Pascal Beltrán del Río
Bitácora del director
A las once y cuarto de la mañana, la Plaza de la República, frente al Monumento a la Revolución, estaba prácticamente llena. A esa misma hora, apenas comenzaban a caminar los manifestantes congregados en los alrededores de la fuente de la Diana Cazadora. Otros, tan lejos como la Estela de Luz, esperaban turno para avanzar.
Un río rosado de tres kilómetros de largo y 40 metros de ancho apareció ayer domingo sobre la ruta histórica de las protestas en México, la misma que recorrieron los estudiantes en 1968 y tantos mexicanos más, a lo largo del último medio siglo. Cada quien sacará sus cuentas, pero no eran menos de 200 mil los ciudadanos que aparecieron espontáneamente en Paseo de la Reforma para defender la existencia del Instituto Nacional Electoral, portando prendas con su color oficial, sin contar a los que caminaron en otras muchas ciudades.
Como reportero me ha tocado cubrir decenas de marchas en ese mismo trayecto, pero ninguna que recuerde yo con semejante objetivo. La expectativa de la manifestación fue creciendo a lo largo de la semana. Cuando fue convocada, el punto de arribo iba a ser el Hemiciclo a Juárez, pero debió ser cambiado al Monumento a la Revolución. De todos modos, los organizadores se quedaron cortos. La plaza resultó chica para la respuesta. La gente que salió a la calle pudo haber llenado el Zócalo sin problema.
“Yo jamás había participado en una marcha, nunca sentí la necesidad de hacerlo, pero cuando escuché los insultos del Presidente a quienes defienden al INE, no tuve de otra”, me dijo María Elena, una mujer de 81 años de edad, quien llegó al Ángel de la Independencia en silla de ruedas. “Le dije a mis hijos que o me traían a la manifestación o yo veía cómo llegar sola. Es demasiado importante lo que está en juego. Yo no voy a vivir mucho tiempo más, pero no me quiero ir de este mundo sabiendo que se acabó la democracia en mi país. Por eso estoy aquí con toda la familia”.
La larga serpiente de indignación serena seguía avanzando cuando José Woldenberg ya había terminado de pronunciar su discurso, en el que pidió rechazar la “pretensión de alinear a los órganos electorales a la voluntad del gobierno”. Los policías antimotines que el gobierno capitalino apostó frente a algunos edificios públicos sudaban bajo los rayos del Sol y se aburrían viendo cómo transcurría la marcha, cuyos participantes no dañaron un solo comercio o monumento, cosa rara para una protesta en la capital.
Lo único lamentable fue la aparición de piquetes de provocadores, en puntos como la estatua a Cuauhtémoc, pero éstos recibieron una atención prácticamente nula por parte de los manifestantes, quienes coreaban alegremente consignas como “¡a eso vine: a defender al INE!”.
No sé qué vaya a comentar Andrés Manuel López Obrador en su conferencia de este lunes. Quiero pensar que dirá que escuchó la voz de los ciudadanos que se manifestaron y que la tomará en cuenta, pero tampoco abrigo demasiadas esperanzas después de la retahíla de ofensas que tuvo para ellos a lo largo de la semana pasada. Estoy seguro que en su fuero interno sabrá que buena parte de los que se aparecieron ayer en Paseo de la Reforma habrían dedicado el domingo a otra cosa si él no se hubiera convertido en promotor involuntario de la marcha.
El 29 de septiembre de 2020, López Obrador afirmó que a la primera manifestación de 100 mil personas que hubiera en su contra, él dejaría el cargo. “Ni siquiera me esperaría a la revocación”, afirmó. Yo sé que ésa fue una de tantas exageraciones a las que nos ha acostumbrado el Presidente. No quiero que presente su renuncia porque no creo que sirviera para resolver los graves problemas del país.