Yuriria Sierra
La reacción oficial a la concentración de cientos de miles de este domingo fue la que se esperaba. Denostación y calificativos que lo mismo se dirigieron a los oradores que a un sector de los organizadores: “En la manifestación de ayer, y otras que vendrán, se encuadran en este propósito de enfrentarnos porque no quieren la transformación del país, quieren seguir robando (...) Utilizan la mentira de que se quiere afectar la democracia en México...”, como expresó Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional, durante su conferencia en la que dedicó una nueva tanda de retahílas para desestimar lo ocurrido este domingo y que se hizo presente en al menos 120 ciudades, según reportó este periódico. Manifestaciones que se extendieron al menos en otros siete países.
El del domingo fue statement ciudadano, así debe verse porque así fue: desde luego que es posible que mujeres y hombres mexicanos se expresen contra lo que consideran un doloroso paso atrás en la construcción democrática que ha costado años a varias generaciones. Y si del Presidente no nos extrañan los descalificativos (porque lo suyo es el bote pronto), sí tendríamos que esperar una respuesta mucho más pensando en el futuro (suyo y de quien resulte ser su candidata o candidato). Y ésta tendría que llegar de quienes se asumen como los líderes del próximo sexenio. Si la oposición se unió a las manifestaciones, dentro del oficialismo las orejas tendrían que estar más atentas que nunca al clamor ciudadano. No sólo por lo que implican hoy en día, sino por la innecesaria sombra de duda y sospecha que desde hoy (y de manera muy gratuita) todo este capricho legislativo proyecta sobre la legitimidad de la próxima elección federal.
Una de las alertas que se hacen respecto al plan B es que su ejecución pone en riesgo la operación de elecciones confiables. Lo hemos escrito en este espacio: la precisión de una tarea que hoy realizan cinco personas no puede recaer en una sola. Es un tema básico de procedimientos. Quienes hoy son parte del grupo de aspirantes a suceder a López Obrador tienen que ser los más interesados o interesadas en trazar una ruta de confianza. Ni Claudia Sheinbaum ni Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Montreal… vamos, ni Gerardo Fernández Noroña, pueden darse el lujo de alimentar la narrativa del descrédito institucional del brazo encargado de llevar a buen puerto la sucesión presidencial.
Sus posturas respecto a la manifestación de este domingo 26 no pueden ni deben estar dirigidas en la misma dirección a la que expresó el Presidente, porque él se va en veinte meses. Lo bueno y, sobre todo, lo malo que deje como herencia de su gestión será una factura que pagará quien sea el que gane la Presidencia en 2024. Las figuras opositoras tienen una ruta obvia, son ustedes, al interior de la 4T, quienes deben decantarse por un camino que les abone garantías y legitimidad. Y, sobre todo, confianza y votos. Seguir la línea discursiva que hemos escuchado desde noviembre pasado es un error que puede manchar desde ahora la administración que buscan encabezar. Basta con leer los múltiples artículos que ya se han escrito en la prensa del mundo al respecto. Los ciudadanos se han expresado y son los mismos a quienes en un futuro no muy lejano buscarán para pedir su apoyo. Ojalá demuestren desde ya que saben escuchar a toda la ciudadanía.