No sé si el presidente López Obrador tiene algún trauma con volar o con los aviones, si simplemente no le gustan o si considera que eso de volar es demasiado fifí. Quizás en su niñez su sueño fueron los trenes, pero definitivamente nunca fue abordar un vuelo. Lo cierto es que en lo que va de su mandato se ha ensañado con la aviación a niveles difíciles de comprender.
Lo primero fue la cancelación del aeropuerto de Texcoco. El propio Presidente ha dicho que decidió esa cancelación contra el consejo de sus principales asesores. Tendría que haberles hecho caso: sólo para demostrarles a los empresarios que tenía poder, como para acabar de un plumazo con uno de los proyectos de infraestructura más importantes que tenía el país, canceló el nuevo aeropuerto, que ya estaba a un 30 por ciento de su construcción. Para hacerlo hemos tenido que seguir pagando (y lo seguiremos haciendo) durante todos estos años, los bonos que se habían emitido para la construcción, con la diferencia de que es dinero tirado a la basura: pagamos por un aeropuerto que no se construyó, que ahora tendría ya dos años de inaugurado y que sería un hub aeronáutico que, obviamente, no tenemos ni tendremos en el futuro inmediato.
Luego fue el avión presidencial. La cantidad de mentiras que se dijeron sobre el TP-01 es asombrosa. Se intentó hacer de todo, exhibirlo, compararlo con el Air Force One, rifarlo (varias veces), usarlo para fiestas y finalmente se malvendió en una operación que nunca ha quedado clara, a una república satélite de la Rusia de Putin. El Presidente viaja ahora en los aviones de la Fuerza Aérea Mexicana, con las mismas condiciones que hubiera tenido en el TP-01.
Se construyó, en lugar del aeropuerto de Texcoco, el Felipe Ángeles. Es un buen aeropuerto, pequeño, funcional, pero lejos, muy lejos de lo que necesita una ciudad de 20 millones de habitantes, que recibe unos 50 millones de pasajeros por avión cada año. El Felipe Ángeles no funciona como se esperaba por una sencilla razón: no se han construido las vías de comunicación necesarias para hacerlo realmente accesible, y construirlas implica gastos que el gobierno no está dispuesto a asumir. Se han hecho parches, se han recuperado vías, pero lo cierto es que esas vías de acceso siguen sin ser las adecuadas y la gente no lo usa. Una cosa es verdad, la base aérea militar que está en el Felipe Ángeles es una de las mejores de América Latina.
Luego, además de la pandemia, donde a diferencia de muchos otros países no se le dio apoyo alguno a la aviación comercial (que fue el sector productivo que más sufrió con la paralización global que provocó el covid), se perdió la Categoría 1 de aviación para los Estados Unidos. Son contados los países que están en categoría dos (Venezuela, Bangladesh, Malasia, Tailandia, Pakistán, Ghana, Curazao, la Organización de Estados de Caribe Oriental y, entre 2021 y 2023, México). Tardamos dos años en recuperar la Categoría 1 porque no se cumplía con los niveles de seguridad aérea que exigían las autoridades de Estados Unidos. En el camino se removieron una y otra vez a las autoridades del sector.
Más tarde, cuando comenzaba a recomponerse el mercado aeronáutico, el gobierno decidió crear una aerolínea del Estado, subvencionada con recursos públicos, para competirle a las aerolíneas comerciales. La nueva Mexicana costará miles de millones de pesos y no tiene sentido alguno como una operación de mercado: en lugar de impulsar al sector aeronáutico nacional, se le ahorca con un doble mecanismo, la llegada de aerolíneas internacionales que, más temprano que tarde, podrán hacer vuelos de cabotaje en el país, junto con la existencia de una competencia oficial, en manos militares, financiada con recursos públicos.
Pero, como todavía no alcanzaba para terminar de acabar con el sector, se decidió establecer el impuesto del TUA (Tarifa de Uso de Aeropuerto) más alto que se puede encontrar entre los países de la OCDE. Mientras en los aeropuertos de Nueva York el equivalente a nuestro TUA es de cinco dólares, aquí en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, pagaremos 55 dólares en vuelos internacionales y 29 dólares en vuelos nacionales. Además, los servicios aeroportuarios se incrementaron en el AICM nada más y nada menos que 77 por ciento. Los impuestos equivalen en muchos casos a hasta 60 por ciento del precio pagado en vuelos nacionales. Y como si eso fuera poco se redujeron los vuelos, para que las aerolíneas se vean obligadas a trasladarse del AICM al AIFA, aunque eso aumente radicalmente sus costos de operación.
Pero está peor: este año se recaudaron en el AICM 18 mil millones de pesos de TUA, una cantidad muy importante y que hubiera permitido reconfigurar un aeropuerto que está saturado y en muy malas condiciones, pese a los esfuerzos que hace su director, el almirante Carlos Velázquez Tiscareño. El problema es que esos recursos se van, casi completos, a pagar los bonos del aeropuerto que no se construyó en Texcoco. Y al actual AICM no le dan el presupuesto que mínimamente requiere. El peor de los mundos posibles.
Lo que queda claro es que al presidente López Obrador los aviones no le gustan: él, de niño, siempre prefirió los trenecitos.