Todo movimiento social que aspire a trascender en México necesita llenar el Zócalo. Colmar los 46 mil 800 metros cuadrados de esa plaza es la prueba reina de la movilización cívica en este país.
Lo sabe el presidente Andrés Manuel López Obrador, que la ha superado en varias ocasiones. Quizá por eso declaró, el 29 de septiembre de 2020, que la primera vez que se reunieran 100 mil personas para protestar en su contra, él dejaría el cargo. No creo que –ante el Zócalo lleno ayer, para rechazar su intento de desmantelar al Instituto Nacional Electoral– el mandatario vaya a cumplir lo prometido. Seguramente se excusará diciendo que sigue teniendo apoyo en las encuestas o que esos manifestantes están manipulados y no representan al pueblo o alguna cosa por el estilo.
Sin embargo, no podrá hacer desaparecer el logro de convocar a la ciudadanía sin necesidad de recurrir al acarreo masivo, como ha hecho últimamente el oficialismo para los “informes” trimestrales del Ejecutivo. Ayer, la plaza habló y dijo que no quiere que se modifique el sistema electoral que ha permitido tres alternancias en las últimas cuatro elecciones presidenciales, entre ellas la que benefició en 2018 a López Obrador. Pero más que un mensaje al Presidente, el Zócalo lleno de ayer fue un voto de confianza a la Suprema Corte, para que sus integrantes no se dejen presionar por su vecino de Palacio Nacional.
“Queremos decirles que confiamos en ustedes”, dijo el ministro en retiro José Ramón Cossío, orador central del acto dominical, en referencia a las impugnaciones contra el llamado plan B de la contrarreforma electoral que tendrá que resolver el máximo tribunal del país. “Los ministros, estoy seguro, sabrán cumplir su papel”, agregó.
La Corte es el último dique contra la pretensión del oficialismo de alterar las reglas electorales. Si al menos ocho de sus once miembros no rechazan los cambios legislativos aprobados por Morena y sus aliados, quedará firme la primera modificación de reglas electorales desde 1964 que no se hace con el propósito de beneficiar a las minorías y, con ello, procurar la estabilidad política de la nación. Porque reformas son las que abren puertas, no las que las cierran.
“Hasta ahora, los ministros sólo habían escuchado la postura del Presidente y sus seguidores”, dijo Cossío, ante un Zócalo pintado de rosa, color institucional del INE, escena que se replicó en muchas ciudades del país. Ayer tuvieron la oportunidad de ver que hay otro México, el de un grupo numeroso de ciudadanos que les pide que resuelvan de acuerdo con la Constitución, no con el dictado caprichoso de los otros Poderes. Menudo dilema para la Corte. No cabe duda que las presiones que llegan del otro lado de la calle de Corregidora son fuertes, pero las consecuencias de errar en su juicio pueden ser fatales.
Un cambio de normas electorales que nos devuelva a los tiempos del México autoritario, en el que las elecciones se resolvían antes de que se depositara el primer voto, no sólo puede despertar los instintos de resolver las diferencias a balazos, sino anular al país como destino seguro de inversiones, justo en el momento en que la realidad económica ha puesto la mesa para que nos beneficiemos de la relocalización de las empresas que han decidido salir de China.
Es, sin duda, la hora de la Corte. Ayer, desde la Plaza de la Constitución, decenas de miles pidieron a los ministros asumir su papel de guardianes de la Carta Magna y preservar una de las libertades que la ciudadanía conquistó con esfuerzos sostenidos a lo largo de décadas: que sus autoridades surjan de la voluntad popular, mediante el voto libre, no manipulado. Que gane las elecciones quien la gente decida de manera soberana y no quien ordene el gobernante en turno. Así piensan los demócratas.
Ayer, ese Zócalo —el mismo de los estudiantes de 1968, la plaza que ha servido para expresar los agravios y los deseos de los mexicanos a lo largo de la historia de este país— volvió a expresarse. Mal haría el Presidente y mal harían los ministros de la Suprema Corte en no escuchar a quienes se manifestaron ayer en esta capital y un centenar de ciudades más.