Viernes, Noviembre 29, 2024
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Retórica del vituperio

 

Carlos CarranzaCarlos Carranza
 
 

El actual Presidente de la República advirtió, al hablar acerca del tiempo que resta de su sexenio, que los “dos años que faltan van a ser los mejores”. Más allá de sus propios datos –en los que siempre halla elementos para continuar dibujando una realidad alterna, en la que todo son logros y triunfos, a pesar de lo que se vive día con día en el país–, durante esta semana ha quedado muy claro que el discurso oficial estará más que orientando a explotar aquello que se ha convertido, nadie lo dudaría, en uno de sus principales motores a lo largo de casi dos décadas: el insulto y el ánimo pendenciero que tanto le gusta a sus seguidores y fanáticos casi religiosos del llamado “obradorismo”.

Con miras a desacreditar la marcha en defensa del INE –que se llevará a cabo durante este día–, el inquilino de Palacio Nacional hizo gala de su amplio diccionario para señalar a quienes participarán de dicho movimiento. A nadie le sorprendió el uso de los términos que ha repetido, de manera sistemática, aún antes de que llegara al poder. Lo que despierta la atención es el énfasis con el que, de manera reiterada y quizá con un cierto enojo, ha orientado el discurso al terreno que sabe manejar con precisión: el maniqueísmo populista en el que su gobierno se muestra como algo inmaculado, jactándose de aprobaciones históricas y obras faraónicas que, dicho sea de paso, lucen tan inoperantes como la rifa de un avión que es el paradigma del absurdo.

El insulto es un aguijón que lanza quien se encuentra en una posición de poder o de una pretendida superioridad. Lo cual encaja con facilidad en la descripción del actual gobierno y de todos aquellos que han aprovechado el racismo, clasismo y revanchismo que nos define como sociedad. No hay nada nuevo bajo el sol que nos quema a todos y todas: no es extraño que seamos testigos de situaciones que nos revelan como una sociedad tan fragmentada como a una ventana a la cual se le siguen arrojando piedras. Somos el resultado de estos profundos rencores que se han convertido en la punta de lanza de tantas y tantos servidores públicos: desde las ventanillas de servicio hasta quienes ocupan la famosa silla presidencial.

Basta con escuchar las palabras de quienes toman el micrófono en los recintos legislativos para comprender que esto ha llegado a niveles que nos colocan en situaciones cada vez más complejas. Ya es común observar teatralizaciones de poca monta y escuchar discursos incendiarios que crispan todo debate, lo cual es un mecanismo en el que la llamada oposición, para no variar, queda muy mal parada: en ese juego tan poco ingenioso, los actuales miembros del partido oficial son expertos e, insisto, los que mejor han explotado la retórica más pedestre que alimenta el discurso de quienes han mantenido la popularidad del actual primer mandatario. Pero esto tiene su mejor fuente de inspiración, precisamente, en quien ha convertido Palacio Nacional en domicilio oficial y en tribuna del presidencialismo más rancio de las últimas décadas. Es curioso, por decirlo de manera simple y llana, que quienes se proclamaban víctimas del discurso oficial en otros sexenios –y lo convirtieron en bandera ideológica–, hoy se constituyen en los mejores representantes de esa violencia que se ejerce desde el gobierno.

Así, bajo esa perspectiva maniquea y redentora, se ha descalificado una marcha que tiene como fin hacer patente la confianza que existe en el árbitro electoral ante la propuesta de reforma que ha puesto en la mesa el Ejecutivo federal. Lo dicen quienes pretenden ser los únicos con el derecho histórico a la protesta y a las marchas; no obstante, detrás de esta iniciativa, también existe la búsqueda de una sociedad que necesita articular su respuesta más allá de los partidos de oposición –quienes, por cierto, a estas alturas requieren de argumentos que los validen ante las próximas elecciones–.

Dice la añeja sabiduría popular que las palabras se las lleva el viento. Pero cada uno de los términos que usa y serán proclamados por el titular del ejecutivo quedarán grabadas en eso que él mismo presume, la memoria. No se puede olvidar que han encontrado la mejor veta política y electoral en canalizar la podredumbre de nuestra historia. Por ello tampoco podemos ser omisos y guardar silencio ante lo que implica este discurso: la violencia, por lo general, comienza por injuriar con una simple palabra