Federico Reyes Heroles
Sextante
Hay otra trama, la clandestina, que es muy clara: ellos y sus socios quieren perpetuarse.
Los abusos y corruptelas fueron muchas. El enojo era entendible. Al igual que en el 2000, la idea de una nueva esperanza –ahora por la izquierda– prendió.
El engaño.- Hubo advertencias: cuidado, es un impostor. Pero el histrión –en papel de víctima– convenció. La “mafia en el poder”, los “ricos” chupando del erario, sus bolsillos vacíos. Aparecieron las promesas sin sustento: crecimiento al 5%, salud como en Dinamarca, justicia –primero los pobres– como leitmotiv de la sinfonía del engaño. Los acompañantes iniciales configuraron un halo de seriedad. Fue un espejismo. El embeleso de la esperanza ejerció todos sus influjos. Hubo entusiasmo, era un nuevo rumbo.
PUBLICIDAD
El desconcierto.- Pero, desde los primeros pasos, asaltaron las dudas: ¿por qué destruir un aeropuerto que hubiera solucionado un grave problema colocando a México a la vanguardia en ese ámbito? El NAIM era, en sí mismo, una señal clara de modernidad y apertura. Corrupción, fue el motivo oficial. Pero tirar 331 mmdp más el costo del AIFA 115 mmdp. Era insensato. El gran Sergio Ramírez afirma que la desproporción delata a los dictadores. El mundo se asombró, el sector privado cayó en el desconcierto. La multimillonaria obra sería enterrada y, con ella, a Peña, por supuesto. Pero la decisión fue obsesiva, detrás había más. México no debía ser moderno ni abrirse al mundo ni ser observado. ¡Intervencionismo! Comenzó así la pesadilla con capítulos sucesivos e hirientes: escasez de medicamentos. ¿Increíble, por qué?, de nuevo, la corrupción. El monstruo de mil cabezas justificando atrocidades humanas. Las familias padeciendo.
Los millonarios apoyos compensarían todos los horrores. Con disfraz de austeridad, comenzaron una auténtica persecución de todos los ahorros institucionales. Pero los apoyos directos que –a contraluz– llevan el rostro del redentor, se multiplicaron. Adiós al justiciero fondo para eventos catastróficos –una gran previsión para las trastadas de la vida–; adiós al de desastres naturales, que hoy financia al Tren Maya; adiós a todos los “ahorritos”, para gastarlos. Apareció en escena la oscura –pero sistemática– destrucción o apropiación de los órganos autónomos, de los nuevos contrapesos. Más desconcierto. Interrumpir los relevos necesarios, cerrar los dineros a todos: INEE, Cofece, CRE, CNH, INAI y otros, llevados a la guillotina. Apoderarse de la CNDH, del Conacyt, del CIDE. Toda resistencia debía ser destruida.
Ya con la espada desenvainada –en plena borrachera de poder– se desnudaron: engaños a los empresarios, a EU, mentir sin el menor recato, atacar desde el púlpito, envenenar a la sociedad y enfrentar a los mexicanos.
Desplome.- Con el covid desfiló el desprecio por la ciencia, por la vida misma: 700 mil mexicanos perdidos de manera directa, más pacientes que dejaron de atenderse por la perversión administrativa. Carencia de vacunas, ostensible habilitación de los militares en decenas de funciones. 2023, la vacuna polivalente –que millones deberían de estar recibiendo– sigue sin ser autorizada. ¿Niñez, mujeres, educación? Hay otras prioridades y muchos cómplices. Agréguense ofensas contra el Judicial, contra la UNAM, contra los mexicanos por pretender un mejor nivel de vida, contra las desleales clases medias, que son mayoría en México, y contra los periodistas.
Ver Más
Colapso.- Llegó la batalla definitiva: destruir la democracia mexicana, a la institución que logró elecciones limpias y alternancia. Los responsables de tirar decenas de miles de millones de pesos invocan –con cinismo– lujos y pretenden engañarnos. La trama oficial es insostenible: más pobres, más injusticia, más inseguridad. Pero hay otra trama, la clandestina, que es muy clara: ellos y sus socios quieren perpetuarse. Ganan los narcos.
Pero México no es un país de idiotas.