Federico Reyes Heroles
Sextante
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En las elecciones de 1988, las autoridades descreyeron las múltiples expresiones opositoras.
La reacción del PRI fue el autoengaño.
Enorme actor, gran ser humano, todo en Héctor Bonilla.
Respetar, para ser respetado. La sentencia no tiene demasiados vericuetos. Es la argamasa del pacto de convivencia. Pero ¿dónde comienza ese respeto?
Alguien que no se respeta a sí mismo, no conseguirá el respeto de los otros. Una persona tomada, dando tumbos, diciendo estupideces, causa lástima. Le perdemos el respeto. Una sociedad madura, democrática, tiene como cimiento el llamado “respeto interpersonal” y se mide. Los individuos que se respetan, que respetan a los demás, respetarán las normas comunes. De ahí la fortaleza institucional. Todos ganamos.
El trato hacia el tiempo de los otros es uno de los termómetros más claros del respeto en una sociedad. Cuando alguien hace esperar, o cuando se roba a alguien la decisión de qué hacer con el tiempo propio. Pero quizá la mayor ofensa es obligar a alguien a hacer algo indigno.
En las elecciones de 1988, las autoridades descreyeron de las múltiples expresiones opositoras. La reacción del PRI fue el autoengaño. Sumaron sus votos corporativos y llegaron a la abrumadora cifra de 22 o 23 millones de votos “garantizados”. Para ellos, los mexicanos no razonaban, sólo obedecían. Como coronación de la campaña de Salinas de Gortari, decidieron organizar un multitudinario “cierre” en el Zócalo. Las burocracias fueron convocadas a la mala. Todo mundo se enteró de ello, los exhibieron. Y, sin embargo, decenas de miles fueron, aplaudieron a rabiar y se desgañitaron. Pero, frente a las urnas, en secrecía –gran invento de Occidente– votaron como les dio la gana. Les escupieron su dignidad. Con todo y el Zócalo a reventar, el PRI obtuvo menos de 10 millones de votos, en las muy cuestionadas cifras de Bartlett, hoy encumbrado. ¡Vueltas da la vida!
Les faltaron 13 millones. ¿Qué ocurrió? Ellos lo provocaron. Con el ostentoso mitin, ofendieron a muchos, exhibieron la presión descarnada, la compra de su tiempo, la sumisión aparente, les faltaron al respeto. El corporativismo hizo el ridículo. Algo se quebró en México. La ciudadanía valoró a la secrecía, la usó. Se hizo evidente que, bajo presión, se produce el “voto oculto”: los encuestados niegan su verdadero sentir. Hoy, desaprueban casi todas las políticas públicas, pero aprueban al Presidente. Es muy raro.
El espectáculo del domingo fue muy triste. Por supuesto que hubo personas que –en plena libertad– fueron a mostrar su apoyo. Pero nunca sabremos cuántas, el amasijo las devoró. La ostentación descarada de los apoyos ofende a todos. Cientos de miles de asistentes que fueron exhibidos: la jefa de Gobierno entregando tortas, las listas de asistencia, los mil autobuses, las “compensaciones”, los abundantes recursos públicos por todas partes. Cero pudor. La ofensa colectiva marcó el encuentro. Fueron tratados como extras de una filmación. Muchos estuvieron allí o por necesidad o por miedo a una represalia. Les quitaron la libertad de usar su tiempo. ¡Salinas y AMLO haciendo lo mismo! Nada que ver con el día 13: una marcha ciudadana por donde quiera vérsele.
Pero, con este triste espectáculo, ¿de verdad ganó fuerza el Presidente? ¿Creen que refutaron el respaldo al INE, que refrendaron un proyecto? ¿Cuál? Ahora, en el quinto año, lo rebautizan. ¿“Humanismo mexicano”?: más de 100 mil desaparecidos, 700 mil “muertos en exceso”, campeones en feminicidio, desdén hacia la niñez y la educación, millones de niños sin vacunar, violencia aterradora, desprecio hacia las mujeres, más pobreza, ésa es la verdadera herencia, con todo y marcha.
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El 2024 se decidirá en las urnas, en secrecía. El acoso al INE se les revirtió. Se ha fortalecido una clara conciencia de su valor institucional. Nunca se había hablado tanto de ello. Los estrangularán en los dineros, buscan que el INE tropiece. No ocurrirá, porque el INE ya está instalado en la mente de los mexicanos.