Fue un desfile, por las calles principales de San Gregorio Chamic, en la carretera Panamericana, muy cerca de Frontera Comalapa y casi en los límites con Guatemala. Dos largas hileras de pobladores aplaudían y celebraban a los marchistas, que iban con carros blindados, poderosas ametralladoras, uniformados. Pero no eran nuestros soldados, eran integrantes del Cártel de Sinaloa que desfilaban por el pueblo anunciando la llegada de esos refuerzos para la lucha que libran con el Cártel Jalisco Nueva Generación para controlar toda esa región de la frontera desde hace meses.
Resulta incomprensible que del lado guatemalteco, ante la presencia de los criminales exhibiendo armas de alto poder, se pusieran 400 elementos en alerta, mientras que en México no apareciera ni la más mínima sombra de las fuerzas de seguridad. Los criminales organizaron el evento, convocaron medios y gente, desfilaron, se instalaron en la zona y no pasó nada. ¿Quién manda allí? Los criminales.
Eso es lo que llamamos empoderamiento criminal: por esa misma carretera desfilaban hace unos 30 años, indígenas zapatistas que también desafiaban al Estado, pero que tenían una agenda política que permitió finalmente negociar y llegar a acuerdos con ellos. Ahora, prácticamente borrados los zapatistas por los grupos criminales, son éstos los que desfilan. Pero con ellos no hay agenda de negociación ni acuerdo posible: el objetivo de los grupos criminales es acumular en forma ilegal recursos y para eso necesitan acabar o neutralizar las fuerzas del Estado, no hay más agenda que el dinero ilegal.
Eso es lo que no entiende la estrategia de abrazos, no balazos y por eso es un rotundo fracaso. Desde hace meses el Estado mexicano no se hace presente en Frontera Comalapa, como en muchos otros lugares de Chiapas y del país, y deja a la población en manos de los criminales. Los asesinatos, extorsiones y secuestros son cotidianos, los desplazados suman miles, y esas rutas sirven para introducir desde armas y drogas hasta migrantes. El único límite para los grupos criminales son los otros grupos criminales con los que se disputan el territorio.
Un par de meses atrás, luego de uno de esos enfrentamientos entre los grupos locales del Cártel de Sinaloa y el CJNG, que provocó el desplazamiento de decenas de familias indígenas, llegaron elementos de la Guardia Nacional a Frontera Comalapa. Se instalaron en la cabecera municipal e hicieron recorridos. No sirvió para nada porque no hubo acción alguna contra los delincuentes, que siguieron operando en la periferia de la cabecera y ahora, como lo vimos, en plena carretera Panamericana (que por su conexión con la frontera y lo delicado de la zona tendría que ser considerado un espacio clave de la seguridad nacional y ser tratado como tal) desfilan los criminales, recibidos con vivas por los pobladores y nadie los molesta.
Se dirá desde el púlpito de la mañanera que actuar contra ellos producirá víctimas. Y es verdad. El punto es que las verdaderas víctimas, los pobladores, los más pobres entre los pobres, son sacrificadas todos los días, de una u otra forma (al mismo tiempo que desfilaban los del Cártel de Sinaloa en Frontera Comalapa a poca distancia de allí, en Motozintla, el CJNG mataba a cuatro personas). Son los criminales los que se quedan con territorios, los que secuestran jóvenes para entrenarlos como sicarios y mujeres para abusar de ellas, ellos imponen desde el precio de la tortilla hasta el del posh y permiten o no los servicios esenciales.
No hay ningún operativo de seguridad en la zona, ningún intento de recuperación, de restablecimiento del orden ni tampoco, por lo que vimos este fin de semana, alguna intención de recuperar el control social que han ganado estos grupos criminales. E insisto: eso ocurre en la frontera sur del país, en un área que por sí misma debe ser considerada de seguridad nacional.
No vamos a repetir ahora todo lo sucedido con el zapatismo, pero a partir de su levantamiento en 1994, el Estado mexicano puso en marcha todo un amplio mecanismo que incluyó desde iniciativas políticas hasta militares y de seguridad, y construcción de infraestructura. Negoció con los zapatistas y llegó a un acuerdo de paz, pero al tiempo que recuperaba espacios y territorios clave como para poder hacerlo. Si lo vemos en retrospectiva, el zapatismo se quedó en sus bastiones y se fue diluyendo en parte por sus contradicciones internas, pero el Estado como tal nunca perdió el control de territorio.
Hoy contra los cárteles del narcotráfico, mucho más peligrosos y siniestros que los zapatistas, simplemente no hay acción ni reacción, nadie pone siquiera límites. El gobierno estatal de Rutilio Escandón no dice ni una palabra ni ahora ni nunca; el gobierno federal ignora un fenómeno que considera intrascendente. No hay forma de que lo sea, pero mucho menos cuando lo mismo ocurre todos los días en muchos otros lugares del país.
LOS REGISTROS Y LA CONVOCATORIA