Miércoles, Noviembre 27, 2024
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¿Sumisión?

 

Federico Reyes HerolesFederico Reyes Heroles             
Sextante
 

 

 

  • Vivir en democracia nos exige pensar en un bien superior –la convivencia pacífica en común–.

 

El espectáculo deprime. Las democracias parten de un supuesto básico: los ciudadanos deben ser conciencias libres. 

Todos tenemos simpatías o antipatías, inclinaciones, debilidades, incluso, en el extremo, fobias, es normal. Pero vivir en democracia nos exige pensar en un bien superior –la convivencia pacífica en común– que sólo se obtiene cuando obedecemos las leyes, cuando respetamos a los otros en plena discrepancia, cuando seguimos los dictados de nuestras conciencias. Un ciudadano cabal debe sobreponerse a todos esos obstáculos que le impiden razonar por sí mismo, en medio de las turbulencias cotidianas. Esa exigencia es fácil de mentar, pero sólo su difícil cumplimiento garantiza solidez ética, ciudadanía.

Los ciudadanos puros –seres intocados por las pasiones– son una quimera. Un ser humano que toma decisiones debe partir del supuesto de estar afectado, por emociones, pulsiones, que todos llevamos dentro, irracionalidades que nos pueden visitar. Todo proceso civilizatorio busca que seamos conscientes de nuestras debilidades y que las superemos. Un ejemplo, el racismo en Estados Unidos existe. Hay seres humanos que de verdad creen todavía –sin evidencia científica– que hay razas superiores. Trump ha explotado esas insensateces, las ha exacerbado. Sigue en ello. En México hay racismo –sobre todo contra las comunidades originarias–, eso muestran las cifras, no se puede extirpar de un día para el otro. Lo que se puede y se debe hacer, es volver conscientes a quienes padecen de esa debilidad, de su equívoco. De eso se trata el día de la mujer, de ser cada día más sensibles de la misoginia existente. Lo mismo se busca con la belleza de los colores del arcoíris el día del orgullo LGBTQ+. Mandela siempre destacó la importancia de trabajar sobre la cultura ciudadana para liberar a su nación de las pasiones racistas. Los ejemplos son muchos, Luther King, Gandhi, la Madre Teresa. No busquemos ciudadanos puros, mejor formemos ciudadanos conscientes y controlados.

En los últimos años hemos sido testigos de la subversión de ese basamento de la democracia. Cuando desde el poder y sin empacho se advierte que la prioridad es la lealtad a una persona –que la reclama– y no la capacidad; cuando desde el poder se apuesta al control de las decisiones mentales de servidores públicos que están al servicio de la justicia, de los órganos autónomos, de los derechos humanos, de las instituciones educativas, de las gubernaturas, de elaborar las leyes, de todo, se dinamita la convivencia social. Es constitucional que el Presidente de la República tenga injerencia en la postulación de candidatos a ministros de la Corte, indirectamente de los integrantes del Consejo General del INE y de muchas otras instancias. Se entiende, como ocurre en muchos países, atribuciones similares. Nada de qué asombrarnos. Lo que sí debe llamar a espanto es que los postulados admitan ser un cheque en blanco para que otro piense por ellos. Eso desnuda una falta de respeto a los demás ciudadanos, pero, sobre todo, un nulo respeto a sí mismos. Cuando los legisladores aceptan que no han podido leer una iniciativa –central para nuestra democracia– por la que votarán gustosa y apresuradamente a favor; cuando se anuncia y ejecuta un plan C que parte del supuesto de imponer robots “levantadedos”, somos testigos de una degradación ética acelerada que arrastra a nuestra democracia.

Administrar las discrepancias es un asunto cotidiano de las democracias, para eso están diseñadas. Pero, de nuevo, se parte del supuesto de que la contraparte ciudadana está dispuesta a escuchar argumentos, a matizar posiciones, a corregir. Suponemos que su mente es libre, que no son esclavos de un mesías, que están en condición de ejercer el sano derecho a discrepar, a ejercer su autonomía como individuos, que se respetan a sí mismos. 

Docilidad, obediencia, sumisión, nos gangrenan. Más allá de ideologías, linajes y afinidades, exijamos ciudadanos cabales