Martes, Noviembre 26, 2024
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Encinas: la sorpresa

 

 

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

 

 

El miércoles 18, en su cuenta de X, la virtual aspirante presidencial del oficialismo Claudia Sheinbaum informó que había invitado a Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, para integrarse a su equipo.

Fue la primera noticia de que Encinas dejaría su cargo en el gobierno federal. Dos días antes, el presidente Andrés Manuel López Obrador había dicho que no habría más renuncias en su gabinete por las elecciones de 2024. “A menos –acotó– que haya más sorpresas”.

Fiel a su estilo, Encinas no abrió la boca. Es conocido por su renuencia a hacer declaraciones. Fue necesario que, en la mañanera de ayer, el propio Presidente confirmara la noticia.

Nacido en la Ciudad de México en 1954, Encinas es economista, egresado de la UNAM. A principios de los años 80 fue profesor y dirigente sindical en la Universidad de Chapingo. Militó en el Partido Comunista y, entre 1985 y 1988, fue diputado federal por el PSUM. En 1989 se integró al PRD, cuando el PMS cedió su registro para crear aquel partido. Fue secretario de Medio Ambiente del gobierno capitalino encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas.

Cuando López Obrador fue jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, Encinas fungió como secretario de Desarrollo Económico (2000-2002) y luego secretario de Gobierno (2003-2005). Le tocó sustituir a López Obrador, como jefe de Gobierno, cuando éste compitió por primera vez por la Presidencia de la República. Entre 2009 y 2012 fue nuevamente diputado federal y, durante los siguientes seis años, senador de la República. Fue dos veces candidato al gobierno del Estado de México (1993 y 2011). Del 1 de diciembre de 2018 hasta el día de ayer, fue subsecretario de Gobernación.

Su inopinada salida del gabinete dejó una serie de asuntos sin concluir: la investigación del caso Ayotzinapa; la sistematización de la búsqueda de personas desparecidas, y la operación del mecanismo de protección para periodistas y activistas de derechos humanos. 

En el primer caso, elaboró un informe (18 de agosto de 2022) que calificó los hechos de septiembre de 2014 como “crimen de Estado”, aunque dejó muchas dudas entre los familiares de los normalistas desaparecidos. Su labor lo llevó a confrontarse con el Ejército, al punto de que el subsecretario filtró al diario The New York Times (23 de mayo de 2023) que su teléfono había sido hackeado por militares, cosa que el presidente López Obrador confirmó en una mañanera, aunque nada hizo al respecto. 

En febrero de 2022, se entrevistó en Israel con Tomás Zerón de Lucio, exdirector de la Agencia de Investigación Criminal, exiliado en ese país y a quien el gobierno federal quiere ver procesado por su papel en las pesquisas del caso Ayotzinapa. La conversación, de tres horas, fue grabada sin que Encinas supiera y la transcripción apareció el 7 de abril de este año en el diario israelí Yedioth Ahnorot.

El 27 de septiembre pasado, Encinas afirmó que Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Ciudadana de la capital y aspirante a la candidatura de Morena a la jefatura de Gobierno en 2024, había participado en una “junta de autoridades” que armaron la llamada “verdad histórica” del caso Ayotzinapa.

La búsqueda de la postulación por parte de García Harfuch lo ha convertido en blanco de la peor campaña de linchamiento interno que haya sufrido personaje alguno del oficialismo. Vaya, ni Marcelo Ebrard ha sido tan denostado. El señalamiento de Encinas ha sido voluntaria o involuntariamente parte de esa andanada. Por eso sorprende la invitación que Sheinbaum hizo Encinas para sumarse a su equipo. ¿Se trata de una medida para proteger a su exsubalterno de dichos golpes o un guiño al sector radical que lo atiza? Una fuente consultada ayer me dijo que la responsabilidad que Sheinbaum encargará a Encinas será la recuperación de las alcaldías arrebatadas a Morena por la oposición en 2021.

En todo caso, la razón de su incorporación al equipo de la exjefa de Gobierno; el hecho de que no queda claro si su salida del gabinete fue renuncia o remoción, y el momento en que ocurrió el movimiento son tres dudas del enigma Encinas. O la “sorpresa”, como diría López Obrador.

 

 

 
 
 

Escupir al cielo

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

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Desde el inicio de la actual escalada del conflicto entre Israel y la organización terrorista Hamás, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha fijado una postura personal al respecto –que se ha quedado corta de la expresada por la Secretaría de la Relaciones Exteriores– mediante frases que no rebasan una decena de palabras cada una.

Algunas de ellas son las siguientes: “Nosotros somos partidarios de la paz”; “México está en contra de las guerras”; “Lo más importante es que no haya pérdidas de vidas”; “No queremos la confrontación, no queremos la violencia”; “Hay que pensar en garantizar el derecho a la vida”; “Que en la ONU se busquen acuerdos de paz”, y “No queremos víctimas por las guerras”.

Obvio, no está mal condenar la guerra y desear la paz. Nadie que haga público un planteamiento así puede meterse en problemas. Se trata de un lugar común, digno de un certamen de belleza.

Además, es mucho más fácil proponer la paz cuando uno proviene de un lugar que sufre poco los estragos de la violencia, porque la sociedad en la que vive ha construido las condiciones para vivir en paz. Por eso, el premio Nobel de la Paz se entrega en Oslo. Sería un contrasentido hacerlo en Cali, Ciudad del Cabo, Nueva Orleans o Zacatecas.

No sé si el mejor lugar para hablar de paz sea México. A juzgar sólo por el número de víctimas, sería más lógico que el primer ministro de Israel y el presidente de la Autoridad Palestina expresaran su deseo de que México algún día la alcance, en lugar de que sea el mandatario mexicano quien desee lo mismo para las naciones de Oriente Medio.

Y es que han muerto asesinadas más personas en nuestro país en los últimos cinco años que en un siglo de conflictos entre árabes e israelíes. De acuerdo con datos de la Jewish Virtual Library –compilados a partir de fuentes como el Monitor Palestino de Derechos Humanos, el sitio Wars of the World y el diario británico The Guardian– en los conflictos entre árabes e israelíes que ha habido desde 1920, mucho antes de la fundación del Estado de Israel, han muerto por la violencia del otro bando 116 mil 342 personas (24 mil 981 israelíes y 91 mil 361 árabes). Durante el gobierno del presidente López Obrador han sido víctimas de asesinato doloso, hasta el 12 de octubre pasado, 168 mil 175 personas (fuente: T-Research), sin considerar a los desaparecidos que probablemente no vayan a ser encontrados con vida (unos 44 mil).

Es cierto, la población de México es muy superior a la de los países de la región (Israel tiene 9.2 millones de habitantes; los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza, 5.4 millones; Líbano, 5.1 millones, y Siria, 23.2 millones. La cosa sólo se empareja si sumamos en la ecuación a Egipto, como país que peleó las guerras de 1967 y 1973). Sin embargo, el plazo en el que México acumuló esos 168 mil asesinatos es veinte veces más corto que el lapso en el que el conflicto árabe-israelí acumuló sus 116 mil víctimas. 

 

 

 

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Con esa realidad, el llamado a la paz en Oriente Medio que ha venido haciendo el Presidente mexicano corre el riesgo de que los involucrados y los observadores le pregunten “¿y qué está haciendo México para lograr la paz y qué resultados ha dado su estrategia?”. El gobierno podrá convencerse a sí mismo de que va por la ruta correcta, y podrá tratar de engañar a otros, pero los números no mienten: en este país se sigue asesinando a más de 80 al día.

No sólo eso: pese a que en los últimos 12 días hemos visto imágenes terribles que llegan de Oriente Medio –como israelíes asesinados después de ser mutilados y quemados, y palestinos aplastados por los escombros de edificios bombardeados–, todavía no hemos sabido de situaciones en que las partes en conflicto obliguen a sus víctimas a asesinarse entre ellas, como sucedió hace dos meses en Lagos de Moreno.

Con lo que ocurre en Michoacán, Zacatecas, Chiapas, Guerrero, Jalisco y Guanajuato, entre otros estados, México no puede llamar a la paz sin lanzar un viscoso y maloliente escupitajo al cielo.

¿O en esos lugares no hay que garantizar el derecho a la vida?