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EnviarLa injerencia del crimen es un elefante en la habitación de las elecciones como las verdades evidentes que se preferirían ignorar o pasar inadvertidas. El presidente López Obrador no ve problemas graves de violencia política y menos el avance de un “narcoestado” en el proceso electoral, pero cada vez es más difícil pasar por alto este desafío para la sobrevivencia de la democracia mexicana.
El peligro de hacer campaña en varias regiones no es nuevo, pero sí sus repercusiones en las elecciones grandes de su historia. Los niveles de riesgo y trabas para moverse en el territorio se extienden como el tamaño del proceso, en que se renovará la Presidencia, Congreso federal y locales, nueve gubernaturas y 20 mil cargos públicos a lo largo y ancho del país. En muchos de los distritos más calientes por la violencia e inseguridad, pedir el voto significa confrontar a autoridades locales vinculadas con el crimen o recibir el veto de sus organizaciones para postularse y llegar a gobiernos locales.
En plazas disputadas por los cárteles, los candidatos se ven obligados a alinearse con alguna de las fuerzas beligerantes bajo la amenaza de “plata o plomo”, y los que son incómodos son eliminados o silenciados. Voces que alertan de ello desde el TEPJF, por primera vez con claridad y contundencia, revelan que, además, ahora sus pares en los estados y funcionarios del INE viven historias de “terror”, por presiones y acciones directas contra el proceso, como el robo o relleno de urnas para alterar el resultado o invalidar la votación en municipios. Antes de iniciar las campañas, en lo que va del año, ya se cuentan tres asesinatos de aspirantes a candidaturas municipales de distintos partidos en Chiapas, David Rey (Frente Amplio); en Colima, Sergio Hueso (MC), y en Jalisco, Jaime Vera (PVEM). Las elecciones no son pacíficas en todo el país.
Todo esto para decir que ni a los responsables de organizar y juzgar la elección les cabe duda de la presencia del narco en los comicios; tampoco a la SSPC o la Segob que tienen que preparar con el INE medidas para proteger a los candidatos, como sucede en los últimos procesos. El riesgo obvio es cada vez más difícil de eludirse, pero también es ostensible que a quien más perjudica reconocer el escollo es al partido con mayor presencia territorial de cargos en el país y, además, si encabeza las encuestas. La violencia en las elecciones también sirve para atemorizar y detonar el abstencionismo, que es el mayor nubarrón para Morena en. Quizá eso explique el protagonismo presidencial con un paquete de reformas que atrape la discusión pública en medio del proceso.
El crimen es una presencia incómoda, a la que nos vamos acostumbrando en las urnas. Las elecciones de 2018 fueron las más sangrientas con 48 candidatos asesinados; los comicios intermedios de 2021 sumaron 35 políticos ultimados, pero se catalogaron como más violentas por la cuenta de 782 agresiones contra ellos, según la consultora Etellekt. La violencia política se normaliza como uno de los temas que más tiempo ocupa en los medios durante las campañas, aunque aleje a la gente de las casillas, como ocurrió en Coahuila, Edomex, incluso en la CDMX en 2021, lo que, en alguna medida, está detrás del retroceso electoral de Morena en aquel año.
La problemática no es coyuntural y la impunidad es total. La exhibición de la forma de operar del narco en las campañas se describe hasta Netflix, aunque su financiamiento y la corrupción son difíciles de probar; las investigaciones con base en “testigos protegidos” casi siempre se caen cuando confrontan a los Estados, como le ocurrió a la DEA en 2006 y muchas otras. Para los investigadores evidencia las dificultades, pero es débil consuelo o el reconocimiento de que los avances son mucho más lentos que la penetración del crimen en las instituciones. ¿Cuál será el saldo rojo de la violencia política en 2024? Poco caso tiene especular, pero lo que sí es imprescindible es evitar que —como dijo el magistrado De la Mata— en el futuro llegue a tomar el control de la Presidencia. Y para ello, es imprescindible atender el problema del elefante en la habitación.
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