Martes, Noviembre 26, 2024
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La polémica sobre los libros de texto

 

Fernando Belaunzarán

Fernando Belaunzarán 

 

Ante la inconformidad, los hechos consumados. Un alud de críticas se ha desatado al conocerse los contenidos de los nuevos libros de texto gratuitos, pero ante la incapacidad de refutarlas con algo más que ampulosas consignas contra el neoliberalismo y la colonización, las autoridades aducen que ya están impresos y ni modo de desperdiciarlos. De ahí pasan al consabido chantaje moral, acusando a los numerosos detractores de querer destruirlos.

Es sintomático de la degradante polarización que, ni en un asunto educativo de la mayor importancia, los responsables de las políticas públicas en la materia puedan abrirse a una deliberación informada, respetuosa y constructiva. Si la discusión no se dio antes de que se publicaran los ejemplares se debió a la opacidad e incluso secrecía con la que fueron elaborados. Quienes actuaron unilateralmente para imponer los contenidos de los libros, violando la legislación que obliga a una consulta amplia, son los mismos que alegan que ya no hay nada qué hacer e ignoran los amparos. Usan su propia falta para saldar la cuestión.

La SEP asegura que participaron en su elaboración decenas de maestros, pero como reservaron la información por cinco años no se puede constatar quiénes fueron, cómo se desarrollaron las reuniones y cuáles fueron las razones esgrimidas para definir, parte por parte e integralmente, los contenidos de los libros. El INAI lleva meses inoperante por el sabotaje que sufre por parte de la mayoría gregaria en el Senado y, por lo mismo, seguiremos con la duda, al menos por un tiempo.

Lo notorio es la urgencia y, con ella, la improvisación y falta de rigor. No se esperaron siquiera a cambiar los planes de estudio antes de elaborar los libros, tal y como está estipulado. Tampoco se esperaron a capacitar a los maestros con las técnicas pedagógicas que proponen, basadas, según dicen, en las ideas de Paulo Freire, aunque éste las pensó para educar a adultos, quienes aprenden de manera distinta a los niños. Por supuesto que puede haber adaptaciones, pero no deben hacerse sobre las rodillas.

Es la obsesión adánica del actual gobierno. Todo debe nacer con ellos porque ya decidieron su lugar privilegiado en la historia, siendo parteaguas frente al oscuro pasado del que aseguran haber rescatado al país. Eso ya lo vimos en materia de salud cuando se eliminó el Seguro Popular y, en su lugar, se creó el Insabi, que tuvo corta vida. Los resultados del experimento que nos llevaría a tener un sistema de salud como el de Dinamarca los dio a conocer el Inegi: pasamos de 20 millones de mexicanos sin acceso a servicios médicos en 2018 a 50 millones en 2022.

No esconden el interés de plasmar en los libros de texto la propaganda ideológica de un gobierno que fue electo por seis años y que está por entrar al último. Resulta absurdo que la enseñanza cambie cada sexenio, según las posiciones políticas del gobernante; pero lo hacen creyendo que se acabaron las alternancias y se quedarán en el poder muchos años, como en el régimen del siglo pasado. Si repiten mentiras mil veces para convertirlas en verdad, amarra mejor si, además, las enseñan a los niños. La narrativa mesiánica recetada en las mañanas, incluyendo el supuesto “fraude del 2006”, se plasmó sin contrapunto. 

Que la educación básica se convierta en arena de la polarización, en vez de ser un lugar de encuentro que la supere, es preocupante; pero todavía lo es más el deterioro en la calidad de la enseñanza. El desprecio por las matemáticas, el empobrecimiento de las lecturas, el lenguaje desfasado con la edad, entre otras deficiencias, no se compensan con discursos antineoliberales. Las intenciones de una pedagogía liberadora pueden ser hasta poéticas, el problema son los resultados cuando se pretenden cumplir con ocurrencias.

 

Como siempre, los más perjudicados serán los más pobres, pues estarán en desventaja frente a quienes sus condiciones compensan las deficiencias, no digamos frente a los que estudian en escuelas particulares. Así, la educación pública no servirá como instrumento de movilidad social. Claro, será más difícil que una niña indígena que venda gelatinas llegue a ser profesionista o empresaria y les dispute el poder.