Luis Wertman Zaslav
- Las vidas de los grandes personajes de la historia a veces se reproducen sin el contexto de las circunstancias y el país que les correspondió vivir. Eso impide que podamos comprender la importancia de sus decisiones, la enormidad de sus capacidades y, también, el origen de sus posibles insuficiencias, las mismas que tiene cualquier ser humano.
Por eso, la mejor manera de aproximarse a la historia, en mi opinión, es a partir de esos testimonios de la época, de las biografías que se escriben y del trabajo de los buenos historiadores. Lo que pesa más en la vida de un líder, de un dirigente, es su legado; pero lo que la explica es su tiempo.
Este año se celebrará a Felipe Santiago Carrillo Puerto. Las monografías que solíamos comprar en las papelerías para las tareas escolares, consignaban que había sido un político y periodista, exgobernador de Yucatán, y uno de los principales líderes revolucionarios del sureste. Sólo que Carrillo Puerto fue mucho más. Si uno quiere adentrarse en la vida de este fascinante personaje, puede empezar con una canción: Peregrina, cuyos autores fueron otros dos grandes yucatecos, el poeta Luis Rosado Vega y el famoso compositor Ricardo Palmerín. La historia narra que los tres fueron sorprendidos por la belleza de Alma Reed, corresponsal de la época de The New York Times –quien fue el amor final de la vida de Carrillo Puerto– e impulsó a Rosado y a Palmerín a dedicarle uno de los temas más interpretados de la música mexicana.
En algunos testimonios, Reed narró que la sorpresa fue mutua cuando miró por primera vez al gobernador de Yucatán. La información que tenía sobre él fue la razón por la que pidió entrevistarse con Carrillo Puerto, lo único que no esperaba era que la fama iba a corresponder, desde su gusto, con el hombre. El mandatario había llamado la atención de su periódico por sus acciones y sus ideas más que revolucionarias a favor de la mayoría de los yucatecos.
Por ejemplo, Felipe Carrillo Puerto había puesto al pueblo maya al centro de sus políticas públicas, lo que no cayó muy bien entre los hacendados y menos con la aristocracia local, que había logrado establecer ciertos lazos con los revolucionarios de la península. Los antecedentes del gobernador tampoco eran apreciados: en su juventud había fundado El Heraldo de Motul, desde el cual criticaba los abusos de autoridades municipales; que se postulara como candidato del Partido Socialista del Sureste y arrasara con 95% de los votos, fue el acabose para muchos intereses en la península. El ahora gobernador Carrillo Puerto no se detuvo ahí, usó su fuerza popular para organizar a los campesinos y a los obreros, repartió tierras a casi 30 mil familias, fijó el salario mínimo para el estado, creo cooperativas henequeneras y, por iniciativa de su hermana Elvia, hizo todo lo necesario para reconocer el derecho al voto de las mujeres yucatecas, lo que lograron. Su discurso de toma de posesión lo hizo en lengua maya.
Pero la administración de Carrillo Puerto había sido todo menos dogmática. Durante su periodo se construyeron carreteras y se invirtió en obras que llevaban años inconclusas o suspendidas. Los programas de apoyo al campo nivelaron por un tiempo la producción de materias primas que concentraban las haciendas y las compañías tuvieron que aumentar salarios y dar prestaciones, bajo la amenaza de la clausura. Una parte de la sociedad yucateca criticaba a Carrillo Puerto por haberle dado la espalda a su clase social, a pesar de que Felipe provenía de una familia de comerciantes y él había tenido varios empleos, entre ellos conductor de ferrocarril. Tal vez era por su carisma, ojos claros y estatura, que lo confundían. Una especie, como escuché hace unos días una definición que alguna vez me dijeron, de “aristócrata del pueblo”.
Para la gente, sin embargo, era el líder social que conocía cada comunidad de su estado y hablaba de ideas de igualdad y libertad. En algunos testimonios, las personas lo llamaban el “apóstol rojo de los mayas”, lo que enfureció a ese sector, al grado de ir a pedir la colaboración de una facción revolucionaria que respondía al sonorense Adolfo de la Huerta (quien después sería presidente sustituto) para derrocar a Felipe Carrillo Puerto, con el pretexto de que éste apoyaba a su paisano Álvaro Obregón. La conspiración fue virulenta y el gobernador depuesto fue fusilado con tres de sus hermanos, en uno de los actos más aberrantes del México posrevolucionario.
Hoy, la figura de Felipe Carrillo Puerto es homenajeada con justicia. No sólo en la efeméride, sino en el reconocimiento de muchas de sus acciones a favor de su pueblo, de sus políticas de desarrollo social, y de un liderazgo que estaba dedicado a la gente menos favorecida, sin dejar a un lado el crecimiento económico y hasta esa idea romántica que tan bien plasmaron Rosado Vega y Palmerín.
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