Vianey Esquinca
La inmaculada percepción
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha señado en múltiples ocasiones que es partidario de que no se oculte nada sobre ningún caso, que la “transparencia es la regla de oro de la democracia”, que si “se conoce la verdad, no hay problema, la verdad es la que nos va a liberar de todo”. Por supuesto, estas declaraciones son de dientes para afuera, pues el actual gobierno federal es hasta 4 veces más opaco de lo que fue la administración de Enrique Peña Nieto, lo cual ya es mucho decir.
Las respuestas más recurridas para negar información van desde que es “confidencial”, “reservada” o de plano que “no se localizó evidencia documental”. Por eso resultan tan reveladoras las filtraciones que se dieron a conocer la semana pasada. El caso Ayotzinapa o el hackeo a la Secretaría de la Defensa han evidenciado un sistemático esfuerzo no sólo por ocultar las cosas, sino incluso de mentir.
Por supuesto que el hackeo es ilegal en cualquier vertiente, junto con la grabación y difusión de mensajes obtenidos sin orden judicial. Sin embargo, eso nunca ha sido obstáculo para que esa información sea utilizada en contra del enemigo político o de un gobierno. Lo hizo de manera descarada la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, para presionar y dejar al descubierto la clase de político que es el priista Alejandro Moreno, y lo hizo el propio periodista Julian Assange a través de la plataforma WikiLeaks, quien divulgó documentos militares de Estados Unidos e informes sobre la guerra en Irak que pusieron en jaque a la administración estadunidense.
Hoy es el turno de la 4T, quien recibirá una sopa de su propio chocolate. El grupo hacktivista autodenominado Guacamaya, hackeó a organismos militares y policiales en Chile, El Salvador, Colombia, Perú y México, y puso a disposición de periodistas e investigadores la información para su uso.
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