Pascal Beltrán del Río
Bitácora del director
Dudo que alguien se atreva a afirmar que el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, sólo está haciendo las tareas que la ley describe como propias de su función.
Es obvio que el recorrido que actualmente emprende por las legislaturas estatales nada tiene que ver con procurar la aprobación de la reforma constitucional que amplía hasta 2028 la presencia de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública, pues las mayorías morenistas en más de una veintena de esos congresos hacen innecesaria su presencia.La verdadera incógnita es si es real su condición de corcholata, que él siempre niega, alegando que “los tiempos del Señor son perfectos” y éstos no han llegado. Esto es, si en serio aspira a ser candidato presidencial en 2024 o si se trata sólo de una estrategia para jalar la marca y abrirle camino a Claudia Sheinbaum, percibida como la favorita de Andrés Manuel López Obrador para sucederlo.
La incorporación de Adán Augusto al gabinete llegó en un momento en que la política de polarización del Ejecutivo había dado de sí y comenzaba a revertirse en contra del oficialismo. Recordemos que días antes de que López Hernández fuera sacado de la gubernatura de Tabasco para sustituir a Olga Sánchez Cordero en Bucareli, la oposición había arrebatado a Morena y a sus aliados varias diputaciones federales, dejándolos sin mayoría calificada en San Lázaro. Mientras tanto, el senador Ricardo Monreal construía para sí mismo una imagen de conciliador que contrastaba con el discurso de Palacio Nacional.
Tal parecía que Adán Augusto había llegado a inyectar cordura en el gobierno, no sólo en su trato con la oposición —arrebatando a Monreal el papel de negociador—, sino en el círculo cercano del Presidente, donde la sucesión adelantada había sembrado animosidad entre los aspirantes.
Sin embargo, esa faceta del nuevo secretario de Gobernación duró poco. El 28 de abril, luego de que había sido derrotada en la Cámara de Diputados la iniciativa constitucional en materia eléctrica que había enviado López Obrador, éste recibió a los legisladores en Palacio Nacional y les pidió expresar a mano alzada su opinión sobre el trabajo de López Hernández. La pregunta dirigida sirvió para meterlo en el juego sucesorio —“¡Pre-si-dente!”, corearon algunos— con un perfil que ha crecido en importancia con el paso de los días. En los seis meses que han pasado desde aquella reunión, López Hernández ha hecho trabajos para su paisano, el Presidente, que parecían imposibles, como reventar el dique opositor contra las reformas constitucionales.
Su condición de aspirante/no aspirante tiene nerviosos a los equipos de la jefa de Gobierno capitalina Claudia Sheinbaum y del canciller Marcelo Ebrard, los dos precandidatos mejor colocados en las encuestas. Ambos pensaban que el activismo de López Hernández terminaría beneficiándolos, pues calculaban que afectaría sobre todo a su rival, pero ahora no saben qué conclusión sacar, pues el titular de Segob ha estado haciendo amarres con legisladores y mandatarios estatales que hacen pensar que sus aspiraciones no son una simple pantomima. A eso se suma que el Presidente nada haya hecho por limitar los movimientos y las expresiones de su paisano y, al contrario, ha dado la impresión de alentarlos.
¿Van en serio las aspiraciones del secretario de Gobernación de suceder a su “hermano” y tocayo de apellido o sólo está incrementando su visibilidad para declinar a favor de alguna otra de las corcholatas cuando llegue el momento?
Por lo pronto no hay elementos para descartar una cosa u otra.
BUSCAPIÉS
En un movimiento político que ha pretendido acabar con la costumbre de los funcionarios de usar guaruras, ¿cómo se explica que el consejero político de Morena asesinado el viernes en Guadalajara haya acudido acompañado de personal de protección al restaurante donde lo mataron, sobre todo si formalmente sólo era el encargado del Sistema de Agua Potable de Puerto Vallarta?