La palabra es bella fonéticamente y bella por su significado: esperanza. Se trata de un estado del ánimo (del alma) que surge cuando se presenta como alcanzable lo que uno desea. En la esperanza el deseo pierde cualquier viso de fantasía y se vuelve terrenal, no engaña.
Las sociedades se alimentan de esperanzas y la fuerza que surge de ellas no es etérea o vaporosa. Los individuos, las familias, los trabajadores, las empresas, etcétera, deben sus esfuerzos cotidianos a las diferentes esperanzas que nos visitan. Un brillante filósofo alemán, Ernst Bloch –de los muchos que huyeron del nazismo– publicó en 1959 un texto notable –tres volúmenes–, El principio esperanza. En él, Bloch desmenuza con elegancia las diferencias entre una utopía (no existe tal lugar) y la esperanza como condición humana: “No hay hombre que viva sin soñar despierto; de lo que se trata es de conocer cada vez más estos sueños…”. Pero el conocimiento de esos sueños tiene un fin práctico y terrenal “…mantenerlos así dirigidos a su diana eficazmente, certeramente”. Cuando las esperanzas, los deseos fundados, se convierten en realidad, el ser humano ha utilizado la razón en la búsqueda de la plenitud.
Los deseos y las esperanzas cambian entre las sociedades. Gracias a la Encuesta Mundial de Valores podemos compararlas. Un ejemplo, en los países pobres las esperanzas son muy tangibles, mejorar la vivienda, un mejor trabajo, una pensión, seguridad social, educación. En contraste, en los países escandinavos, con un alto ingreso, pero sobre todo, donde la seguridad social, la educación, la vivienda, el transporte, las necesidades básicas de los ciudadanos están cubiertas, los deseos son otros: desarrollar vocaciones muy personales, tener más tiempo libre para actividades alternativas, etcétera.
En México no somos marcianos, tenemos esperanzas muy claras. En 2010, Banamex y la fundación Este País realizaron un estudio, ENVUD, Lo que une y lo que divide a los mexicanos, publicado a lo largo de un año (Este País, 2011-2012). El mundo venía saliendo de una grave crisis económico-financiera. En esa ocasión, a la pregunta “¿diría que usted está en una posición más alta, igual o más baja que la que tenían sus padres?”, la respuesta fue contundente: igual 51%, más alta 35% y sólo 14% contestó “más baja”. Los ánimos no andaban de fiesta, sin embargo un tercio de la población, al mirar hacia atrás, no dudó: mejor. También se preguntó hacia el futuro: “¿Cree usted que sus hijos tendrán una posición social…?”. Igual 34%, más alta 57%. Sólo 7% fue pesimista: más baja. Al indagar sobre el porqué del optimismo, la educación fue casi una redención. “Mis hijos tendrán más, y mejor educación y les irá mejor en la vida”.
Con todos sus defectos y carencias, en ese pasado que hoy quiere ser presentado como infierno, México tuvo avances notables, desde la construcción de los planteles educativos, la cobertura en primaria, secundaria, educación media (a medias), preescolar, educación superior, la multiplicación de las universidades estatales, la elevación del nivel docente, la evaluación sistemática hasta la creación del INEE, y muchos más. Visto en retrospectiva, durante un siglo, la inversión en educación y la profesionalización del tema, avanzaron.
Por primera ocasión en nuestra historia reciente, una administración hace gala de desprecio hacia el tema. Gilberto Guevara Niebla, uno de los grandes expertos en educación, hizo un recuento en diez puntos de los múltiples actos de ese desprecio: lealtad, no idoneidad en la SEP; disminución del presupuesto; evaluación cancelada; formación docente en picada; desaparición de los estímulos, de las escuelas de tiempo completo y de la entidad para mantenimiento de instalaciones; becas sin criterios; castigo a indígenas, campesinos y personas con discapacidad; criterios clientelares. Los resultados de PISA 2022 son la factura. Morena logró un terrible retroceso.
La desesperanza de millones de familias estará justificada.