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Libertad, “hasta para insultar al Presidente”

 

 

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

 

En septiembre de 1916, días después de haber convocado al Congreso Constituyente, Venustiano Carranza decidió modificar el escudo nacional para intentar borrar el recuerdo del porfirismo y también para poner orden en el uso del emblema, del que había muchas versiones. Fue así como se sustituyó el águila de alas extendidas y surgió una versión de perfil, como la que conocemos hoy. Se le conoció popularmente como el “águila carrancista”, o “carranclana”, palabra con la que se designaba a los seguidores del coahuilense.

Paralelamente, el jefe revolucionario mandó recoger todas las monedas de plata que circulaban en la economía y emitió papel moneda, medida que no fue del agrado de los mexicanos. Apareció entonces un verso que un ciudadano anónimo puso a circular en hojas volantes y que decía: “El águila carranclana / es un animal muy cruel: / se come toda la plata / y caga puro papel”.

Molesto por la mofa, Carranza pidió al secretario de Gobernación, su paisano Manuel Aguirre Berlanga, que averiguara quién era el autor del verso. Incluso se ofreció una recompensa a quien delatara al insolente. Infructuosa la búsqueda, tiempo después apareció otro verso, de la misma forma anónima: “Recompensa se propone / ¿Y con qué se paga, / con lo que el águila come / o con lo que el águila caga?”.

Chistes sobre presidentes los ha habido siempre. Por echar mano del humor como instrumento de la crítica o por simple diversión, los mexicanos se han burlado de sus máximos dirigentes. Lo mismo puede decirse del insulto, producto del enojo social. Luego del asesinato de Álvaro Obregón, en 1928, la pregunta que muchos hacían en la calle era quién era responsable del magnicidio. De la picardía nació una respuesta: “Cálles… e”.

Décadas después, el apellido de Adolfo López Mateos fue cambiado por “López Paseos”, dada la costumbre del mandatario de emprender viajes largos y frecuentes.  Cuando Gustavo Díaz Ordaz dijo públicamente que él extendía la mano a los estudiantes inconformes, la contestación de éstos fue que a la mano presidencial tendida había que aplicarle “la prueba de la parafina”.

A Luis Echeverría la sabiduría popular le inventó chistes en los que quedaba como tonto, como aquel en el que, al manejar por primera vez un vehículo automático, el presidente puso la palanca en “R” pensando que era “recio”, pues con la “D” el coche avanzaba “despacio”.

De López Portillo se pueden recordar los aullidos que le dedicaban luego de afirmar que defendería al peso “como perro”, sólo para después anunciar la devaluación de la moneda. A Miguel de la Madrid le dedicaron críticas en rima, como: “salario mínimo al presidente, pa’ que vea lo que se siente”.

 

 

Y así nos podemos seguir con Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Sin embargo, Andrés Manuel López Obrador afirma que él es “el presidente más insultado desde Madero”. No sé si se lo crea, pero lo repite con mucha frecuencia.

Ayer volvió sobre el tema con motivo de la manifestación del domingo pasado en el Zócalo para denunciar las reformas que él impulsa y que sus opositores ven como un atentado a la democracia y la división de Poderes. En México, afirmó el tabasqueño, hay tanta libertad que “hasta se puede insultar al Presidente, lo que no sucedía en décadas”.

En realidad, los mexicanos nunca han necesitado permiso para eso. López Obrador ha sido blanco de chistes e insultos igual que sus antecesores. Puede decirse que, lo mismo que en otros países, se trata de una consecuencia de ejercer el poder. Lo que no es común es que un presidente proteste tanto en público por los chascarrillos y ofensas que le dedican sus gobernados. Incluso en el patio de la escuela se recomienda no quejarse de los apodos, porque ésa es la manera más sencilla de que permanezcan.

Y hay una cosa más que debe señalarse sobre este sexenio: que desde la tribuna presidencial se lancen insultos contra grupos e individuos. Eso sí que no se había visto.

 

 

 

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