Miércoles, Noviembre 27, 2024
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La decisión de Xóchitl

 

Pascal Beltrán del RíoPascal Beltrán del Río                         
 
Bitácora del director
 
La oposición ha batallado para encontrar una figura que pueda abanderarla de manera competitiva en la contienda presidencial del año entrante.

Cuestionadas por su pasado o su falta de representatividad, varias han naufragado anticipadamente, puestas a prueba por los sondeos. Además, muchas de ellas han sido apergolladas en las conferencias mañaneras del Presidente cuando apenas asomaban la cabeza.

Imaginarlas corriendo en una pista en la que los aspirantes del oficialismo tuvieron un arranque anticipadísimo y en la que contarán con un apoyo indudable del gobierno –como en los tiempos del priismo autoritario y ante la mirada complaciente del árbitro electoral–, es predecir su llegada en un lejano segundo lugar.

En ese complicadísimo panorama para la oposición hay una precandidata que le genera una luz de esperanza: la senadora Xóchitl Gálvez.

La hidalguense no cabe en el molde que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha fabricado para medir a sus adversarios. No es fifí, pues es indígena y originaria de un pequeño poblado rural, donde tuvo una infancia con muchas carencias. Tampoco tiene un pasado político escabroso con malos manejos del dinero público o ligas inconfesables con grupos de interés. Ante la crítica y los ataques, no se calienta y responde a dos velocidades: aplomo y humor.

A diferencia de otros opositores, no sucumbe frente al discurso presidencial. Es más, está buscando que el mandatario se retracte de un dicho sobre ella, que ha juzgado de falso, exigiendo ser recibida en la conferencia mañanera para ejercer su derecho de réplica. Pese a que un juez ya le dio la razón, López Obrador se ha negado a invitarla, incumpliendo su propia promesa de hacerlo si es que ella conseguía un mandato judicial. 

La imagen de Xóchitl Gálvez tocando la puerta de Palacio Nacional dio la vuelta al mundo. El que hayan mandado porristas oficiales a agredirla cuando acudió, amparo en mano, a la sede del Ejecutivo, reforzó la idea de que le tienen miedo. 

El hecho contrastó con otro aspirante presidencial opositor, el perredista Silvano Aureoles, a quien dejaron sentado en una silla, frente a la puerta de Palacio, cuando acudió para denunciar la injerencia del narcotráfico en las elecciones de Michoacán.

Sin duda, la de Xóchitl Gálvez sería una candidatura mucho más potente que la de otros que se han anotado en la lista para competir por la Presidencia. Pero si evalúa con objetividad las condiciones de la contienda, que ya describí arriba, arribará a la conclusión –estoy seguro– que las posibilidades de ganar son muy escasas.

En cambio, si se apegara a su idea original de ir por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, las cosas son al revés: ella lleva allí un camino avanzado que no tiene ningún aspirante del oficialismo. No dudo que la razón de que la semana pasada se bajaron de la contienda dos secretarias de Estado, tiene que ver con la imposibilidad de ganarle.

El gran enemigo que tiene la carrera política de la senadora Gálvez puede ser su ego. Quizá lo saben quienes se lo han estado masajeando para que acepte ser candidata presidencial. A los partidos les vendrá muy bien, porque, aunque pierda, ellos se verán recompensados con posiciones en el Congreso. Para ella, en cambio, sería una tumba política prematura.

Debiera verse en el espejo de Ricardo Anaya. Hoy él podría ser gobernador de Querétaro y tal vez sería, en estos momentos, un temible adversario para el oficialismo. Sin embargo, su falta de cálculo al buscar la Presidencia en 2018, además de la persecución gubernamental, lo llevaron al ostracismo. Si es sensata, Xóchitl sabrá que su currículum aún no da para pensar en la Presidencia. En cambio, el gobierno de la Ciudad de México, que lo tiene claramente a su alcance, sería una estupenda plataforma para buscarla en 2030.

Ella tendrá que tomar una decisión. Veremos si escucha a quienes la están embarcando en una aventura sin destino o confía en su propia fortaleza y reconoce que, en su caso, la espera es una virtud.