Desolación, vacío, crueldad, barbarie
Yuriria Sierra
Nudo gordiano
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La situación empeora por la inhumana decisión de detener el ingreso de la ayuda humanitaria al puerto.
En las últimas horas, Acapulco: la tragedia sin precedentes. Otis dejó a su paso una estela de devastación, dejando a los habitantes de esta emblemática localidad en una situación absolutamente desesperada. Las autoridades brillaron por su ausencia durante las primeras horas. Una visita relámpago de López Obrador, de la que no hay más evidencia que su traslado en un vehículo militar 4x4 y en un camión de redilas que llegó a rescatarlo del atasco en el lodo del jeep verde olivo. Y nada de la gobernadora, y nada de la presidenta municipal durante las horas siguientes. Ante la devastación y la desesperación ante el paso de las horas, la sed que empezó a escocer, la comida pudriéndose, las calles rotas y el miedo creciente, sumada la falta de electricidad (y de autoridad), comenzó la rapiña, primero en las tiendas pequeñas, después en los grandes almacenes, con la venia de la Guardia Nacional ahí presente. Sin embargo, lo que ha empeorado aún más la situación es la inhumana decisión de detener el ingreso de la ayuda humanitaria al puerto.
Tras el azote del huracán, Acapulco se hunde en el caos.
La destrucción de la infraestructura ha dejado a miles de familias sin agua, luz, alimentos ni medicinas. La desesperación se apodera de los ciudadanos. Ante la falta de respuesta oficial, el hambre y la rapiña se desatan. Saqueos y disturbios estallan en supermercados y almacenes. Se roba no por codicia, sino por pura necesidad. Y seguramente por el temor ante la certeza de que el empleo será inexistente durante muchos, muchos meses. Las autoridades locales han brillado por su parálisis y por su ineptitud. La presidenta municipal y la gobernadora esperan órdenes desde la Ciudad de México en lugar de tomar las riendas. Y el gobierno federal pone trabas burocráticas para que ingrese la ayuda humanitaria, argumentando que primero debe hacerse un censo de daños. Y esto, más que cinismo o mera ineptitud, es un acto de total crueldad que cuesta vidas. Esta decisión, que pareciera fruto de la indiferencia y la falta de compasión, sólo agrava la situación desesperada en la que se encuentran los habitantes de Acapulco. El derecho más básico, el derecho a la supervivencia, está siendo negado a aquellos que más lo necesitan en este momento.
Así, Acapulco se hunde en la anarquía. Los acapulqueños sienten que nadie los protege, que sólo pueden salvarse por su cuenta. Se desmorona el pacto social.
Urge retomar el control de la situación en coordinación con la sociedad civil y los tres niveles de gobierno. Sólo permaneciendo juntos se podrá reconstruir el tejido social antes de que sea demasiado tarde. La barbarie amenaza en convertirse en la constante durante las próximas horas, desatando otra tragedia después de la tragedia.
En horas aciagas e infernales, los lugareños se encuentran sin agua, sin alimentos y sin medicinas. Los almacenes han sido saqueados y cada vez es más difícil encontrar recursos básicos para sobrevivir. En medio de esta crisis, la esperanza de recibir ayuda se desvaneció cuando las autoridades decidieron bloquear la llegada de apoyo externo.
Es fundamental recordar que, en situaciones de emergencia como ésta, la solidaridad y la colaboración son esenciales para afrontar los desafíos. Negar la ayuda humanitaria a una población que se encuentra en una situación tan crítica es un acto inaceptable. Supongo que López Obrador no querrá ser recordado así. Supongo.
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