José Buendía Hegewisch
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El Presidente acomete la última remodelación de gabinete como si tuviera la mirada en 2025, cuando ya habrá concluido su gestión. En el ajedrez político pareciera que la transmisión del poder el próximo año fuera una frontera móvil a su mandato, que refuerzan las llamadas corcholatas en plena campaña con una feria de alabanzas a su figura y votos de fidelidad al proyecto de la 4T el próximo sexenio.
La proyección de cuadros ligados al “obradorismo”, sin embargo, no tiene que ver con fantasmas reeleccionistas, que él ha negado una y otra vez con el mantra maderista. Eso sigue siendo tabú, como recordó uno de los seis aspirantes a sucederlo, Fernández Noroña, aunque el petista estaría por ello, como confesó, muy a tono con la disputa de todos sus rivales por ganarse la cercanía al líder máximo de Morena.
Los nombramientos que parecen estar en esa lógica son la llegada a la Cancillería de una experimentada y reconocida diplomática como Alicia Bárcena, que sería extraño que aceptara el cargo sólo por unos meses y que podría trabajar con cualquiera de sus relevos; así como Luisa María Alcalde, que representa un cambio generacional desde las familias originarias del morenismo y con cercanía con quien va arriba en las encuestas, Claudia Sheinbaum. Aún podrían sumarse otros perfiles, como Rosa Icela Rodríguez, que permaneció en Seguridad y Protección Ciudadana, aunque la candidatura a la CDMX no está definida ni ella excluida.
En su mandato, el gabinete ha sido el espacio de prueba de lealtad para cumplir, no con el cargo, sino con el encargo presidencial, como gusta decir. De ello da cuenta la alta movilidad con 25 cambios en el gabinete desde el inicio de su gobierno, en el que más de la mitad de las secretarías cambiaron de cabeza. Sin embargo, esta última remodelación es diferente por estructurar su sucesión y legar un equipo que arrope el paso de estafeta a un relevo que no tendrá la popularidad de su liderazgo ni asegurada una Presidencia fuerte por el margen de votos que él obtuvo en las urnas.
Si algo no se puede regatear a López Obrador, es que planea y se adelanta con sus jugadas. Así lo hizo con la sucesión y la resolvió con un acuerdo de unidad, con el compromiso inédito de cargos de primera línea en la próxima administración para los derrotados. La permanencia transexenal de un equipo experimentado que “defienda” su proyecto, cuando ya no esté en la Presidencia, como condición sine qua non para ganar la candidatura de Morena. Esa lógica se inscribe en la misma de los cambios de un gobierno que hoy ocupa todo el espacio político, sin contrapesos de la oposición desdibujada y sin capacidad de reaccionar ante sus jugadas.
La campaña que no es campaña se mueve en un escenario dominado por el peso del Presidente y el arrastre de su popularidad en el país. Sheinbaum, sabedora de los códigos políticos del “obradorismo” como favorita de Palacio Nacional, le rinde tributo con la promesa de “continuidad con sello propio”; Monreal, con el juramento de ir a muerte con Morena, y Ebrard, como en la tragedia de Medea, para pedir que lo haga suyo. Ninguno repara en halagos y mensajes que lo colocan como Gran Elector, con el que deben congraciarse con ofrecimientos como el de Ebrard de incluir a su hijo Andrés López Beltrán en su gobierno como guardián de la 4T, mientras él rechaza la propuesta y repite que elegirán los electores.
Pero la encuesta tampoco permite albergar muchas esperanzas a los que van abajo en popularidad. En sólo 70 días es difícil voltear la ventaja con que arrancó Sheinbaum, de entre 8 y 10 puntos, ni siquiera con una guerra de sondeos. Menos, dejar de ver a quién puede beneficiar los cambios en el gabinete en sinergia con los planes sucesorios.
Los movimientos, así, muestran que su gobierno no acabará con la designación de su sucesor, como ocurría en los tiempos de priistas. Las reglas sucesorias están diseñadas para mantener abierto el horizonte a su proyecto, aunque la pelea entre las corcholatas puede salirse de control y descolgarse alguien en el camino. Prueban que el acuerdo de unidad, antes que a nadie, sirve a su objetivo de aplanar el terreno para su proyecto el próximo sexenio y heredar una coalición de cuadros leales que aseguren su marcha.