Miércoles, Noviembre 27, 2024
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El Monstruo de la Tierra

 

Luis Wertman ZaslavLuis Wertman Zaslav

 

 

 

La casa de subastas Millon se encuentra en el número 19 de la calle Grange Batelière, en París. Es un local que ocupa hasta la esquina y su entrada principal es color azul cielo, con un toldo sucio por el polvo y el sol. Sus ventanales exhiben antigüedades y piezas históricas únicas, cuyo origen no siempre está claro, aunque no sea ilegal.

El pasado 3 de abril, la Secretaría de Cultura del gobierno de México, encabezada por su titular Alejandra Frausto Guerrero, entre muchas otras voces importantes, reclamó a la firma francesa la venta al mejor postor de 83 piezas arqueológicas mexicanas provenientes de colecciones privadas (eso argumentó la empresa), que no se sabía cuándo o cómo habían abandonado el país.

No creo que sea un misterio demasiado interesante saber la manera en que ese patrimonio cultural de todos los mexicanos llegó a manos privadas, cuando por años, hemos consentido y tolerado, como sociedad, el robo de objetos históricos, hasta convertirlo en un lucrativo negocio internacional. Tal vez la pérdida de algunas piezas merecerá una novela, pero en su mayoría hablamos de un saqueo que, estoy seguro, le parecería vulgar a cualquiera de los asistentes regulares a las subastas de Millon y asociados.

A diferencia de cualquier otro gobierno anterior, la actual administración federal ha encabezado una auténtica cruzada por la recuperación del patrimonio nacional que ha sido extraído de nuestro territorio. Con la decidida intervención de la Secretaría de Relaciones Exteriores, a cargo del canciller Marcelo Ebrard, el gobierno de México ha repatriado casi 12 mil piezas de un valor incalculable. El papel de Embajadas y Consulados sí debe ser documentado con amplitud, porque se trata de un trabajo diplomático inédito, que es un orgullo para nuestra nación; igual que el trabajo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, con el destacado antropólogo Diego Prieto Hernández al frente.

Entre las piezas recuperadas casi cada mes, destaca la escultura El Monstruo de la Tierra, cuya réplica se puede disfrutar en el Museo de Antropología e Historia en la Ciudad de México. Es una joya con 2 mil 500 años de antigüedad y lleva algunos días de exhibición en el Museo Regional de los Pueblos de Morelos, antes —curiosamente—, el conocido Palacio de Hernán Cortés.

Por la imagen y la posición en la que fue descubierto en la zona arqueológica de Chalcatzingo, El Monstruo de la Tierra debió ser una especie de puerta en referencia a la entrada del inframundo. A pesar de su belleza histórica, todo indica que también cumplió con su propósito de intimidar y advertir sobre el castigo que significaba llegar a tal lugar.

Después de compartirlo con los ciudadanos de Morelos, regresará a donde fue encontrado, tras un viaje desde Nueva York, luego de ser recuperado en Denver, Colorado, por la Unidad de Tráfico de Antigüedades de Manhattan y puesto en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana. 

Con su 1.80 metros de altura y más de una tonelada de peso, El Monstruo de la Tierra volverá a casa. Su secuestro (no puede definirse de otra forma) debió contar con la participación de gente bastante poderosa y proclive a corromperse, para que abandonara territorio nacional. Lo mismo debió ocurrir con el resto de los miles de piezas recuperadas, y por recuperar, que han representado uno de los grandes robos patrimoniales en la historia de México y del mundo.

Desde hace muchos años me considero un amante del arte. A donde llego a trabajar, por ejemplo, incorporo pinturas, esculturas, grabados y obras que siempre hace de cualquier espacio un sitio agradable de convivencia. No soy un gran coleccionista, pero estar cerca del arte es un hábito que me inculcaron desde niño y he hecho lo mismo con mis hijos y nietos. También hago otra cosa: me niego a siquiera escuchar cualquier propuesta que involucre comprar una supuesta pieza histórica o arqueológica y enseño con el ejemplo que eso es, primero, un delito y, segundo, un daño a la historia de la tierra que nos ha dado todo.

Como ciudadanos, tenemos un pendiente para rechazar el comercio de piezas históricas, de arte sacro y de cualquier otro objeto que forme parte de este circuito perverso que es el robo patrimonial y artístico. El trabajo que se ha realizado hasta la fecha a favor de la recuperación debe continuar durante muchos años por delante y debe convertirse en una política pública que las y los mexicanos adoptemos para fortalecerla y denunciar cuando somos testigos de alguna venta ilegal de piezas arqueológicas. Esparcidas en el mundo, debe haber muchas todavía que juntos podemos traer de regreso a sus moradas, es una obligación civil y moral, un legado para las generaciones que nos siguen y un intento para que los monstruos de la tierra no seamos nosotros mismos.