Dime a qué le prestas atención y te diré quién eres.
José Ortega y Gasset
¿Distracción? Hay mucho de ello, no me refiero a la necesaria, que nos permite por un momento viajar fuera de este mundo: la música, el deporte, una buena exposición, la conversación misma. Por eso, desde la antigüedad se le cultiva: teatro, declamación, los “cuenteros” de Islandia. Necesaria y optativa. La voluntad se impone. Pero en nuestros tiempos el asunto se invierte: la distracción se impone y nos convierte en sus esclavos. Basta con observar las “comidas gallinero” en las cuales todo el mundo interrumpe a todo el mundo e incluso –maravilla de la modernidad– abundan los que ¡se interrumpen a sí mismos! El polémico Daniel Kahneman explotó un petardo con Pensar rápido, pensar despacio.
Un actor central de esta tragedia humana es el celular, que sustituye el razonamiento, la explicación es forzada por una imagen y se acabó. Esos fantásticos aparatos tienen ventajas, por supuesto, pero sólo si los gobernamos. Dije tragedia, porque en el siglo XXI –en que la información nos rodea– vivimos sin digerirla, sin asumirla, sin razonarla, sin actuar. México está a un tris de caer en una dictadura. De hecho, la expresión es engañosa: ya estamos viviendo en una protodictadura, basta con ver las presiones sobre los medios, las amenazas a periodistas, a los ministros, a los jueces, la sistemática destrucción de los contrapesos, la opacidad sin límites, la entrega del ámbito civil a los militares, o la excelsa frase: “No, por encima de esa ley está la autoridad moral, la autoridad política”, en boca del presidente de una República. No es una amenaza, votando lo único que podemos impedir es que se consolide.
Frente a esto, muchos desesperan. Pero, cómo es posible que lo sigan apoyando. Sostengo desde hace tiempo que vivimos en una sociedad atrapada por el miedo. Miedo a perder la pensión –aunque sea imposible–, miedo a perder los estímulos, miedo a ser delatado por un empleado de chaleco guinda que se gana sus panes circulando cuestionarios que coaccionan al elector. O el empresario amenazado por trabajar con una concesión. El miedo se fue implantando, fuimos cediendo, normalizando. Hoy es rey. Se le llama “espiral del silencio” y no es un fenómeno nuevo. Por fortuna, la agencia Activa México dio a conocer hace poco un estudio que puede resumirse en pocas cifras. 54% opina que no hay libertad de expresión; otra, 63% acepta haber tenido miedo de expresar su opinión abiertamente. En un país atemorizado, las encuestas se dislocan.
El segundo factor es la distracción. En esta era, muchos están atrapados en sí mismos: yo al centro, lo demás es lo de menos. “Pero mamá, si nos va muy bien –clase media alta–, ¿por qué peleas con la 4T?”. Diálogo real. Va una sola cifra: de enero a noviembre del 23, el gobierno asignó 20 veces más dinero a petróleo que a salud. Producimos lo mismo que hace 45 años. Concentrémonos. Todos estamos en el mismo barco. La advertencia no es nueva, el primero que lo dijo fue Adam Smith –ahora hay cifras–, nadie puede ser feliz, por rico que sea, en una sociedad que se desmorona. Es el caso. Alrededor de 35% de los electores son jóvenes y muchos de ellos piensan que, de haber continuidad, para ellos será igual el futuro. Falso. La participación de esos jóvenes puede determinar el futuro de México.
Tenemos que sacudirlos, ellos o sus parejas o hijos o amigos, podrían ser víctimas del canceroso crimen, podrían volver los niños con polio, son ciudadanos de un bellísimo país, que ya no podemos recorrer. No conseguirán empleos de calidad, podrían vivir en un país sin jueces dignos, ahogado en corrupción e impunidad, sin profesores capacitados, sin agua, sin privacidad, contaminado, en el cuál las FA sean una amenaza política. Es lo que está en juego.
Una buena noticia, en el engagement en redes sociales, que es la principal medición de convencimiento, Xóchitl Gálvez arrasa en todas.
“Dime a qué le prestas atención y…”.
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