Jueves, Noviembre 28, 2024
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Perdimos las calles, habrá que recuperarlas

 

Pascal Beltrán del RíoPascal Beltrán del Río 
Bitácora del director
 
 

Hay hechos que se convierten en un llamado a la acción colectiva. O, al menos, a la toma de conciencia. El atentado contra nuestro compañero Ciro Gómez Leyva tendría que ser un hecho así.

El periodista salvó su vida porque Imagen, nuestra casa de trabajo, tuvo el buen tino de proporcionarle una camioneta blindada, luego de las amenazas que recibió en 2017. Y él, de aceptarla. La violencia ha ido cerrando el cerco en torno de nosotros. Todos tenemos una historia que contar acerca de la inseguridad que asuela al país. Si no a nosotros directamente, sí a un amigo o un familiar.

No había habido un ataque así contra un periodista desde el homicidio de Manuel Buendía, el 30 de mayo de 1984. Y no lo digo en demérito de ninguno de los 157 colegas asesinados de 2000 a la fecha, entre los que están los 37 de este sexenio. Hay que alegrarse, desde luego, que Ciro salió ileso, pero el mensaje es ominoso.

Los criminales no sólo no dudan en atacar a uno de los comunicadores más visibles del país, sino que lo realizan en la ultravigilada Ciudad de México, cuya policía, hay que decirlo, ha desarrollado una capacidad de respuesta rápida. Todo un reto a la sociedad y al gobierno. Por desgracia, la inseguridad que padecemos no genera una visión común en los partidos políticos y, por tanto, no existe un proyecto de Estado para enfrentarla. El gobierno y su partido siguen negando la gravedad de la situación, escudándose en el endeble argumento de que ellos no la propiciaron.

A reserva de que se investigue y aclare quién está detrás del ataque contra Gómez Leyva, y por qué alguien querría matarlo, ya podemos ir descartando la hipótesis de la confusión, porque al periodista lo fueron siguiendo desde que salió de las instalaciones de Imagen, y del asalto, porque no trataron de robarle nada. Las demás, que no citaré por prudencia, son absolutamente escalofriantes. Pero aquí lo más importante es entender que hemos perdido el espacio público. La lista de actividades que, hace años, hacíamos de forma cotidiana, sin preguntárnoslo, se ha ido reduciendo cuando reparamos en los riesgos que implican.

Por ejemplo, ¿viajaría usted de Guadalajara a Zacatecas, o viceversa, después de que en esa ruta fue levantado y asesinado un coronel del Ejército? Ése es uno de tantos tramos carreteros del país por los que la circulación se ha vuelto peligrosa, con todo y los operativos puestos en marcha por las autoridades estatales y federales.

Lo mismo sucede en varias ciudades del país, donde la gente mejor se guarda por las noches y evita ir al cine o a un restaurante o a visitar amigos. Por supuesto, hay quienes no tienen de otra. Deben ir a trabajar y, por eso, tienen que tomar el colectivo, en el que los asaltos contra pasajeros y operadores son cosa de todos los días. O hay que volver de la oficina a deshoras, en vehículo particular, pasando por calles mal iluminadas y acechadas por los delincuentes. 

A raíz de lo sucedido con Ciro, las llamadas se multiplican, haciendo un llamado a que uno se cuide. Pero, ¿qué se puede hacer por cuenta propia? Nada más hay que ver la cantidad de personas alcanzadas por el fuego cruzado. En mayo pasado, un niño murió así en una iglesia de Fresnillo. Y los sacerdotes jesuitas de Cerocahui, ¿qué estaban haciendo cuando fueron asesinados? Sólo su actividad del día. 

 

Hace años, cuando sufrí el tercer asalto en un lapso de ocho meses en los alrededores de mi casa, el patrullero que respondió a la llamada de denuncia me dijo, muy seguro de sí mismo: “Señor, haga algo, ya lo traen de encargo”. Le respondí como haría cualquier ciudadano que deposita su protección en la autoridad: “Yo no voy a hacer nada. Los que tienen que hacer algo son usted y sus jefes”.

En realidad, estamos solos, porque las autoridades hacen poco o nada y, cuando hacen, la mayor parte de las veces es fabricar excusas. Como están las cosas, sólo queda, en lo individual, encomendarse a la Providencia, y, en lo colectivo, exigir que el gobierno haga su trabajo.