Al momento de escribir estas líneas habían pasado 18 horas desde que el huracán Otis había comenzado a arrasar buena parte del Acapulco. Es verdad que sorprendiendo a todos, el fenómeno natural pasó de categoría uno a cinco en pocas horas, incrementó su velocidad y pegó en pleno puerto cinco o seis horas antes de lo previsto. La destrucción, por lo muy poco que hemos visto, porque persiste la incomunicación, es enorme.
Todos ésos son imponderables. Lo que sorprende son otras cosas. Por ejemplo, que a casi un día del siniestro prácticamente no haya información oficial. El presidente López Obrador en la mañanera, cuando habían pasado ya ocho horas del cruce del meteoro por el puerto, decía que no tenía datos porque estaban cortadas las comunicaciones. Horas después se dio a conocer que el presidente López Obrador no podía llegar a Acapulco por tierra, donde iba acompañado por otros funcionarios, como si eso no se hubiera podido saber con anterioridad.
Las noticias que llegan del puerto, pocas con confirmación oficial, hablaban de una enorme destrucción, de falta de autoridades, de una completa ausencia de comunicación y de numerosos actos de vandalismo.
La verdad es que lo sucedido y cómo se han dado las cosas no deja de asombrar: tenemos, como país, una gran experiencia y capacidad para afrontar tragedias naturales. En Acapulco me ha tocado cubrir como reportero varias de ellas, como el huracán Paulina en el sexenio de Zedillo y varios eventos más en los años siguientes. Otis parece haber sido un durísimo fenómeno natural, pero nunca había escuchado que la Presidencia de la República, tantas horas después del fenómeno, estuviera incomunicada o que el propio mandatario se lanzara por tierra, sin poder llegar, al epicentro del mismo. Nada de eso tiene sentido: estoy seguro de que existen formas de comunicación que trascienden un celular o que esas horas que han perdido el Presidente y parte de su gabinete intentando llegar a Acapulco por tierra hubieran sido mucho más provechosas coordinando las tareas de rescate desde la Ciudad de México y viajando cuando las condiciones lo permitieran.
El Plan DN-III del Ejército mexicano siempre es el primero en hacerse presente, pero por eso mismo sorprende que hayan pasado tantas horas sin información oficial mientras los rumores crecen como la espuma.
Me temo que el huracán ha tomado a las autoridades desprevenidas ante un fenómeno de esta magnitud y no han reaccionado a tiempo y tampoco parece que haya habido suficientes medidas ante lo que estaba por ocurrir.
Más allá de todo esto, también la tragedia nos encontrará sin instrumentos que han demostrado ser útiles y necesarios como el desaparecido Fondo Nacional para Desastres Naturales (Fonden).
El Fonden fue creado originalmente en 1996 y comenzó a funcionar plenamente en 1999, cuando se emitieron sus primeras Reglas de Operación. Apoyaba a estados y municipios afectados por desastres naturales casi en forma inmediata, con el suministro de comida o medicamentos, cubría, además, tareas de reconstrucción en viviendas y servicios públicos dañados por un siniestro porque tenía recursos permanentes para hacerlo.
El Fonden funcionó con reconocida eficacia, casi siempre de la mano con el Plan DN-III, hasta que en 2020 se decretó su desaparición. Desde entonces, salvo el DN-III y en algunas zonas el Plan Marina, no hay ninguna política oficial para un apoyo pronto y expedito a estados y municipios en caso de desastres naturales.
El gobierno federal decidió que desapareciera el fondo y que cada dependencia federal, con su propia capacidad operativa y presupuestal, se hiciera cargo de las tareas relacionadas con su actividad ante los desastres. O sea, regresar a como estaban las cosas hasta que se creó el Fonden, precisamente para solucionar esos conflictos. Como dijimos cuando se tomó esa decisión, lo que ocurriría sería inevitable: más allá de la buena o mala voluntad política, las tramas burocráticas dificultarían la llegada de ayuda, y cada dependencia regatearía sus recursos. El gran mérito del Fonden era que desde allí se distribuían los recursos, así como la ayuda en forma centralizada e inmediata.
El presidente López Obrador dijo que el Fonden fue desaparecido porque era un nido de corrupción. Puede ser, pero entonces lo que había que hacer era investigar la corrupción y, si existía, denunciarla y castigarla, y permitir que una instancia que había demostrado su necesidad y eficacia, incluso al inicio de este sexenio, siguiera funcionando.
Desde 2020, la ayuda en caso de desastres naturales llega en forma muy desequilibrada y a veces, lo hemos visto y exhibido, no llega a los afectados por desastres naturales. Siempre, en caso de un desastre natural, llega el Ejército, en las costas, la Marina o, ante los cortes de energía, la CFE, pero la ayuda para la gente o los recursos para que los estados y municipios comiencen a atender los daños no llega o tarda en hacerlo. Pareciera que lo que se quiere demostrar es que quede claro que esa ayuda viene del gobierno federal y de sus distintas dependencias, no de municipios y estados, aunque, en el camino, sufran las víctimas.
Para prever los daños y actuar con rapidez se necesitan instrumentos que vayan más allá de la ayuda que pueden dar las instituciones militares y, para eso, se requieren recursos centralizados y operados en forma efectiva y eficiente. Desde que desapareció el Fonden, eso se ha perdido y en esta ocasión parece que perdimos, incluso, la capacidad de actuar con debida antelación ante un fenómeno brutal.