#EsFulano
Pascal Beltrán del Río
Bitácora del director
Como una plaga que avanza por el país, las bardas de ciudades y pueblos se cubren de nombres que muchas veces nada le dicen a la mayoría de los habitantes del lugar y de quienes las ven de pasada.
Es Fulano. Es Mengana. Es Zutano. Es Perengana. ¿“Es”? ¿Pero qué “es”, en realidad? Un bombardeo visual incesante para fijar un nombre en la cabeza de los electores. No es necesario que éstos sepan algo más, basta con que memoricen ese nombre. Que lo recuerden a la hora de responder la encuesta o cruzar la boleta.
En México fracasó el intento de limitar el tiempo para la realización de las campañas electorales. Se elaboró y se fue afinando una legislación sumamente restrictiva para mantener a raya a los gandallas que buscan arrancar la carrera antes que sus rivales, y que terminó en letra muerta. Hoy el juez de pista está con cara de bobalicón, viendo cómo los competidores llevan ya varias vueltas corriendo cuando él aún no saca la pistola para dar el balazo de salida.
En muy poco tiempo nuestras contiendas electorales se volvieron un jolgorio regido por la ley de la selva. Se han convertido en el feudo del más mañoso, el mejor conectado y el que dispone de mayores recursos. Cualquier vestigio del piso parejo que durante un cuarto de siglo hizo posible la alternancia en tres de cada cuatro elecciones parece haberse esfumado por completo.
Es cierto, éste es un país obsesionado con el futurismo político. No acaba de llegar alguien a ocupar un cargo de elección popular cuando ya se está especulando quién podrá sucederlo. Pero una cosa es que el juego se desarrolle en la cabeza de los ciudadanos y otra muy distinta que el proselitismo en las calles comience varios meses antes de lo que marca la ley.
A eso me cuesta trabajo llamarle alucinación colectiva. Es, más bien, el cinismo de los menos, hecho posible por la impotencia de los más.
Basta voltear a ver lo que sucede en otros países para entender lo mal que estamos. En India, la democracia más grande del mundo, existe un Código de Conducta específicamente diseñado para evitar que el partido gobernante utilice su poder para sacar ventaja sobre sus competidores. En España, la Ley Orgánica del Régimen Electoral General establece que las elecciones para renovar el Congreso de los Diputados y formar gobierno se celebran 54 días después de emitida la convocatoria en el Boletín Oficial del Estado. Allá, la campaña electoral dura 15 días, es decir, el tiempo que ya lleva en México el corcholatour, que se extenderá por 70 en total.
Y no es que la ambición de los políticos indios o españoles sea menor a la de sus contrapartes mexicanas, pero mientras que en esos países la autoridad electoral se hace valer y obedecer, acá se la pasan por el arco del triunfo. En México, como sucede en las repúblicas bananeras –con todo respecto para los países que exportan muchos plátanos– nada pasa si el Presidente ataca a la principal aspirante de la oposición desde los medios públicos y las redes sociales del gobierno.
Lo que estamos viendo ahora es el inicio de una campaña permanente. En México ya no alcanzaremos a distinguir cuándo empiezan los procesos electorales y cuándo terminan, porque siempre habrá bardas que pintar con el nombre de los siguientes aspirantes. Y con ello vendrá un desperdicio enorme de energías y recursos públicos. No bien se habrá instalado en su cargo la persona que ocupe el Ejecutivo para los siguientes seis años cuando se iniciará la campaña para tumbarla mediante la revocación del mandato.
Cuando más se necesitaba de una autoridad electoral estricta, para contrarrestar las posibilidades de que la violencia criminal incida en los comicios y el dinero de los negocios ilícitos se use para dirimir las disputas políticas, esa autoridad se ha vuelto omisa, inservible, inútil.
Prueba de su ineficacia es que cuatro meses antes de que legalmente comiencen las precampañas, los partidos ya están en eso, aupados por un gobierno que –a falta de resultados que presumir en temas como seguridad, salud y educación–, ha puesto en marcha, con una anticipación inaudita, aquello que más le gusta y mejor le sale: hacer campaña.