Sucedió hace no mucho, en diciembre pasado, a muchos kilómetros de aquí: la noche del último jueves de 2022, en Italia, Iván Orfei, domador de circo de 31 años de edad, alistaba su siguiente acto junto a dos tigres, de pronto, lo inesperado: él en el centro de una jaula interactuaba con uno de los animales que estaba parado en un andamio, fue entonces que el otro ejemplar lo atacó por la espalda. Primero lo mordió en una pierna, tras tirarlo, le propinó varias mordidas en otras partes del cuerpo. Los trabajadores del circo lograron detener el ataque. Iván no murió, pero terminó con heridas profundas. En 2019, también en Italia, Ettore Weber, de 61 años, no corrió con la misma suerte. Él entrenaba a cuatro tigres, cuando uno de ellos se lanzó sobre él, el resto se unió al ataque que duró casi 30 minutos. Y como las anteriores hay muchas historias. Hasta la carrera de los célebres Siegfried & Roy, que ofrecieron por varios años uno de los shows más famosos en Las Vegas, terminó tras un incidente similar. Por eso es peligrosa la metáfora, por el registro que hay de hechos reales en que un tigre, una vez suelto, es difícil de domar e incluso desconoce a la persona con la que tejió un lazo.
Sin embargo, ésta ha sido una reflexión que en varias ocasiones hemos escuchado de la voz de Andrés Manuel López Obrador. Lo dijo en 2018, cuando la campaña presidencial estaba por iniciar: “Yo tengo dos caminos después del 1 de julio: Palacio Nacional o Palenque, Chiapas. Si hay fraude, entonces sí se soltará un tigre y no voy a detenerlo. Deseo con toda mi alma que las elecciones sean libres y limpias (...) El que suelte al tigre que lo amarre, ya no voy a estar deteniendo a la gente luego de un fraude electoral, así de claro…”; días después acotó que su frase no fue un llamado a la violencia, sino uno al presidente de entonces, Enrique Peña Nieto, y a las autoridades electorales; aunque en la recta final de aquel proceso electoral lo repitió: “Ya despertó el tigre, pero no lo vamos a soltar…”, en una visita a Chilapa, Gro. Ya no hubo aclaración. Historiadores acuñan esta frase a Porfirio Díaz: “Madero ha soltado al tigre, vamos a ver si puede domarlo”, luego se habría embarcado a Europa dejando atrás un México en medio de un conflicto posrevolucionario que, tras unas primeras elecciones en décadas, derivó en una revuelta conocida como la Decena Trágica, donde se destituyó al presidente Madero y al entonces vicepresidente, José María Pino Suárez.
La metáfora y la cita histórica tienen el mismo punto: por muy astutos que sean los entrenadores o los líderes al frente, el riesgo de caer en las fauces del tigre está ahí, por eso siempre será la cautela la mejor de las estrategias. Provocar una reacción violenta, aunque se diga que eso no es lo que se busca, jamás será una opción. La violencia no puede ser el camino, el lenguaje que tengamos como mexicanos. No se puede, no podemos permitirnos la instigación, la invitación a propagar mensajes de odio como el que vimos el sábado tras el mensaje que López Obrador ofreció en el Zócalo. La quema de una figura de la ministra presidenta Norma Piña es un acto condenable desde todas las perspectivas desde las que se analice.
Han sido varias semanas, desde que Piña Hernández tomó protesta al frente de la SCJN, que las denostaciones a su labor han sido elemento discursivo desde Palacio Nacional. A algunos asistentes al mitin les pareció buena idea llevar una figura de la ministra y prenderle fuego. Además de la dolorosa coyuntura nacional, en donde apenas un día antes se confirmó que cinco de las seis jóvenes desaparecidas en Guanajuato habían sido calcinadas, ¿cómo leemos ese terrible acto?
Qué bueno que llegaron las condenas. Lo dijo el mismo López Obrador, pero también Claudia Sheinbaum, Beatriz Gutiérrez Müller, Olga Sánchez Cordero, Arturo Zaldívar. El Poder Judicial cerró filas con la ministra. La condena a las expresiones de odio es unánime, llegó de todas las corrientes y colores. Porque el odio sólo nos extrema y nos pone en lugares intransitables. Y la condena deberá llegar siempre, no importa la esquina que ocupe el blanco de las agresiones. Qué bien por la condena desde Palacio Nacional, pero será mejor ya no escuchar más desacreditaciones a la figura y trabajo de la ministra, quien carga sobre su espalda una carrera impecable, o contra cualquier mujer u hombre que consideren un adversario. A ellos se les ataja con política, no con violencia.