Leo Zuckermann
Con la información disponible que tenemos, creo que estamos viendo un juego de fuercitas entre el empresario Germán Larrea y el presidente Andrés Manuel López Obrador.
El primero solicitaba nueve mil 500 millones de pesos para traspasar la propiedad, al Estado mexicano, de 120 kilómetros de un ferrocarril de Grupo México en el Istmo de Tehuantepec.
El segundo se rehusó y ordenó la ocupación “temporal” de las instalaciones por parte de las Fuerzas Armadas, a la vez que publicaba un decreto que ordenaba la indemnización al afectado de acuerdo con la Ley de Expropiaciones.
La pregunta en este momento es con cuánto le van a compensar a Grupo México por la expropiación (que discursivamente no es expropiación en el lenguaje de la 4T) del dichoso ferrocarril.
Obviamente, va a ser menos de los nueve mil 500 millones de pesos que pretendía Larrea porque, en este momento, el Presidente lleva las de ganar. Tiene el control, por la fuerza, de las instalaciones ferroviarias.
Ya con una pistola en la frente de Larrea, López Obrador lo está invitando a negociar para acordar una indemnización “razonable”.
Larrea, sin embargo, tiene fichas que jugar.
Una muy importante es la posible compra de Banamex. El empresario minero y ferroviario estaba a punto de adquirir este banco que está vendiendo el grupo estadunidense Citi. Se trata de una de las transacciones más importantes de este sexenio. Si Larrea decidiese retirar su oferta, sería una pésima señal económica que afectaría la imagen del gobierno de López Obrador. Uno de los hombres más ricos de México estaría echándose para atrás en una inversión multimillonaria porque el gobierno de su país le expropió un tren enviando a la Marina a tomarlo.
El lunes, el periodista Darío Celis, que suele tener buenas fuentes, publicó un tuit que decía: “#ULTIMAHORA El empresario Germán Larrea, presidente de @GMexico_oficial y de #Ferrosur, se desiste de comprar @Citibanamex. ‘No voy a pagar 7,000 mdd por algo que mañana me pueden quitar’”. Esta información corrió como pólvora y naturalmente causó mucha expectación.
Horas después, el sitio de Forbes México publicó una nota asegurando que fuentes cercanas a Grupo México habían confirmado que dicha empresa seguía en el proceso de compra de Banamex.
La idea de un eventual abandono de la multimillonaria adquisición, sin embargo, quedó flotando en el aire.
¿Se trataba de un mensaje de Larrea para recordarle a López Obrador que él todavía tenía la ficha de Banamex y podía afectarlo?
No lo descarto porque, ayer, el Presidente contraatacó. Fiel a su estilo, dobló las apuestas. Ante la pregunta de si se retiraba Larrea de la compra de Banamex, López Obrador dijo que el rumor se había desmentido, pero, en caso de que así ocurriera, él promovería la formación de una asociación público-privada para adquirir el banco en cuestión. Luego de soltar esta bomba, aseguró que, no obstante, “se sigue hablando con Grupo México, no es un asunto personal y espero que se llegue a un acuerdo”.
La palabra la tiene Larrea. López Obrador ya habló: si nos chantajeas con el tema de Banamex nosotros entramos a comprar el banco; mejor acordemos una indemnización por el tren que está tomado por la Marina.
Es el estilo de López Obrador. Golpea para luego obligarlos a negociar. Lo hemos visto varias veces.
Se los hizo a los propietarios de los gasoductos en 2019. Primero anunció una reestructuración unilateral de los contratos que tenía el gobierno con las empresas. La CFE inició un arbitraje internacional. Presionados de esta manera, los propietarios se sentaron a negociar con el gobierno. Y sí, llegaron a un acuerdo. El gobierno logró que se redujera la tarifa de 28% en promedio. Sin embargo, las empresas obtuvieron la ampliación de sus contratos a 30 años. Políticamente, López Obrador ganó con la imagen del Presidente imponiéndose a los empresarios. Económicamente, sin embargo, las que ganaron fueron las corporaciones. A valor presente neto, elevaron el monto de sus contratos.
Lo mismo con Iberdrola. Les cancelaron los permisos de generación de varias de sus plantas afectándolos en su flujo de efectivo. Así los obligaron a negociar y, al final, el gobierno acabó comprando 13 plantas de la empresa española por seis mil millones de dólares. Desde el punto de vista económico, no fue un mal trato para Iberdrola.
Este gobierno presiona, pero, a la hora de la verdad, suelta la cuerda. Hasta los supuestos afectados salen ganando.
¿Será el caso con Larrea?
¿Negociará con una pistola en la frente y llegará a un acuerdo que no le resulte tan malo?
Twitter: @leozuckermann