No lo hizo José Antonio Meade. Tampoco Josefina Vázquez Mota ni Felipe Calderón ni Francisco Labastida. Mucho menos, los aspirantes presidenciales del oficialismo, de Ernesto Zedillo hacia atrás, en los tiempos del PRI hegemónico.
No hace falta decirlo: todos intuyen que los mandatarios en turno algo tienen que ver en la postulación de quienes aspiran a sucederlos, pero, hasta ayer, las formas se habían guardado.
La costumbre dictaba que una vez definida la identidad de quien aparecería en la boleta por parte del partido del gobierno, esa persona no se dejaba ver por las oficinas del presidente en turno. Y si acaso lo volvía a ver, era el día de la toma de posesión. Hacerlo de esta manera tenía su razón de ser.
Ayer, Claudia Sheinbaum –la virtual candidata presidencial del oficialismo– rompió con esa tradición. En algún momento de la mañana, se apersonó en Palacio Nacional.
Nadie sabe si el presidente Andrés Manuel López Obrador pidió verla o viceversa, ni de qué hablaron. A bordo de un Aveo plateado, placas B27-AJH, Sheinbaum ingresó sigilosamente por el estacionamiento del inmueble, cuya entrada está ubicada sobre la calle de Correo Mayor. Salió a las 12:03 y pudo ser captada por un camarógrafo, quien iba de regreso a la Sala de Prensa y alcanzó a grabarla con su teléfono.
Aunque hubo un aparente intento de evitar las miradas –por eso no llegó a Palacio por la calle de Corregidora, como hace la mayor parte de los visitantes– era muy complicado que la visita pasara desapercibida.
Es posible que otros candidatos oficialistas hayan visitado al presidente en funciones, pero, si ocurrió, nunca se supo. ¿Por qué cuidar las formas en estos casos? Porque saber que ambos personajes se reúnen manda señales equívocas: el (la) aspirante recibe línea, el presidente intervendrá en la elección, hay problemas en el equipo o en la campaña, etcétera.
El martes 30 de noviembre de 1993 –hace casi tres décadas–, el presidente Carlos Salinas de Gortari y el candidato priista Luis Donaldo Colosio se vieron frente a otras personas por última vez. Se reunieron en el despacho presidencial, en la casa Lázaro Cárdenas de la entonces residencia oficial de Los Pinos.
Nadie dudaba que Salinas había decidido la candidatura de Colosio. Nadie más intervino. Dos días antes, el dirigente nacional del PRI Fernando Ortiz Arana fue a Los Pinos y el presidente le entregó el nombre en un sobre cerrado. “Ábrelo y dame tu opinión”, invitó Salinas. “No, señor Presidente, mi opinión es irrelevante”, respondió el queretano, quien se llevó el sobre a la sede nacional del PRI y se enteró allí del nombre del ungido, al mismo momento de darlo a conocer.
Ya registrado como candidato, Colosio pasó por Los Pinos a invitación de Salinas, antes de viajar a su natal Sonora. El Presidente había pedido que sus colaboradores más cercanos –una decena de personas– estuviesen presentes en el recibimiento. “No lo van a volver a ver hasta que pasen las elecciones”, les informó Salinas. Nadie dudaba que Colosio era candidato por el dedazo de Salinas, ni que éste iba a hacer todo lo posible para que el ungido se convirtiera en su sucesor. Pero, como sucede con las salchichas y las leyes, el proceso de fabricación no suele mostrarse al público.
En la actual carrera presidencial, lo hemos visto todo: la entrega de un bastón de mando, elemento que no formaba parte de la liturgia sucesoria; la foto de ambos, presidente y candidata, en las ruinas del Templo Mayor, y, ahora, una visita de ella a Palacio Nacional, a mediodía de una jornada laboral.
Nada ha quedado a la imaginación. Hay elementos suficientes para jugar a la especulación, para imaginar cualquier cosa, como el escenario de un maximato, aunque el sentido común nos diga que, de llegar Sheinbaum a la Presidencia, ella hará valer su poder. Sin embargo, en ese caso, los antecedentes que le relato hacen suponer que la ruptura entre ambos probablemente tenga que ser áspera, pudiendo haber sido suave de haberse dejado de inicio las distintas fases de la construcción de la candidatura de Sheinbaum lejos de la vista del público.
Pero así quiso el Presidente que fueran las cosas. Sus motivos tendrá