fuerzas Armadas estarían dispuestas a apoyarlo en esta locura.

La candidata de López Obrador está de acuerdo con el proyecto de concentrar el poder en México. A pie juntillas ha reproducido el ideal del actual Presidente como parte de su plan de gobierno.

Además, Claudia Sheinbaum, como lo atestiguamos el lunes en Tercer Grado, no está dispuesta a aceptar el resultado de la elección en caso de perder. Ante la pregunta explícita, no quiso responder con un compromiso democrático básico. Como delfina del lopezobradorismo, Claudia tiene en su ADN el rechazo a cualquier derrota electoral. No se puede imaginar que, después de ir ganando por más de dos dígitos en las encuestas, esto pueda suceder.

Es más, me atrevería a pronosticar que, aun si gana Claudia la Presidencia, ella, López Obrador y Morena desconocerán los resultados adversos de otras elecciones. Por ejemplo, si Santiago Taboada se lleva la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.

Basta ya de whataboutism. La 4T es efectivamente diferente… para mal.

                X: @leozuckermann

 

 

 

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