A lo largo de los últimos meses, he descrito aquí a Guerrero como un estado perdido para la gobernabilidad democrática, en la que la autoridad constituida ha cedido gran parte de sus funciones a la delincuencia organizada.
Ya sabíamos que ésta imponía cuotas a actividades productivas, como la minería; a giros comerciales, como la venta de pollo, y a servicios, como el transporte público.
Sin embargo, los hechos acontecidos la semana pasada en Taxco —donde fueron secuestrados tres periodistas, liberados, afortunadamente, la madrugada del sábado— muestran qué tan superficial era nuestra visión del problema.
Con una historia que se remonta a las primeras décadas de la Conquista, la población se convirtió en un importante centro minero, cuya vitalidad, originada por la plata, aún se puede apreciar en Santa Prisca, el imponente templo de estilo churrigueresco, edificado a mediados del siglo XVIII.
Taxco, donde también se redactó el Plan de Iguala, fue declarado patrimonio cultural nacional en 1990 y, doce años después, fue inscrito en la lista de Pueblos Mágicos. En octubre de 2029 se cumplirán cinco siglos de su fundación.
Lo que sucede en estos tiempos pone en duda las nociones más básicas de libertad, Estado de derecho y soberanía. La ciudad está convertida en una zona de silencio, donde cualquier crítica al yugo que ha impuesto el crimen organizado a sus cerca de 100 mil habitantes es rápidamente reprimida.
A riesgo de que los periodistas locales sufran represalias —como les sucedió a Silvia Arce, Alberto Sánchez y Marco Antonio Toledo, quienes fueron levantados por hombres armados—, usted no podrá leer en Taxco lo que se transcribe a continuación y que me fue relatado por una fuente que conoce muy bien los hechos.
Taxco de Alarcón —como se llama oficialmente la ciudad, en honor de Juan Ruiz de Alarcón, dramaturgo novohispano nacido allí en 1581– bien podría cambiar su nombre a Taxco de Zagal, por la familia que hoy domina la región a nombre del grupo criminal La Familia Michoacana.
Y es que nada escapa a su control, desde la venta de cerveza hasta las obras públicas del ayuntamiento.
Cuando un camión repartidor de refrescos acude a Taxco, sólo puede llegar hasta el libramiento de la ciudad, donde el producto es cargado en camionetas de la familia para luego llegar a las tiendas con sobreprecio. Lo mismo sucede en casi todos los productos e insumos: la plata para los artesanos, los materiales de construcción, el pollo y la tortilla.
Obviamente, la autoridad municipal ha sido capturada por los criminales, comenzado por el presidente municipal, Mario Figueroa Mundo, cuyo secretario del Ayuntamiento, apodado El Pollo, es el personaje que vela por la aplicación de las instrucciones.
Los taxistas taxqueños son obligados a realizar actividades de halconeo, incluso de noche. Entre otras cosas, deben reportar cualquier entrada y salida de vehículos de la ciudad. Si requieren de una refacción, tienen que comprarla en un lugar designado por los delincuentes.
“Dominan tantas actividades lucrativas que el tráfico de drogas ya no es su mayor negocio ilícito”, me dijo la fuente, que pidió el anonimato por el peligro que correría su vida en Taxco si se supiera que me dio esta información. Una de las razones que llevaron al secuestro de los periodistas es la crítica que se hizo en los medios de Taxco de una obra que lleva a cabo un amigo del alcalde, quien hizo abrir una calle.
Con estos métodos, la Familia Michoacana se ha hecho de buena parte del territorio guerrerense. Ahora domina todo el poniente del estado, desde la Tierra Caliente hasta la Costa Grande, pasando por la Sierra Madre del Sur.
La noticia fue opacada por el impacto del huracán Otis, pero con la ejecución múltiple de policías municipales en Coyuca de Benítez, el 24 de octubre, la organización encabezada por los hermanos Hurtado Olascoaga mostró que ya está en los linderos de Acapulco.
El llamado Triángulo del Sol —formado por Ixtapa, Acapulco y Taxco— es un triángulo de terror en el que la autoridad constituida ha sido borrada del mapa.