Martes, Noviembre 26, 2024
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Carlos Llano, filósofo y empresario contemporáneo

 

 

Fernanda Llergo Bay

Fernanda Llergo Bay

 

 

Respetado como filosofo entre los filósofos. Respetado como directivo entre directivos. Respetado como empresario entre empresarios. Respetado como académico entre los académicos. Carlos Llano fue filósofo, empresario, director y académico. Una combinación prácticamente imposible de conseguir que él supo hacer realidad. Fue siempre una persona cercana. Accesible a quien acudía a él, detallista con la persona y sus circunstancias; con sentido del humor ante lo trivial y seriedad ante lo importante. Es sin duda uno de los mexicanos más importantes del siglo pasado. Así definía un buen amigo a Carlos Llano Cifuentes, fundador de la Escuela de Negocios IPADE y de la Universidad Panamericana.

A 90 años de su nacimiento, quiero dedicar estas líneas para que quienes lo conocieron lo recuerden y quienes no, sepan que en México a finales del siglo pasado emergió una figura que hoy es referente en la filosofía y en el management.

Como filósofo, cultivó tanto la historia de la filosofía, como la filosofía temática de orden teórico y de orden práctico (ética y filosofía de la empresa). No todos los filósofos contemporáneos pueden manejarse con soltura en estos dos ámbitos de la actividad filosófica, pero él logró un balance adecuado entre ambos. 

En el ámbito de la filosofía teórica, su principal aportación es que trató de mostrar cuál era el camino para rehabilitar el pensamiento metafísico después de la crítica moderna a la filosofía primera. Propuso reinstalar a Dios y al alma como objetos de reflexión para la filosofía, abonando a favor de la síntesis entre fe y razón.

En el campo de la filosofía práctica nos legó una filosofía de la empresa y del management centrados en la persona, no sólo es importante, sino también esencial, pues se remite a principios antropológicos y éticos claros, y bien fundados para ayudarnos a comprender el fenómeno moderno de las organizaciones.

Ahora me centraré en la figura de Carlos Llano como persona, hablaré de él resaltando sus cualidades y virtudes humanas. Repasando varios de sus propios escritos, así como varios ensayos que configuran un libro recientemente publicado, concluí que a la persona de Carlos Llano puedo definirla como el hombre H: Hombre cabal con visión holística que hizo historia; honesto, honrado. Humano y expositor del humanismo en toda la extensión de la palabra, pues fue maestro de vida y maestro de las “claves de la plenitud humana”. Tuvo y transmitió horizontes amplios con cimientos firmes y gran hondura. Personificó el hábito del quehacer directivo. Comunicó, entre otras cosas, dos binomios interesantes y esenciales: el Hacer-ser, como binomio interdependiente, reiterando la idea de que el “modo de hacer la empresa depende del modo de ser del empresario1 y el binomio que relaciona Hechos-palabras mostrando en lo ordinario, en su actuar personal y en el aula, “la fuerza de los hechos y la debilidad de las palabras”, determinando la importancia de la integridad de los hombres en una empresa. “La fuerza de la integridad se hace presente cuando las personas que la componen cumplen sus compromisos cabalmente, cuando hay modelos vivos de puntualidad, disciplina, laboriosidad y entrega constante”.2

 
Una de las virtudes fundamentales que lo caracterizó fue la humildad: iluminó sin pretender brillar, y nos deja un legado con visión perenne que aporta luces claras ante los cuestionamientos del entorno.

 

 

 

 

 

Resumiría su paso por la tierra como un hombre que disfrutó el viaje de la vida. Acercó dos realidades en apariencia diametralmente opuestas: el mundo de los negocios y el mundo de la filosofía. Cito la frase que Antonio Llano Pando —padre de Carlos Llano— dirigió a su hijo al saber su decisión de enfocarse al estudio de la Filosofía:“A los hombres de negocios, háblales de filosofía y, a los filósofos, háblales de negocios”. Y así lo hizo. ¡Gracias, Carlos!

           

 

  • 1. Llano, C. Ser del hombre y hacer de la organización, p.24

2. Ibidem,  p. 239.