José Buendía Hegewisch
La disputa política vocifera en la cara de la Corte con críticas más extremas que antes, pero no nuevas para magistrados y jueces. La agenda presidencial brama contra los fallos de la justicia y la oposición estalla por la independencia del poder judicial, sobre todo cuando llegan al máximo tribunal asuntos importantes como el plan B de la reforma electoral, o las denuncias de plagio de la ministra Yasmín Esquivel que dividen al pleno.
En ese escenario, unos ven ardientes conflictos entre los Poderes que no son ajenos a ninguna democracia. Para otros, esa nueva “normalidad” significa el riesgo de perderla por el asalto a la justicia desde el discurso presidencial contra la ministra Norma Piña, a la que tunde como cabeza de un poder corrompido. Pero el orden constitucional no se ha roto, porque está la Corte como control de constitucionalidad de leyes como plan B. Más que rasgarse las vestiduras por sus fallos, los zarpazos retóricos de Palacio Nacional se activan, sobre todo, en controversias clave para la 4T, tal si fueran parte de un guion para la disuasión política, como ocurrió con la reforma energética o amparos del Tren Maya.
La modulación de la crítica presidencial (como conjunto de técnicas de comunicación), viaja en ondas diferentes según la coyuntura política, aunque siempre ha reclamado una reforma del Poder Judicial. Si el momento político amerita subir el tono, acusa que desde que llegó Piña se desató una ola de fallos para los delincuentes, por la absolución de Rosario Robles, la suspensión de orden de aprehensión a Cabeza de Vaca o la liberación de cuentas de la esposa de García Luna. Ciertamente, las resoluciones hablan por el trabajo de los jueces, y muchas dejan que desear porque persiste la negociación con la ley, pero ese no parece el motivo del rugido presidencial contra ellos.
Si por el contrario conviene defender a algún ministro cercano como Arturo Zaldívar, la entonación cambia hasta el elogio, o desciende de frecuencia para proteger a Esquivel de la “politiquería” inflada al nivel de García Luna, cuyo delito por narcotráfico también con certeza es incomparablemente más graves que un fraude académico, aunque la desautorice como ministra.
Los ataques a unos y los mensajes permisivos o menciones positivas a otros, sin embargo, no son el reparto de merecimientos en el concierto de la crítica al sistema de justicia penal. El presidente necesita sólo cuatro de 11 votos de la Corte para desactivar la impugnación del plan B y no puede perder ningún aliado sin arriesgar la reforma y otras controversias constitucionales. A propuesta suya han llegado cuatro ministros, entre ellos Esquivel, a la que protege porque que si abandonara el barco le abriría un enorme hueco. Por eso, la Corte camina en un campo minado en su caso y no sabe cómo proceder entre divisiones en el pleno.
Con la exigencia de una mayoría calificada para invalidarlo, el plan B podría tener más posibilidades de mantenerse que las de la oposición de tumbarlo. Necesitarán ocho votos para alcanzar un fallo que lo declare inconstitucional, y que tratan de apuntar con el clamor de la movilización en la calle de la última marcha para presionar a la Corte.
El discurso opositor corea que el país entero está atento al sentido de los votos que eviten el “asesinato” del INE y arriesgue el futuro de la democracia, con una voz de alarma que no se escuchó ni en la crisis política por la denuncia de fraude de 2006, en que se originó la animadversión extrema del “obradorismo” por la institución. En ese concierto, EU ha oscilado entre un canto de preocupación por la democracia y otro de confianza en las instituciones nacionales para defenderla, aunque termina por calificarla como vibrante.
Desde la Corte, la respuesta elocuente es el silencio de la ministra Piña frente a las críticas del Presidente y descalificaciones que la ligan con el gobierno anterior y que, incluso han dado lugar a amenazas contra ella en redes. Sabe que hoy es la mujer que ha alcanzado la posición más alta en el Estado mexicano y está ante su mayor prueba de fuego entre los cantos de las sirenas de los líderes opositores y el arsenal de artillería extra pesada que el Presidente descarga sobre la justicia y, de paso, sobre ella y la oposición.