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El annus horribilis de la prensa en México

 

Pascal Beltrán del RíoPascal Beltrán del Río           
Bitácora del director
 
 

El martes pasado se cumplieron doce meses de que el periodista veracruzano José Luis Gamboa Arenas fuera atacado a cuchilladas en el fraccionamiento Floresta del puerto de Veracruz.

Herido de gravedad, Gamboa fue trasladado a un hospital, donde falleció el 13 de enero de 2022. Poco antes de morir, denunció en una videocolumna que la violencia que se vivía en varias partes del estado estaba vinculada con “los juniors, hijos de políticos, que controlan la venta de droga en la zona conurbada de Veracruz, Boca del Río y Medellín”.

Gamboa es uno de 15 periodistas asesinados durante ese lapso en México, país que, de acuerdo con organizaciones como Reporteros Sin Fronteras, se ha convertido en el más peligroso del mundo para ejercer este oficio. Nunca en la historia se había dado semejante nivel de agresión contra la prensa. 

En diciembre, el acoso continuó con el atentado contra el comunicador Ciro Gómez Leyva, compañero de Imagen Noticias, y el secuestro de tres periodistas en la Tierra Caliente de Guerrero.

Ayer, en conferencia, la jefa de Gobierno capitalina Claudia Sheinbaum; el secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch, y la fiscal de la Ciudad de México, Ernestina Godoy, dieron a conocer detalles de la investigación sobre el ataque contra Gómez Leyva, quien salvó la vida gracias al blindaje de la camioneta que conducía. Informaron que 11 personas habían sido detenidas –entre ellas, los seis autores materiales de la agresión– y que se trataba de presuntos integrantes de una célula criminal dedicada al narcomenudeo y la extorsión. Aún no queda clara la razón por la que habrían querido matar al periodista, pero las pesquisas continúan.

En el caso de los colegas de Guerrero, dos de ellos fueron grabados por sus captores, descalzos y encadenados, en un video en el que aparentemente fueron obligados a decir que su plagio se debió “a las publicaciones que se realizaban en contra de diferentes personas de la región”.

Ellos son Fernando Moreno Villegas y Alan García Aguilar, administradores del portal Escenario Calentano, que cubría información sobre la actividad de grupos delictivos, como la Familia Michoacana, y señalaba las irregularidades cometidas por autoridades municipales de la zona. 

 
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Junto con el video, subido en la propia página de Facebook del medio, los captores publicaron un texto que dice: “Para que vean que tarde o temprano damos con los culeros y para que vean que es cierto, vamos a publicar desde su página este video”. 

La suerte del tercer periodista secuestrado, Jesús Pintor Alegre, sigue sin conocerse.

Es intolerable la violencia que ha venido ejerciéndose contra el trabajo periodístico. Y es indignante la respuesta que sale de la boca de las autoridades cada vez que se da una agresión.

Y es que éstas no sólo han tratado de minimizar las agresiones, sino que el presidente Andrés Manuel López Obrador asume que éstas tienen como propósito desprestigiar a su gobierno, una línea que luego replican algunas autoridades locales, como el gobernador veracruzano Cuitláhuac García Jiménez, en cuyo estado han ocurrido varios asesinatos.

El 14 de diciembre, el mandatario estatal se enfrascó en una discusión con la diputada local Ruth Callejas Roldán, quien le pidió no normalizar el asesinato de periodistas en Veracruz, el estado más peligroso del país más peligroso para ejercer el oficio. Durante su comparecencia ante el Congreso local, García Jiménez respondió que en gobiernos anteriores se mataba a más periodistas y exigió que no se le culpara a él de sus muertes. “Prefieren el doble discurso, el sólo decir una parte y no cómo nos dejaron esta circunstancia”, se quejó el gobernador.

Falta a la verdad quien diga que las agresiones contra la prensa iniciaron con el ascenso al poder del movimiento que encabeza López Obrador, pero también quien diga que las autoridades surgidas de él toman en serio la gravedad del asunto.

Hay algunas excepciones, desde luego, pero en la mayoría de los casos aprovechan los ataques para victimizarse, lo cual, lejos de describir objetivamente la situación, perpetúa el riesgo que enfrentan los comunicadores.