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Hoy se cumplen 55 años de la matanza de Tlatelolco, la cual marcó a los sobrevivientes.

50 años de México 68

 

2 de octubre del 68, recuerdo "impregnado en la piel y el cerebro"

Myrthokleia Adela González Gallardo, una de las 10 mujeres del Consejo Nacional de Huelga (CNH) y conductora del mitin en la Plaza de las Tres Culturas, y según reportes de la DFS “muy metida” en el Movimiento Estudiantil, cuenta a Excélsior lo que vivió en Tlatelolco hace 55 años

ANDRÉS BECERRIL | 05:55 hrs.
 
2 de octubre del 68

Hoy se cumplen 55 años de la matanza de Tlatelolco, la cual marcó a los sobrevivientes. Foto: Archivo Histórico Excélsior

 
 

Myrthokleia Adela González Gallardo dice que el recuerdo de lo que vivió hace 55 años en la Plaza de la Tres Culturas de Tlatelolco y sus consecuencias “lo traigo impregnado en la piel y en el cerebro”.

González Gallardo es una sobreviviente de la masacre estudiantil de 2 de octubre de 1968. Estuvo en el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua, junto con los cuatro oradores programados, ella fue la conductora del mitin, le ganó por un voto a la representante de odontología de la UNAM, Marcia Elena Gutiérrez Cárdenas.

Myrthokleia fue herida por esquirlas en la mano izquierda. La zarandearon y amenazaron de muerte.

Estuvo detenida en un departamento de la planta baja del edificio Chihuahua con el grupo de “especiales” que “quieren con vida”. Fue llevada a la Cruz Roja de Polanco donde la dejaron en bata y así fue sacada rumbo a una instalación de la Procuraduría y de ahí a las oficinas de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en avenida Juárez. La llevaron a los separos de Tlaxcoaque —donde estuvo varios días—; la trasladaron al Hospital de Traumatología de Balbuena, donde una enfermera, identificada como Ana María Monroy, la rescató —como a muchos otros estudiantes, junto con un grupo de doctores y enfermeras—, estuvo en varios lugares hasta que el 25 de octubre de 1968, durante la clausura de los Juegos Olímpicos México 68, disfrazada y con la ayuda de personas que apoyaban el movimiento estudiantil, rompió el cerco policial contra los estudiantes y pudo salir del radar de la justicia, con destino a Guadalajara.

A principios de la primera alternancia política en México, en 2001, la maestra Myrthokleia Adela González fue al Archivo General de la Nación (AGN) a buscar su expediente. Lo encontró, se trata de un informe del agente número 69 de la DFS, Carlos A. Gutiérrez que, entre otras cosas, acusa que González Gallardo es “METIDA (con mayúsculas) en el movimiento estudiantil”; miente sobre que fue llevada al Campo Militar Número Uno y sostiene: “la DFS concluye que por análisis de documentos recogidos que esta persona  (González Gallardo) está “muy metida” en el movimiento estudiantil…”. Y menciona los efectos que se encontraron dentro de la bolsa que la entonces joven perdió en el intento de huir a la represión en el edificio Chihuahua.

 

 

 

 
 
 
 
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Hoy, 2 de octubre de 2023, González Gallardo —hace 55 años, alumna del cuarto año en la Escuela Técnica Industrial Wilfrido Massieu, en el Politécnico; una de las 10 mujeres del Consejo Nacional de Huelga; hija del ingeniero Agustín González López, quien fue parte de la Coalición de Maestros en el Movimiento Estudiantil- vive para contar a Excélsior su historia, en donde dice, empezó a cambiar la vida de México hacia mejores estadios “de justicia social y libertad de expresión”.

No es la primera vez que González cuenta esta historia, pero sí la primera que hace públicas fotografías del momento en que es sacada en bata de la Cruz Roja; otra, muchos años después, junto a la enfermera Monroy que la rescató y documentos que sobre ella permanecen en el AGN.

 

 

 

NOMINACIÓN FORTUITA

González Gallardo empezó su remembranza así:

“El día 2 de octubre (de 1968) fui a Zacatenco a entregar dos cajas de medicamentos; entonces empezaron a decir los compañeros que había asamblea en ESIME (Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica) en Zacatenco, y me presenté al auditorio, y el que estaba dirigiendo la asamblea mencionó que las mujeres también estábamos luchando hombro a hombro con ellos, entonces que le tocaba a una mujer ser maestra de ceremonia del mitin que iba a ser ese día y mencionaron a Elena Marcia (Gutiérrez Cárdenas), de odontología de la Universidad y a mí, que soy Myrthokleia Adela González Gallardo, del Politécnico.

“Yo quedé como maestra de ceremonias del mitin, entonces mencionaron a cuatro compañeros más como oradores, a Florencio López Osuna (que tocaría en tema de la situación política del momento), y a otros tres más (José González, con el tema de las distintas luchas a seguir; David Vega, su tema era sobre las brigadas, y Eduardo Valle, el famosos Búho, con el tema de la huelga de hambre); entonces nos fuimos a un salón, lo preparamos, después nos fuimos a comer y de ahí nos fuimos a Tlatelolco”.

González Gallardo recordó que como ella ya trabajaba y tenía dinero, con el grupo de muchachos que llegó a la Plaza de las Tres Culturas, “en la tienda del edificio Chihuahua entré a comprar cigarros para ellos, yo no fumaba; entonces la de la tienda nos dice, ‘a ver muchachitos, ¿a dónde van?’, y le dijimos, ‘aquí a la terraza del edificio Chihuahua’, y dice ‘pues, tengan cuidado, porque aquí cerca está el Ejército en las calles de Violeta’; nos volteamos a ver y dijimos: ‘no vamos a hacer nada malo’. Nos salimos y subimos al tercer piso”.

La maestra González, que ayer domingo 1 de octubre se presentó en Los Pinos para hablar de su experiencia de hace 55 años, dijo que al subir “les informé a los demás compañeros del Consejo Nacional de Huelga sobre lo que dijo la señora de la tienda. Y nos esperamos a que dieran las seis de la tarde para iniciar el mitin, porque originalmente iba a ser una caminata de Tlatelolco al Casco de Santo Tomás, para pedirle a los militares que entregaran las escuelas del Casco de Santo Tomás, pero se decidió ahí mismo que fuera el mitin, entonces todos nos quedamos en Tlatelolco.

“Ya dieron las seis y empecé a hablar y a mencionarles que el primer orador era Florencio López Osuna, entonces el terminó su tema, lo que tenía que informar y empezaron a pasar los helicópteros. Pasó uno y soltó una luz verde, a la altura de la iglesia, yo estando de frente a la iglesia, del lado izquierdo, soltaron una luz verde y enseguida pasó otro helicóptero, vi que soltó una verde y una roja y fue cuando se desató la balacera, entonces, me decían los compañeros, ‘diles que no corran, que son de salva, que son provocadores’; lo dije dos veces y alguien me arrebató el micrófono, y entonces me asomé por el balcón y vi cómo caían las personas”.

“PARA ATRÁS, CABRONES…”

González Gallardo recordó cómo los jóvenes que estaban del lado izquierdo del balcón corrieron hacia el elevador. “Pinché el botón al elevador para que se abrieran las puertas y cuál fue nuestra sorpresa, que estaba los de guante blanco (el Batallón Olimpia) con las metralletas. Y nos dijeron ‘para atrás, cabrones, al suelo y con las manos en la cabeza, porque aquí se los va a cargar la chingada’.

“Seguía el tiroteo, a mí me tocó un rozón en la mano izquierda. Después siguió y siguió la balacera. No supe a qué hora paró, me jalaron, primero, hacia las escaleras, y después me levantan dos, no sé si eran agentes o militares, pero me levantaron y me preguntaron por Sócrates (Campos Lemus), que si se había ido para el piso de arriba o se había bajado, yo les dije ‘a ese señor no lo conozco’, y empecé a decirles ‘no me dejen sola, no veo’; entonces me cargaron en sillita, juntando sus manos entre dos y me bajaron a la planta baja, a un departamento. Ahí nos entregaban a unas personas que estaban en el departamento, que nos agarraban la ropa a la altura del pecho, nos madreaban y nos quitaban lo que traíamos.

“Cuando me iban agarrar, los mismos que me llevaron en sillita me jalaron y dijeron ‘a esta no, porque es la muchachita especial y la quieren viva’; y me dejaron en otro rincón. Llegaron más muchachos y éramos como diez en un rincón y de otro lado estaba atascado de chavos, los 10 éramos los que llamaron especiales”.

La exestudiante politécnica, la única en su clase hace 55 años, dice que perdió la noción del tiempo y que no tiene claro a qué hora la sacaron de ese departamento arriba de una camilla con rumbo a una ambulancia.

“Y llegaron otros hombres y le dijeron al chofer de la ambulancia, ‘a esta no la vamos a llevar porque traemos orden de aprehensión’; entonces les reclamó, ‘no, con los heridos no se van a meter… nos la tenemos que llevar’; discutían mientras  yo estaba arriba de la ambulancia y les dije ‘por dónde quieren que me baje, no veo’; entonces me llevaron a otra ambulancia y me llevaron a la Cruz Roja de Ejército (Nacional), ahí me revisaron los doctores y no supe cuánto tiempo estuve ahí; me amarraron de pies y manos, yo creo que para que no me escapara, y después me sacaron los agentes y me entregan a la Procuraduría que estaba en la calle Tres Guerras (cerca de la Ciudadela), ahí me botaron en un sofá; ahí estuve toda la madrugada sin dormir y ya en la mañana llegó otro señor y me dice, ‘qué hace usted aquí’, porque yo nada más traía la bata del hospital, porque nos quitaban ropa, zapatos, todo; entonces le dije ‘es lo que yo quisiera saber, por qué estoy aquí’: entonces me agarraron dos hombre más y me llevaron al estacionamiento y me entregaron a la Federal de Seguridad que estaba en avenida Juárez, en el segundo piso.

DECLARACIÓN EN TLAXCOAQUE

“Ahí me estuvieron pregunte y pregunte, me enseñaban fotografías y querían que les dijera los nombres, y nosotros quedamos que no nos íbamos a aprender los nombres, sino las escuelas, entonces a mí no me pudieron sacar nada y me hacía la loca; me daban jugo, me daban pastillas y yo se las tiraba, como si estuviera mal, no les recibía nada ni tomaba nada, porque mi papá desde chiquitos nos platicó que había la pastilla de la verdad y la inyección de la verdad, me acordé de eso. No sé cuánto tiempo estuve ahí, y después me llevaron a los separos de Tlaxcoaque, ahí sí ya tuve que declarar, ya con mi segundo nombre, y me pusieron en un separo, el número 18, ahí estuve... no sé, varios días; como vi que nadie me sacaba, me empecé a revolcar en el suelo y a jalarme los pelos y a gritar y los agentes se asomaban y decía, ‘esta pinche vieja que se muera…’ y después llegó otro señor y abre el candado y me saca y yo dije entre mí, ya me amolé, me van a tomar la huellas digitales, ya voy a quedar fichada”.

Sin saber qué fecha era, González Gallardo recuerda que su “crisis” actuada ayudó para que la sacaran de los separos policiacos y la llevaran al hospital de traumatología de Balbuena.

“Los agentes le dijeron a un doctor, ‘aquí se la traemos para que la inyecte, y la vamos a regresar’; entonces el doctor me preguntó ‘¿por qué la trajeron?’, yo le dije, ‘no sé, yo pasaba por Tlatelolco y me agarraron’; y me dice ‘qué le parece si la interno’; ‘como usted diga, doctor’; y entonces llamó a una enfermera, me metieron a un cuartito, me tomaron presión, me tomaron la edad, y varios datos más.

“Al día siguiente llega la del MP a que declarara y a hacerme preguntas qué que hacía en mis ratos de ocio, qué tipos de libro leía, que si andaba armada, que si sabía hacer las bombas molotov. Entonces yo gritaba ‘llévense a esta piche vieja que me va a volver loca; llévense a esta vieja que me va a volver loca’. La quitaban de encima y los doctores le decían, ‘hasta que se tranquilice’; y entonces me pasaron a otro piso, y ahí me tapé hasta la cabeza para que no me vieran, no sé cuántos días estuve ahí.

“AHORITA O NUNCA”

“Y un equis día, estaba amaneciendo y pasa una enfermera y me dice ‘¿usted es la muchachita que no puede caminar?’ le dije ‘sí’, y ya se siguió y después pasa otra y me dice ‘ahorita o nunca’; y le digo ‘¿qué tengo qué hacer?’ y me dice, ‘sígueme’, y la seguí, me encerró en un baño, fueron horas las que me tuvo ahí.

Y cuando va por mí me dijo, ‘ves ese pasillo...’ yo lo veía eterno; ‘vas a correr hasta allá’. Las dos corrimos. Íbamos para la salida por atrás del hospital, y pues ya salimos, me trepó a un taxi que estaba desocupando un paciente y ella le dijo al taxista que nos sacara, pero ya, y él hombre dijo ‘mire cómo está de vigilado el hospital por los militares’; y sí, logramos salir de ahí. Esa enfermera me llevó con unos chamaquitos que juntaban cartón y cosas de esas y ellos me compraron leche y me atendieron todo el día, y me dijo ‘regreso al hospital a ver cómo se puso la cosa’; y entonces regresó hasta la noche, lo raro fue que regresó con ropa mía y ella me dio la ropa de ella, entonces ya me vestí ahí, les dio gracias a los muchachitos y nos trepamos a un camión, ya para eso era de noche y me llevó a otra casa de otra enfermera, entonces ahí estuve tres días y al tercer día tocaron el timbre de la casa y la señora me dijo ‘sin mover la cortina, ve si conoces a ese señor o no’; le dije ‘sí lo conozco, es el chofer del doctor de la familia’; entonces le abre el zaguán, abrió la cajuela y ahí me fui, hasta el Estado de México, me llevaron con otra familia que estaba de acuerdo con el movimiento y recibía a quien fuera y ahí me tuvieron, me compraron ropa, me dieron de comer, hasta que fue un doctor particular a quitarme las esquirlas de la bala que tenía en la mano y me recetó pastillas para los nervios”.

Myrthokleia Adela González Gallardo estuvo en ese domicilio hasta el 25 de octubre de 1968, día de la clausura de los Juegos Olímpicos México 68 y fue el pretexto para emprender la huida del cerco policiaco que se había configurado contra los jóvenes. “Me disfrazaron, me pusieron pelo largo y me llevaron fuera de la ciudad, rumbo a Guadalajara, y me llevaron a otra casa, así fue…”.