Desconfianza
Pascal Beltrán del Río
Bitácora del director
Esta semana, desde su conferencia mañanera, el presidente Andrés Manuel López Obrador sugirió que vaya una comisión de legisladores a Brasil para aprender cómo se ha logrado en aquel país tener los resultados de las elecciones la misma noche de la jornada de votación.
El mandatario estaba en plena promoción de su reforma electoral cuando se puso a alabar el sistema brasileño, aprovechando que su amigo Luiz Inácio Lula da Silva acababa de salir ganador de la segunda vuelta de los comicios presidenciales.
“Hay que copiar lo bueno”, conminó López Obrador, refiriéndose al voto electrónico que existe en Brasil.
La iniciativa presidencial ha generado mucho debate en México, pues —a juicio de expertos, opositores y organizaciones civiles de México y el extranjero— pone en riesgo la autonomía del Instituto Nacional Electoral (INE).
Más allá de que López Obrador tiene razón en que en Brasil se dan a conocer los resultados definitivos de las elecciones con mayor celeridad que en México, ese tema nada tiene que ver con el debate actual. Y tampoco es que nuestro país no tenga experiencia en voto electrónico ni que carezca de la tecnología para llevar éste a cabo.
Desde que Coahuila puso el método a prueba en 2005, una media docena de entidades federativas ha tenido alguna forma de voto electrónico en comicios locales. Las que lo tuvieron de manera más reciente fueron Aguascalientes y Tamaulipas en su respectiva elección de gobernador (en 50 casillas cada uno).
Si no ha avanzado más rápido la sustitución de las boletas de papel por el voto electrónico es por la desconfianza de los partidos, me dijo ayer, en entrevista para Imagen Radio, el exconsejero electoral coahuilense Carlos Arredondo, a quien le tocó supervisar el primer uso de la urna electrónica en el estado. “Sigue existiendo la creencia de que el sistema puede ser hackeado”, comentó.
Y es que ése es el problema con muchos aspectos de los procesos electorales en México: la desconfianza de quienes se someten a la decisión de los ciudadanos, además de su negativa a reconocer los resultados electorales cuando no les son favorables.
De nada serviría adoptar el voto electrónico a nivel nacional si los actores políticos no están dispuestos a aportar el valor más importante que requiere la democracia: la confianza.
Otro problema es el costo: abundan en México los gobernantes que no quieren gastar el dinero de los contribuyentes en algo que no los haga lucir a ellos en el corto plazo. Si bien existe tecnología mexicana para echar a andar el voto electrónico, cada urna tiene un costo de dos mil dólares.