Desde que asumió el cargo de directora gerente del Fondo Monetario Internacional en 2019, la economista búlgara Kristalina Georgieva ha tenido un asiento de primera fila para observar uno de los ciclos económicos más complejos, y a ratos más desconcertantes, de la historia mundial reciente.
La pandemia de covid y el confinamiento, la alteración de las cadenas de suministro y los frenazos que ello significó para la actividad productiva, la invasión rusa de Ucrania y la interrupción del comercio de granos, la inflación galopante y las consecuentes medidas de política monetaria para contenerla, las variaciones extremas en los precios de los energéticos, así como la reciente escalada militar en Oriente Medio, son algunos de los episodios que le ha tocado atestiguar.
Por ello, y por su experiencia anterior como vicepresidenta del Banco Mundial (2008-2010) y de la Comisión Europea (2014-2016), vale la pena atender lo que dice la también doctora en filosofía.
La semana pasada, durante una conferencia en Washington, organizada por la Sociedad de las Américas y el Consejo de las Américas (AS/COA), Georgieva afirmó que le preocupaba que México no estuviera “haciendo todo lo que puede para aprovechar la recolocación de las cadenas de suministro”, es decir, el fenómeno económico conocido internacionalmente como nearshoring.
“Si ya no quieres estar en China –agregó, entrevistada en un panel moderado por Susan Segal, presidenta de AS/COA– ¿qué buscas? Seguramente lo mismo que tenías en China: infraestructura y logística de excelente calidad”.
Después de escuchar la conferencia, me quedé pensando qué tanto está México consciente del momento extraordinario que está viviendo la economía mundial, mismo que, de sacarle toda la ventaja que puede brindar, podría significar una oportunidad inmejorable para detonar su desarrollo, de esas que sólo se presentan una vez cada siglo.
Lo países que no se ajusten a esta naturaleza cambiante, agregó Georgieva, perderán la posibilidad de incrementar el nivel de vida de sus habitantes. Para ello, indicó, se deben cumplir tres condiciones: infraestructura (incluida la digital), educación y Estado de derecho.
“Si falta una sola de esas tres, no podrá acelerarse el crecimiento del ingreso”, advirtió Georgieva.
Me pregunto qué tanto estará considerada esta disyuntiva –de aprovechar o dejar pasar el nearshoring– en la actual temporada electoral. En los días que han pasado desde el inicio formal de las precampañas, no he escuchado a los aspirantes presidenciales referirse a ella, sino centrarse en atacar a sus rivales, en ocasiones con argumentos bastante pueriles.
Sería bueno saber cuánto estará en las prioridades del próximo gobierno asegurar que el país no pierda inversiones por no poder ofrecer a los inversionistas condiciones básicas para relocalizarse en México, como son dotación suficiente de energía y agua, mano de obra calificada, seguridad pública, certeza jurídica e infraestructura adecuada, etcétera.
Además de que no se percibe una atención plena de los aspirantes presidenciales en esta cuestión, el gobierno federal tampoco parece tener la luz encendida.
De otro modo no se explica que los recursos solicitados como parte del próximo Presupuesto de Egresos de la Federación para invertir en energía y agua hayan sufrido una merma; y que el proyecto más importante del presidente Andrés Manuel López Obrador para estos últimos meses de su sexenio sea echar a andar varias rutas de transporte ferroviario de pasajeros, pese a que no parece existir demanda por dicho servicio y que forzar su entrada en operación podría afectar la inversión en el sector, así como el ritmo de transporte de mercancías.
Mientras en otras partes del mundo está debatiéndose el desarrollo de la inteligencia artificial, el gobierno mexicano está recreando su nostalgia por los trenes, con cargo al erario y sin contar con un plan de viabilidad financiera, como si viviéramos en los albores de la revolución industrial y no en los tiempos de la economía Cuatro Punto Cero.