Viernes, Noviembre 29, 2024
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El poder acaba… aquí y en China

 

Pascal Beltrán del RíoPascal Beltrán del Río       
 
Bitácora del director
 

 

El XX Congreso del Partido Comunista de China –del que le hablé aquí en la víspera de su arranque– terminó como estaba previsto: con un tercer periodo de mandato para el presidente Xi Jinping y un Comité Permanente (el máximo órgano de dirección) compuesto sólo de hombres leales al mandatario.

De los siete integrantes del Comité, repitieron dos: el zar anticorrupción Zhao Leji, responsable de las purgas burocráticas que han fortalecido el poder de Xi, y el ideólogo político Wang Huning. La sangre nueva la aportan Li Qiang, jefe del partido en Shanghái, quien aparentemente sucederá al primer ministro Li Keqiang cuando éste se jubile en marzo entrante; Li Xi, su homólogo en Guangdong, la provincia que aporta el mayor porcentaje del PIB nacional; Ding Xuexiang, de la Oficina General del Comité Central, brazo administrativo del partido, y Cai Qi, alcalde de Pekín, colaborador cercanísimo de Xi durante su ascenso al poder y considerado la sorpresa del XX Congreso, pues casi nadie apostaba por él como nuevo miembro del Comité Permanente.

Con dichos nombramientos, Xi afianzó su poder. En realidad, pocos esperaban otra cosa. La aprobación de un tercer mandato –cosa que no tuvieron sus predecesores, Hu Jintao y Jiang Zemin, quienes gobernaron el país por dos periodos de cinco años cada uno–, lo coloca como el líder más poderoso que haya tenido China desde Mao Zedong. Pero, al parecer, tanta concentración de mando no fue suficiente para Xi, a juzgar por un incidente insólito que ocurrió al mediodía del sábado pasado. Justo cuando se abría a los medios la sesión de clausura del XX Congreso, Kong Shaoxun, director adjunto de la Oficina General y brazo derecho de Ding, se acercó al expresidente Hu Jintao, quien flanqueaba a Xi en el presídium para pedirle que abandonara el Gran Salón del Pueblo. La escena, que duró escasamente minuto y medio, daría la vuelta al mundo. Hu se resistió a levantarse de la silla. Luego trató de dialogar con Xi, quien prácticamente no cruzó palabra con él y le impidió llevarse unos papeles que estaban en la mesa. De salida, Hu dio una palmada al primer ministro Li Keqiang, quien, al final de su mandato (2003-2013), parecía ser el hombre destinado a sucederlo.

 
Al momento de escribir estas líneas, no había una explicación oficial de la remoción de Hu. La prensa oficialista comentó que el expresidente, quien está próximo a cumplir 80 años de edad, no se encontraba bien de salud. Sin embargo, los comentaristas occidentales de la política china consideran que otras tuvieron que ser las razones, desde la posibilidad de que Hu fuera a hacer alguna crítica a Xi en la clausura del Congreso hasta un desplante del actual mandatario para mostrar su fuerza y advertir a cualquier potencial  disidente que él está dispuesto a todo. En cualquier caso, se trata de un final dramático para un hombre todopoderoso, que se codeó en su tiempo con sus homólogos Barack Obama y Vladimir Putin, y víctima de una orden que –dado el papel protagónico de un alto funcionario del partido, como Kong– sólo pudo haber provenido del mismo Xi. Es, también, un recordatorio de que el poder no es para siempre. Creer lo contrario es un autoengaño en que muchos políticos suelen caer. Un día pueden estar en la cima y otro día pueden ser humillados por la persona que los relevó en el mando. La semana pasada, el presidente Andrés Manuel López Obrador, al reiterar que se retirará de la política una vez que deje la Presidencia en 2024, afirmó que él no deseaba convertirse después en “caudillo o líder moral”. Lo más seguro es que eso esté más allá de su deseo. Su papel futuro, si alguno, lo decidirá quien lo suceda en el cargo, no él.

Buscapiés

Nosotros, los López. “Hay de López a López”, afirmó José Ramiro López Obrador, al comentar la frase de apoyo a las aspiraciones al secretario de Gobernación, Adán Augusto López, que ha aparecido pintada en varias partes del país (“Que siga López, estamos Agusto”). José Ramiro –hermano real del Presidente, no de mentis— pidió a los morenistas no equivocarse, pues en Tabasco “hay muy pocos que están a gusto”, y afirmó que en ese estado aún no ha comenzado la Cuarta Transformación.