José Buendía Hegewisch
El tráfico de fentanilo en Norteamérica coloca a México en el centro de atención de una amenaza global, de la que nadie quiere la marca registrada para evitar que le endosen la factura de la crisis de opiáceos en EU, con más de 100 mil muertos al año. El “hecho en…” es como una bomba entre las manos, susceptible de explosionar por el choque de la potencia contra el que produzca o lleve a su país esta droga sintética.
La epidemia de sobredosis ya ha dado lugar a los mayores reclamos del gobierno de Biden a la maltrecha cooperación antinarcóticos con México y enfila contra los cárteles mexicanos (Sinaloa y CJNG) como principales responsables del trasiego de fentanilo. Incluso con iniciativas legislativas para declararlos grupos terroristas, cortarles el dinero y el amago de algunos republicanos de intervenir militarmente si el gobierno mexicano no hace lo suficiente para frenarlo.
El tráfico de fentanilo es explosivo y misterioso. López Obrador ha negado que se produzca en México, dado que los precursores llegan de China e India, como se sabe por aseguramientos de la FGR. Pero el gobierno chino de Xi Jinping dice que desconoce el tráfico ilegal entre ambos países, a propósito de una carta en la que el mandatario mexicano le pide ayuda para controlarlo, a solicitud de legisladores estadunidenses.
EU ha declarado la guerra al fentanilo y exige corresponsabilidad como un problema global, que requiere de cooperación antinarcóticos para evitar que se extienda por el mundo. Alerta, pero lo hace mientras el Departamento de Justicia llega a acuerdos conciliatorios con empresas farmacéuticas y laboratorios, en demandas civiles, acusados de delitos por su responsabilidad en la crisis de opioides.
La polémica sobre su origen lleva una carga explosiva por la implicación de esa industria en la producción legal de analgésicos con fentanilo. Y sigue por rutas ilegales del contrabando de armas, personas y drogas, y formas innovadoras de traficar con un narcótico fácil de esconder y transportar. El mayor problema es que el comercio lícito en EU y México es tan grande que es difícil identificar a sus destinatarios y determinar la importación legal de la que no lo es.
Ante lo intrincado del asunto, los países implicados prefieren ver la viga en el ojo ajeno para no ser estigmatizados por la crisis de salud de EU. Los chinos se deslindan diciendo que es un problema “fabricado” totalmente “Made in USA” para evitar un choque en el que se sienten vulnerables, aunque sin quitarse la acusación de ser los principales productores. A la vez que México rebate ser el problema y, por el contrario, se dice parte principal de la solución. La crisis del fentanilo “no se genera en México, ni es causante de ella, es injusto y falso”, replicó el canciller Ebrard a las acusaciones del senador Graham, que reclama al país negarse a ver su responsabilidad en el tráfico en la frontera y el control territorial de los cárteles.
Miles de muertes por sobredosis de una droga mucho más peligrosa que la cocaína y la heroína, que arruinan la vida de las familias estadunidenses. Por ello, necesita atajarlo rápido y pedir cuentas lejos de las causas en su sistema de salud, ya sea acusando falta de cooperación antinarcóticos o a la migración, a pesar de que casi 90% de traficantes detenidos son estadunidenses. No obstante, la crisis del fentanilo calienta la “guerra fría” con China y lleva a EU a tratar a México como enemigo y no como socio.
Esta crisis sanitaria ha desenterrado el peor discurso de la Guerra contra las drogas en EU, aunque se cuida de abordarla como emergencia de salud pública. Eso sí, reclama a México responsabilidad compartida porque el problema está en ambos lados de la frontera: en uno, la epidemia de sobredosis, y en otro, la violencia de la droga y el dinero de las ganancias para los cárteles.
Su argumento es similar al de México sobre la epidemia de muertes violentas por el comercio ilegal de armas, que ahora la crisis de opioides podría ayudar a reconocer si el entendimiento no se extravía en amenazas y acusaciones falsas para endilgar la culpa fuera de sus fronteras. No son los migrantes quienes deban pagar esta factura con el estigma del tráfico y tampoco la población, con una mayor violencia por el combate contra las drogas.